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CAL Y ARENA. La cartelera española ha abierto el año con dos estrenos «comprometidos»: Sud Express, de Chema de la Peña y Gabriel Velázquez, y Vida y color, de Santiago Tabernero, que muestran el haz y el envés del cine español contemporáneo.

Sud Express, presentada a concurso en el pasado festival de San Sebastián y dirigida por dos jóvenes realizadores, puede considerarse la auténtica sorpresa independiente del cine español de 2005. Con bajo presupuesto y buenas dosis de imaginación, la película ofrece un interesante fresco social sobre un trasfondo ferroviario, que sirve de nexo a las diversas historias sobre la inmigración engarzadas en el relato y ambientadas, entre otros lugares, en París, Lisboa y pequeñas localidades de la provincia de Salamanca y Burgos. Con un estilo sincopado que recuerda al mejor Jim Jarmusch y con una interpretación «naturalista» de su nutrido elenco de actores, Sud Express desprende una sensación de sinceridad que acaba por contagiar sus imágenes. Ejemplo de buen cine coral, la película no acaba de cuajar en una gran obra debido a ciertos titubeos tonales, a algunos desequilibrios de de dosificación dramática y al trazo excesivo en la caracterización de algunos personajes, como el taxista parisino, pintado con tintes demasiado maniqueos. Pese a estos defectos, Betaville recomienda encarecidamente la cinta a su pequeña pero fiel trouppe de seguidores

Vida y color, opera prima dirigida por el realizador del programa «Versión Española» y nominada al Goya a la mejor dirección novel, se adscribe al filón de películas de ambiente «retro», aunque aquí el marco del tardofranquismo es un mero decorado para una historia muy distinta. En acertadas palabras de un amigo con quien este cronista sufrió este rollo de celuloide, el filme recopila en un colosal esfuerzo de síntesis lo peor de El espíritu de la colmena, El séptimo día y El silencio de los corderos. Híbrido delirante entre el relato de iniciación con pinceladas oníricas, la sordidez rural y la atmósfera malsana del cine de psicópatas, Vida y color parece admitir solamente una lectura alegórica: para Tabernero, la transición fue una pintoresca mezcla entre comedia costumbrista, drama social y thriller psicológico. Con todo, lo más extraño de tan peculiar cóctel es que la obra ganara el premio del público en el festival de Valladolid. Ni la fotografía de Alcaine pudo redimir la sensación de fiasco que invadió a este espectador a la salida.

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Publicado el miércoles, 18 de enero de 2006, a las 14 horas y 55 minutos








Ilustración de Toño Benavides
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