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VAYA LA VERDAD POR DELANTE Y, DE PASO, LA VERGÜENZA.... Todo empezó hace dos meses. Yo, en realidad, no quería, pero se veía venir: un jovenzuelo de no importa qué edad hace de su ombligo su epicentro vital y se replantea su existencia, comenzando por –la redonda y redundante existencia de– un par de kilitos de grasa (grasa, qué fea palabra: claro, de ahí Eres un grasa o incluso Manolo, ya te has manchado otra vez las manos de grasa, y no de manteca) que rodean a dicho ombligo. Y bueno, tampoco es que hubiese mucha vida inteligente más allá de allí, del cráter... Joder, los ombligos son feísimos. No todos. Pero algunas orejas, sí. No todas, pero casi todas. Y narices, y pies... Creo que necesito repasar el libro gordo de Brigado Perón. También creo que hay vida o no hay vida, pero no puede ser que haya mucha vida o poca vida, porque así es la ídem.

En fin, que me apunté a un gimnasio y, antes de hacerlo, aunque también después de hacerlo pero antes de ir por vez primera, se me vino a la cabeza la yerma idea de, tachán, escribir un blog sobre un esforzado chico de hoy en día con querencia por il zucchero (blanquilla o moreno, no el gordo) y adversión sincera por todo lo que suponga la estimulación, sin posibilidad de culmen alguno, física. Pero señores, y señoras, si ya es un esfuerzo indigno machacarse bajo techo, imagínense ya no contarlo sino tan sólo reconocerlo.

Lógicamente, a la bombilla del bocadillo se le fastidió el muellecito ese frágil que baila el hulahop sin aro y la idea no vio la luz. Sobra decir que, consecuentemente, la idea no fue, no era, no había sido brillante.

Debí empezar este texto, la verdad, de otra forma: diciendo, en primer lugar, que hoy ha sido mi tercer día de gimnasio, a pesar de que el próximo lunes comienzo mi tercer mes. Mes, todo hay que decirlo, aunque sea en segundo lugar, pagado. Tres meses pagados... de antemano.

Y debí continuar este texto, párrafo segundo, enumerando mis obras sociales. La primera, financiar un dúplex en Perpignan a una profesora o academia de francés, años ha, cuando asistí, sin apenas despeinarme, a la primera lección de gabacho. Sólo a la primera, se entiende. Una hora y media de clase, treinta billetes, ozú...

Más baratas, en cambio, resultaron las dos lecciones teóricas del carné de conducir en las que hice acto de presencia años después. Treinta entre dos, igual a quince. Quince billetes por clasecita y bajando, aunque no estoy seguro, ahora que me lo repienso, si llegué a asistir a la segunda y última. Con tamaña ofrenda, el director de la autoescuela, sita en la madrileña calle de López de Hoyos, barrio de la Prospe y microuniverso de Millás, se financió, a diez años, un chalé en la no lejana colonia de Saconia. Yo, a su pesar, no entenderé nunca esto de las colonias.

Y, ya para rematar, aunque por aquí debería haber empezado, las regaladas sesiones de educación física (diez billeticos la hora, a día de hoy) en un gimnasio al que no va nadie, porque la gente, aunque parezca mentira, trabaja.

Yo, a pesar de estar más sólo que la una, grande y libre, todavía no me he adaptado. El motivo no es llevar catorce años sin mover un tendón, que también... Baste para comprender mi falta de integración la salida poco triunfal de Chinaflat, cuando ya encaraba yo la calle y me mira un indio como si servidor estuviese haciendo el ídem: el pobre Matías Bruñulf salía en, atención y sin que sirva de precedente tan singular y desvergonzada confesión, pantalón corto (omito decir de deporte porque me sonrojo y me hace sentir mal, muy mal), camiseta blanca (con un bolsillo), calcetines negros (¿para hacer gimnasia?, argh, qué asco, qué negros, ¡¡¡repuagh!!!: la última vez que vi un par de calcetines blancos fue el día de mi primera comunión) y unas chanclas, ¿qué?, sí, unas chancletas (risas en off tipo saco de la risa), chancala, chancala.

Tuve que volver a casa, ponerme unos deportivos blancos parecidos a los zapatos que calcé en mi first y salir de nuevo a la calle. A los dos metros, sin que nadie me viese, eché los calcetines (sí, negros, qué pasa) hacia abajo.

En fin, esto es mi fin.

Publicado el martes, 26 de julio de 2005, a las 20 horas y 02 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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