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DESDE UN JERGÓN EN EL QUE SE MECE EL ÚLTIMO POETA.... ¿Es Josele Santiago el artista, la persona, el músico, la pluma, el autor a reivindicar dentro del panorama musical español? Decididamente, no.

El madrileño lo ha dicho todo y su muerte prematura, legado cultural mediante, equivaldría a la amputación de un sentido, que no tendría porque ser sólo el auditivo, y a la enésima advertencia, paradójica, de que el placer mata, engorda o te deja ciego, del fornicio al Costers del Segre, de que todo lo bueno –sí, breve– se acaba, en fin.

Josele Santiago no haría nada óptimo muriéndose y, además de provocar una deshidratación vía ocular generalizada en el anfiteatro, tarde llegarían las plañideras con sus qué grande era, ya, tercas en la salazón de sus bic mediante salvas de tinta y alabanzas de obituario sincero, porque no todos los muertos son buenos.

Pero podría estar ya criando malvas con la precisa certeza de quien sabe, desestructurando el refranero, que a rey muerto, trono sin puesto: Josele no lo ha dado todo, valga la contradicción, pero lo que nos ha dejado, prestado, da para la biografía de un clásico, pero también de un hombre, y no dejan de epatar –¿todavía?– sus propuestas, desde los míticos –rotulador rojo: redundancia– Enemigos hasta sus polimorfas apariciones en solitario: discazo, Las golondrinas etcétera, el mejor para la crítica independiente en 2004; conciertos con Mastretta y señores, huelga el comentario adjunto; bolos con –solvente– banda guadianera, donde el (músico) espontáneo pasa desapercibido, de ahí el mérito; y mano a mano, cuerda a cuerda, con el maestro Pablo Novoa, derecho de cátedra.

Falta, demostrando que su, nuestra, capacidad de sorpresa –a la espera de las canciones que ya está precocinando, cinco minutos y listas para servir, pero cómo tardan– se estira más que un boomer, la actuación en solitario, porque no vale el coyuntural y pasajero dejadme solo para deleite de muchos: falta por disfrutar –no se debe pecar del protosenil mis ojos no lo verán– de un güisqui sin refresco ni cubitos, una hora y media de soledad consciente, un macallan de vicio, slurp.

Y si no es el músico a reivindicar, pues ya otros –ellos, sí, leídos y escuchados– lo han dejado por escrito (aunque el magisterio joseliano no se refleje en Madrid Rock, ya chapado), ¿qué cabe plantearse respecto a este enemigo que desertó de la trinchera para pasarse, dejando su vieja banda atrás, al bando de los buenos?

Entre las interrogaciones vegeta una reflexión sin respuesta, que es la pregunta suma: ¿atraviesa su –mejor, se entiende– momento?

En definitiva, ¿está viviendo Josele Santiago ya no la madurez –su precocidad fue obvia: con 20 años eructa con Ferpectamente y a los 25 imprime al onanismo una cadencia de 33 revoluciones por minuto: sí, La vida mata, probablemente el mejor disco de rock de los noventa, que abrió la década y tuvo que terminar cerrando su puerta sin que nadie, ni Los Enemigos mismos, se atreviese a entornarla–, está viviendo, preguntaba, ya no la madurez sino su momento de gloria, su siglo de oro, el goce de quien podría morirse a posta para dejar un bonito –y solicitado: Josele, ética pero también estética– y erótico cadáver, cubierto de réquiems, blues, nanas, rock, punk y demás –menos flamenco, casi– coplas, las suyas, que ya son nuestras?

Intuimos que sí, ignorantes ante el futuro que se nos viene encima, desconocedores del caldo que hará la gallina cuando esté vieja, como sí conocemos lo que han desprendido los huesos de Dylan, Cohen, Reed, Morrison o Waits.

Queremos responder afirmativo cuando en realidad nuestro pensamiento achina los ojos para ver, para escuchar, qué hay ahí delante, justo antes de que el último poeta ponga su coleta a remojar, porque lo queremos así, viejo, vivo, conformándonos mientras, al menos, con un miserable dato objetivo, quizás el único que encierran estas líneas: que estaremos allí, porque el deneí nos lo hace creer, cuestión de números, para presenciarlo. Sólo entonces y no antes podremos entrelazar respuesta con pregunta. Desde la distancia que media entre ambas, Dios salve a Josele Santiago.

Quico Balay. Dios te salve Josele. La Voz de Galicia.

Publicado el miércoles, 27 de julio de 2005, a las 14 horas y 47 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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