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EN LAS BARRACAS. En la primera escala, pobre de mí, no me digáis cómo, me veo con tres dardos en la mano –previo pago de dos euros y medio–, jaleado por mi suegra, mi esposa y mi hijo: tengo que pinchar tres globos, tres, sin fallar ningún lanzamiento, para que mi niño pueda lucir el arco con flechas que ha fichado como premio. Los globos quedan cercan. Tiro el primero… ¡acierto! El segundo… pincho un globo al que no había apuntado. Me concentro, lanzo el tercero y fallo por un milímetro. No tengo escapatoria. Hay que volver a intentarlo. Dos euros y medio más. Otra vez, acierto los dos primeros y, en el tercero, aunque no me tiembla el pulso, yerro. Por poco, aunque en estos casos la distancia entre el fracaso y el éxito sea infinita. Quiero huir, pero me toca intentarlo una vez más. Esta vez no hay suspense: la cago en el primero. Sin querer darle importancia, nos vamos a las colchonetas. Mi niño salta y salta, pero no olvida. Después de los churros, regresamos. Antes, en el siglo XX, me divertía lanzando al 16, clavándola en el 20, logrando a menudo dianas, dobles y triples cuando jugábamos al 305. Perdimos siete euros y medio más. Mi niño llegó a pensar que el barraquero le iba a regalar el arco, pero no le dio ni un chupachups. Como ya soy mayor, yo no lloré.
En cuanto me dejen un taladro cuelgo la diana.
Publicado el viernes, 4 de julio de 2008, a las 16 horas y 12 minutos
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EL COCHE DE LA PELUQUERA. Primera visita a un concesionario. «Esto os lo cuento como si se lo contara mis primos», nos dice varias veces el vendedor que nos interroga, «ningún vendedor te lo dirá nunca». Entre mis primos –los míos, no, ojo– y un primo quizá no haya mucho trecho, ay. Hablando de clientes anteriores, deja caer: «Conozco a bastantes peluqueras, pero menos de las que me gustaría».
Publicado el martes, 8 de julio de 2008, a las 11 horas y 54 minutos
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100.0. Domingo por la tarde. Demasiado tarde: estoy cansado antes de calzarme las zapatillas. Voy andando hasta el puente de la autovía, donde comienza Fuentes Blancas, y mentalizado: ni por asomo se me ocurrirá correr como el verano pasado. Me acuerdo, entre otros achaques, del hombro, de la neumonía, de la tendinitis en la rodilla, del esguince al pisar una pelota, de la contractura en la espalda, del lechón que me pegué al ver, descalzo, cómo Nadal ganaba Wimbledon –me suena mejor Wimblendon, como a casi todos los periodistas–. Todo me pesa. Estiro, aunque a desgana, miro el reloj y empiezo a correr por el sendero. Despacio. Tranquilo. Hace fresco, los paseantes regresan a casa. Banda sonora tristona: el nuevo del Cigala. El año pasado, a la altura de la plaza de toros escuchaba una del anterior y quince o veinte canciones más siempre por el mismo orden y en los mismos sitios –Heroes, de David Bowie, al arrancar; la banda sonora de los Soprano al pasar por el cámping, el Knockin on Heavens Door de Guns 'n' Roses al pasar frente a la plaza de toros, de vuelta…–. Freno bajo las vías del tren. Para empezar, no está mal, me digo. Paseo por la playa (a veces parecemos bilbaínos, la arena del Arlanzón se vacía con cuatro camiones) casi tanto tiempo como el que había estado corriendo y regreso. Pero sólo corro tres o cuatro minutos más. Vuelvo a casa andando.
Publicado el lunes, 14 de julio de 2008, a las 20 horas y 48 minutos
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EN TAXI. Castellana arriba. Al girar hacia María de Molina el taxista pega un grito.
—¡Mira al hijoputa!
A nuestra derecha, en un jardincito polvoriento, un conejo intenta esconderse bajo un periódico.
—Ese es de campo. O un híbrido. Alguien le tiene que haber dejado ahí. Mañana es cadáver. Cuando pare un poco el tráfico, cruzará la carretera y adiós. Ay, la golosa. Si la tengo aquí ahora la monta. Es una podenca andaluza de dos años. Es acero. La calle se quedaría estrecha para ella. Se habría tirado a por él y habrían palmado los dos, atropellados. Pobre conejo.
Publicado el jueves, 17 de julio de 2008, a las 20 horas y 24 minutos
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JAVIER MARÍAS. Antológico, ay: « La gente nunca para, en gran medida, porque tiene móvil y ordenador, y esa es la razón por la que yo carezco de lo uno y de lo otro. No estoy dispuesto a que cualquier majadero me interrumpa mis actividades, mis pensamientos o mis musarañas, esté donde esté. No deseo “estar conectado”, ni enterarme de todo en seguida. Nada me resultaría más atroz que estar localizable siempre , o que recibir más llamadas y cartas y publicidad y tonterías de las que ya me llegan a través del teléfono fijo, el fax y el correo ordinario».
Publicado el miércoles, 23 de julio de 2008, a las 21 horas y 21 minutos
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AGOSTADO. «Qué vergüenza –dicen–, un país parado todo un mes». Qué maravilla, suspiras un día como hoy, aunque te vayas de vacaciones con el portátil.
Publicado el jueves, 31 de julio de 2008, a las 19 horas y 18 minutos
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