PLANETA JARMUSCH (2): DON JUAN EN LOS INFIERNOS. Flores rotas, el último filme de Jim Jarmusch, se presenta como una comedia bastante atípica, que fluctúa entre la tenue ironía y la parodia sin ambages. Desde su premisa argumental, que no desvelaremos aquí, Jarmusch ofrece una narración que participa tanto de las claves genéricas del cine romántico como del de filiación detectivesca. Al mismo tiempo, la cinta aparece aderezada con una mirada sarcástica al microcosmos social que refleja el celuloide.
El veterano Don Juan encarnado por Bill Murray se embarca en una aventura que le obliga a visitar de nuevo a sus antiguas amantes después de veinte años sin tener noticias de ellas. El itinerario psicológico del protagonista, que va acompañado por un desplazamiento físico al puro estilo de una
road movie, desemboca en una explícita parodia del donjuanismo —este cronista recordaba al ver el filme una vieja novela de Wenceslao Fernández Flórez,
Retrato inmoral, donde palpitaba una finalidad burlesca similar—. Esta intención humorística se ve subrayada por diversas estrategias narrativas que se revelan de gran efectividad. Por un lado, el crisol de personajes femeninos que desfila por la pantalla —desde Sharon Stone, viuda de un antiguo piloto de Fórmula I, hasta Jessica Lange, entregada al pintoresco oficio de «comunicadora de animales»— compone una curiosa galería de retratos donde Jarmusch incide en uno de sus temas recurrentes, la extrañeza que se oculta tras la rutina aparentemente trivial de las «personas normales». Por otra parte, el director se sirve de ciertos referentes míticos que dialogan con las expectativas del público. Así sucede, por ejemplo, con el personaje de Lolita, que responde de manera inequívoca al arquetipo creado por Nabokov. En este sentido también cabe anotar el nombre del protagonista, Don Johnston, que favorece algunos chistes a costa del actor Don Johnson. Con todo, la principal baza humorística del filme se centra en la magnífica interpretación de Bill Murray, en un papel que tiene ciertas concomitancias con el que ya desempeñó en
Lost in transaltion. Sin embargo, la ligereza de
Flores rotas le permite explotar a fondo una vis cómica donde la «cara de palo» del actor consigue revelar su asombro ante las circunstancias que le rodean (la cena en la casa de la constructora constituye uno de los mejores
gags que este cronista ha podido ver en mucho tiempo).
Finalmente, la película ofrece un desenlace ambiguo en consonancia con su tono de divertimento melancólico. De este modo, bajo la apariencia liviana de la comedia romántica, Jarmusch sigue reflexionando sobre sus principales obsesiones sin necesidad de endosarle al espectador un sermón sobre los deberes paterno-filiales y los riesgos de la soledad. Es cierto que, por el camino, Jarmusch pierde la profundidad trágica de algunos de sus mejores filmes (e incluso se permite rodar un par de secuencias prescindibles, como las imágenes oníricas que jalonan el viaje del protagonista), pero gana en inmediatez expresiva y capacidad de comunicación con los espectadores. En resumen, nos encontramos ante una de las mejores películas del año. Avisados quedan.