MODALIDADES DE LO POLÍTICO. Los caprichos de la distribución cinematográfica han querido que estos días compartian cartel dos películas muy distintas, pero que renuevan la marchita etiqueta del cine político:
Paradise Now, de Hany Abu-Assad, y
Buenos días, noche, del veterano Marco Bellocchio.
La primera trata sobre el conflicto entre israelíes y palestinos a partir de la historia de dos amigos que viven en la frontera de Gaza y que están dispuestos a convertirse en mártires de la causa palestina. La película se divide claramente en dos partes: una primera, de tono claramente discursivo, y una segunda, bastante más viva, centrada en las andanzas de los dos protagonistas. Consciente del frágil material que se trae entre manos, Abu-Assad consigue mantener una cierta distancia frente a sus personajes. Si bien intenta comprender las razones que llevan a los jóvenes a convertirse en terroristas suicidas, el realizador no comparte su postura a favor de la violencia. No nos hallamos, pues, ante un filme de propaganda, como algunos críticos apresurados afirmaron tras su pase en el pasado festival de Berlín, aunque la tesis que se desprende de las imágenes es meridiana. En este sentido, la película adolece de los defectos habituales del cine «de tesis»: el esquematismo de los personajes, cuyos cambios psicológicos no siempre están justificados; el tono marcado de denuncia o el voluntarismo del guión, que culmina en un desenlace tan trágico como previsible. No obstante, por el camino el director logra excelentes secuencias, retazos de cine libre que incluso se atreve a jugar la baza de la sátira (véase la filmación de las proclamas de los terroristas o la información sobre los vídeos donde aparecen ejecuciones públicas). Pese a las citadas reservas,
Paradise now es un filme atípico en su tema y adecuadamente plasmado en unas imágenes despojadas, precisas y contundentes, a tal punto que la economía de medios se convierte en la mejor aliada del realizador.
Alejada de la anterior en sus opciones formales e ideológicas,
Buenos días, noche está dedicada al «caso Moro», que conmocionó a Italia a finales de los años setenta. Lo primero que llama la atención del filme de Bellocchio es la ruptura con el código cinematográfico figurativo, que tanta fortuna tuvo en una cierta vertiente de cine político italiano (véanse los filmes de Pietri o Germi). Bellocchio incluye materiales de archivo, escenas oníricas e imágenes televisivas que sirven como contrapunto de la actividad de los protagonistas. Asimismo, mientras que Abu-Assad alcanzaba a solidarizarse con los planteamientos ideológicos sus personajes, los miembros de las Brigadas Rojas de
Buenos días, noche son descritos casi como
zombies, muertos vivientes adormecidos por los medios de comunicación e incapaces de pensar por sí mismos. A pesar de lo espinoso del tema abordado,
Buenos días, noche nunca se despeña por los derroteros de lo melodramático, a lo que contribuye una magnífica puesta en escena que funciona con la precisión de un reloj suizo: sonidos, pesadillas y vislumbres de la realidad se funden en un tapiz audiovisual tan efectivo como fascinante. Al mismo tiempo, Bellocchio introduce en su filme una reflexión histórica que trasciende la anécdota recreada (véase la escena de la comida campestre de los viejos partisanos, que recuerda al Bertolucci de
Novecento). En definitiva, la película de Bellocchio no es un mero ajuste de cuentas con los «compañeros de viaje» de antaño, sino una reflexión fría y desapasionada sobre los errores del fanatismo, sea del tipo que sea. Tal vez
Buenos días, noche no sea la mejor película europea del año, pero sin duda es la más lúcida.