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ARAL. Casi todas las noches desciendo a las arenas muertas del mar de Aral. Aterrizo en un barco encallado en la nada y rastreo las huellas de un hombre deshauciado.

Publicado el lunes, 4 de diciembre de 2006, a las 10 horas y 18 minutos

MI ABUELO TEODORO. Me enteré por teléfono, un viernes. Como ahora, estaba delante del ordenador, en este cuarto donde duermo y trabajo. Colgué y me quité las gafas. Pero no lloré. Volví a calzármelas y creé un documento de word. Nada más escribí estas palabras: «Se murió el abuelo. Sin avisar. Sólo pudo despedirse de la abuela, apenas con una mirada».

Después del fin de semana lo intenté otra vez. El lunes por la tarde abrí el documento. Apresuradamente, apunté que tenía que mencionar que en el tanatorio no me gustó verlo maquillado y con un peinado distinto; que la mañana del entierro me compré un abrigo negro; que usábamos la misma talla; que hace un par de años, durante una mala racha, se quedó sin fuerzas en las piernas y nos tenían que llamar para incorporarlo de la cama o de su sillón; que a Javi, el mayor de los primos, se le ocurrió que cargáramos con el féretro; que en el 89, antes de comenzar la carrera, predijo que nunca llegaría a verme de periodista; que en la Nochevieja del 96, eufórico, exclamó: «¡Ya sólo quedan cuatro para el 2000!»; que tuvo cinco hijos, dieciséis nietos y seis biznietos; que el Alzheimer no llegó a derrotarle aunque tuvo tiempo para enturbiarle la memoria y para agriarle y endulzarle caprichosamente el carácter: cuando fuimos a la residencia para que conociera a Unai, primero dijo que todos los críos eran iguales y que no quería verlo, pero luego se le escaparon unas lágrimas cuando la abuela le explicó que era el hijo de Leandro; que estuvo casado 71 años y le faltaron unas semanas para cumplir los 97; que fue capaz de construir un autobús; que se pasó quince o veinte años echando una partida de tute o mus, o viéndola, faria en mano, en un bar donde le llamaban señor Teodoro; que no hablaba de lo que vio desde el coche de línea, en las carreteras entre Palencia y Burgos, cuando la guerra; que tengo que preguntar a mi padre si sigue comprando su número de lotería; que...

Tres años, ya.

Publicado el martes, 5 de diciembre de 2006, a las 15 horas y 54 minutos

DE MIRANDA. Vaya cara tienes, cómo para salir por ahí de fiesta, me dicen. Cuídate, y déjate cuidar, repiten. Ya sabes, despacito y con buena letra... Desde hace una semana larga, voy de enfermo por la vida, contando mis penas en cuanto me dejan un resquicio, o incluso sin que me pregunten: hasta he enviado mensajes electrónicos a gente a la que escribo muy de ciento en viento. ¿Por qué? Mejor no respondo, y sigo escribiendo.

Abrieron la clínica cuando estudiaba en Pamplona o durante los años en que trabajé en Madrid. De niño y adolescente en los bajos del edificio donde vivía con mis padres no había nada. Ahora están la clínica, el gimnasio y una cafetería.

Después de pasarme tres semanas tosiendo, al comienzo del acueducto fui a la clínica viéndole las orejas al lobo. Tras unas placas y unos análisis, me ingresaron. Neumonía. No estuve más que un par de días, pero me ha quedado una sensación extraña: pasé mucho tiempo cerca de la ventana. Veía la misma calle de siempre, mi calle, pero desde otra altura, con otras miras.

Publicado el viernes, 15 de diciembre de 2006, a las 18 horas y 10 minutos

CÉLINE. Quizá porque estos días cuesta zapear sin encontrar un anuncio de perfumes, me ha vuelto a la memoria esta frase de Viaje al fin de la noche: «De todos los olores, el que mejor guía es el de la mierda».

Publicado el miércoles, 20 de diciembre de 2006, a las 19 horas y 42 minutos

EL FIN DEL PRINCIPIO. Cruzamos el patio, miramos las canastas y las porterías con nostalgia y subimos las escaleras. Entramos y les quitamos los gorros, las bufandas, los guantes; los niños de primero de infantil sólo pueden llevar al cole los abrigos, el resto lo guardamos los padres. Pero nosotros, ay, no llegamos hasta las puertas de sus clases: dejamos a nuestros niños al principio del pasillo. Ellos, unas veces remolones, otras con las pilas cargadas, echan a andar. Al otro lado de la puerta de cristal, contemplamos cómo recorren el pasillo. Solos, ya sin nosotros. Tardan diez, quince, veinte segundos en llegar a la clase.

Cuando desaparecen salimos de allí como si nada.

Publicado el jueves, 21 de diciembre de 2006, a las 18 horas y 02 minutos

SER RES. –¿Y cómo se va a llamar vuestra niña?
–Ana –contestaron.

Esta es la mía, pensó el pedante que hay en mí. Ana, como dábale arroz a la zorra el abad, es un... ¿un qué? Vaya, se me había olvidado cómo se llaman las palabras o las frases que son iguales hacia adelante que hacia atrás. En fin, continué cenando. Me negué a decir que era un nombre capicúa.

El problema llegó mientras padecía la digestión de la Nochebuena. A las cuatro de la madrugada, en una casa sin internet ni enciclopedia ni diccionario, recordé... que no me acordaba. Mientras me estrujaba los sesos –empieza por p, es una palabra larga, ¿esdrújula?, ¿iba luego una a?...–, caí en la cuenta de que no podría dormirme hasta dar con ella.

Pasaron los minutos. Preferí no mirar el reloj. Para ayudarme, intenté recordar algunos. Di varias vueltas a sé verlas al revés, todo un clásico, y a líame ese email, de Pedro de Miguel, pero nada.

Como suele ocurrir, justo cuando desistí me vino a la memoria. Di la luz, me levanté de la cama y, de repente, apareció no sé de dónde: ¡palíndromo!

Dormí como un bendito. Pero, sin embargo, al despertarme se me había vuelto a olvidar. Regresó, después de nuevos esfuerzos, un rato más tarde.

Algunas palabras se leen de cualquier manera, otras van y vienen a su bola.

Publicado el martes, 26 de diciembre de 2006, a las 17 horas y 47 minutos

2006. Parece fácil escribir sin decir nada, escribir por escribir, teclear para llenar el espacio, para pasar el rato, sin ideas, teclear con la mente en otra parte, sin gastar una neurona, pero cuesta más de lo que parece si se pretende juntar letras, sílabas y palabras, sí, cuesta algo, tampoco mucho, no exageremos, pero cuesta si pretendes algo, ¿qué?, ni idea, algo.

Matar el tiempo cuesta mucho menos. Basta con dejarse llevar.

Un año más. Uno menos.

Publicado el domingo, 31 de diciembre de 2006, a las 16 horas y 52 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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