CINE ANTROPOLÓGICO. La pequeña Lola, la última película del controvertido director francés Bertrand Tavernier, es un filme social que refleja los problemas burocráticos que encuentran unos cuantos ciudadanos occidentales para adoptar niños en Camboya. Es eso, y a la vez es bastante más: un retrato coral de personajes a la deriva, que a veces se aproxima al melodrama aunque no excluye insospechados apuntes cómicos; una sátira feroz al consumismo contemporáneo, y una mirada documental a la realidad asiática, a la que aplica una perspectiva objetivista que funciona como contrapunto de los avatares de sus atribulados personajes.
La pequeña Lola se inscribe, por tanto, en la vertiente de un cine antropológico que cuenta con una amplia tradición en el país galo, desde las propuestas fundacionales de Renoir (
El río, que se acercaba a la vida cotidiana en la India poscolonial) hasta los recientes filmes de Téchiné (
Lejos, que convertía a la ciudad de Tánger en coprotagonista del itinerario de sus héroes). En ese sentido, la nueva obra de Tavernier es una película de indiscutible coherencia, como subraya la aparición en un papel secundario del director camboyano Rithy Panh, especialista en denuncias sociopolíticas poco compasivas. A su vez, la película cuenta con unas excelentes interpretaciones de Jacques Gamblin e Isabelle Carré, que se meten en la piel de una pareja francesa de clase media en busca de un niño que adoptar. En el balance del «debe» habría que anotar sin duda la excesiva duración del filme, que desemboca en secuencias redundantes (aunque la presencia de los numerosos sobornos burocráticos cumple una función de denuncia, su reiteración puede provocar cierto cansancio). Tampoco resulta convincente el mecanismo narrativo que se saca Tavernier de la manga para que comprendamos los pensamientos de sus personajes sin necesidad de recurrir a la siempre molesta voz en «off»: las grabaciones magnetofónicas donde los protagonistas expresan sus sentimientos a su futura hija en raras ocasiones sobrepasan el esbozo seudolírico.
Son éstos, en fin, pequeños «peros» para una película que ofrece mucho más de lo que parece proponer a primera vista.
La pequeña Lola muestra que es posible hacer hoy un cine social sin renunciar a un punto de vista abarcador. No se trata sólo de una cinta sobre la adopción, sino de un fresco humano tan crudo como conmovedor. Su estreno debería saludarse, pues, con la admiración reservada a los auténticos acontecimientos cinematográficos. En francés, chapeau.