MARATHON MAN. La madrugada del viernes al sábado se proyectaba larga. El Espaço Unibanco, en la Augusta, celebraba una nueva sesión de
Odisséia de Cinema: una noche de filmes para quitar el sueño, algunos de ellos sorpresa, por lo que no dejaba de ser curioso estar haciendo cola a eso de las cinco de la mañana para ver una película sin nombre.
Lo que más me gustó del proyecto citado fue el ambiente que se creó en el hall de entrada entre visionado y visionado: cientos de personas participando en una rave (de esos cientos, todas estáticas, salvo una pandilla de cuatro chavales que animaban a tronzar el espinazo a ritmo de tecno). Decibelios, humo y, después, cámara y acción. Y, así, hasta las siete de la mañana.
Lo mejor de todo, en una ciudad como ésta, donde la gente no fuma por prohibición (que también) sino porque simplemente no existe una gran afición al pito, es estar en un cine fumando como un descosido y apurando una cerveza antes de que las puertas de la sala se abrán de nuevo.
El primer filme trataba sobre un periodista televisivo que le planta cara al cazabrujas McCarthy. Me gustó, tal vez por el género. Una de las personas con las que fui dijo que era moralista. En fin.
El segundo mostraba a
un sosoman muy machote que termina liándose con un cowboy gay. La imagen me recordó a los vaqueros impotentes de Marlboro, pero no, ellos podían. Del actor rubio no sabría decir si su interpretación era perfecta o si era más malo que una braga del Dia: Aznar vocaliza mejor o, al menos, mueve más sus labios, mon dieu. Le sobra media hora.
El tercero, en cambio, fue el que más me satisfizo, a pesar de que los párpados pedían el cierre de la empresa por huelga de retinamen. Una coproducción, en francés y yiddish, que muestra el periplo de un chavalín etíope y cristiano que
retornaba a la tierra prometida, confundido con un judío. Una vez en Israel, una familia de izquierdas lo adopta y el chaval, junto con sus problemas, crecen. Tres estrellas.