PELO PODER DA BUNDA: ÉSTE É O MEU PODER. Reventar tópicos es más entretenido que confirmarlos. El mito de la bunda, por ejemplo, es desgraciadamente cierto. Bunda, en brasileiro, es culo. Me imagino que habrá bundas femeninas y bundas masculinos, pero, si atendemos a las conversaciones del personal de tierra, diría que abundan más las bundas que los bundos (sic).
No ha sido difícil confirmar el poder de la bunda (sirva el título como un pequeño recordatorio de
He-Man, señor de Greyskull) en un país que rinde culto, allí donde se encuentre, al culo, pero ojo, porque bunda, aquí, no es lo mismo que culo. La bunda es todo o, recurriendo a esos horribles términos parasanitarios, las cachas o las nalgas. El culo, bueno, el culo es el culo, ojo.
Otro tópico que confirmaremos: muestre usted, mayormente si es señora, todo el culo que quiera, hilo dental mediante, pero no se le ocurra enseñar sus pechos en playa o piscina, porque lo mínimo que le podría pasar sería pillar un resfriado moral. Extraño. Y ojo (ahora sí deben elegir: izquierdo o derecho), no se le ocurra pronunciar la palabra teta, aaargh: opte por peito o seio, porque lo contrario sería practicar el terrorismo frontal o la apología de teta.
Iremos a Río, iremos.
Volviendo al poder de la bunda (o explicando el sentido del primer capítulo de esta accidentada, anatómicamente hablando, serie), podríamos decir que hay dos São Paulo. Viene esto a colación después de un par de comentarios referentes al género femenino nativo, algo que me resbala porque, como buen achinado, soy casi asexual. Pero ante la insistencia del
Ingeniere Maqroll o del, como dicen aquí,
Ministro Gareca, me veo obligado a hablar de esta metrópoli dual.
Esto es: nada más llegar, percibí que las calles y avenidas paulistas estaban atestadas de bípedos y de, vayamos al grano, bípedas (grano que, como en
Chinaflat, aquí también abunda: toca post gastronómico). Caminantes que no han llamado, precisamente, la atención de servidor.
Eeeh, las brasileiras por aquí.
Oooh, las brasileiras por allá. Y bueno, quizás sí, tal vez por allá la cosa cambie. Pero en la ciudad más industrial del país, en la meca de los negocios amarillos (me encantan las coincidencias con mis ex compañeros
chinaflateros), el asunto no es muy halagueño.
Razones haberlas, haylas, pero lo dejaremos para otro día.
En fin, sólo me hicieron falta 24 horas para percatarme de que la noche es parda. Aconteció en mi primera salida, por Vila Magdalena, donde impera la estética carioca, con sus locales decorados a imagen y semejanza de los de Río de Janeiro, lo que tiene su coña, porque incluso se habla ya de bares de Río que, en una espiral estúpidamente clónica, se copian a sí mismos (el equivalente en España sería el típico bar de viejos transformado en taberna neorrústica con mantel de cuadros e hilo musical de
Goldfrapp gestionada por dos bolleras, o tres, copiado de una ciudad y llevado a otra. Ahora que lo pienso, el ejemplo es malísimo, pues es como comparar una bañera con un geyser).
Decía: fue en Vila Magdalena, pero sobre todo en un sarao al que asistí a los tres o cuatro días de llegar aquí, donde me di cuenta de que la
señorita Jekyll no tiene nada, pero nada que envidiar a la nurse, cajera, dependiente o
transeúnte Hyde.
La segunda confirmación a la que hago alusión (se me acaba de escapar ilusión, qué estúpido) fue la ultrapija y pretendidamente enrrollada fiesta organizada por la revista VIP: joven en portada ligera de ropa, confesiones de una señorita sobre cuando lo hizo con su jefe (y aún si fuera con el mensajero) en la oficina, un reportaje de pseudoinvestigación sobre el tráfico de drogas en el Parque de Atracciones de Porto Alegre y una famosilla tapadísima flanqueada por un titular tipo: “Me gustan los hombres que me la metan hasta la campanilla pero sensibles” (perdonen por la hipotética, burda y falsa declaración, pero ya las hemos leído no más contradictorias -porque la cita podría ser perfecta- pero sí más bobas).
Vamos allá. Fiesta de VIP Magazine y, tras un cóctel y durante la cena, entrega de los premios Homens do Ano. Sospecha: el premio al Mejor jugador de fútbol se lo dan a
Rogério, portero y goleador del São Paulo, y no a Ronaldo o Robinho por dos razones: me ahorro el viaje, el alojamiento y las dietas de los Ro/binho/naldo y me aseguro que el bueno de Rogério recoja el galardón en persona, cosa difíl en el caso de los Binhos/Naldos. Sonrisa: el premio al Mejor chef se lo llevó
Alex Atala, pataca minuta, que diría, aunque él lo desmienta,
Caneda (sí, el ex del Compos).
Joder, no vamos allá ni
pa Mao. A ver: no voy a hablar de las azafatas porque, después de perder la retina oriental entre una hojarasca que ejercía de alfombra e iba desde la entrada hasta el hall donde se celebraba el cóctel, decidí poner a buen recaudo la occidental (o sea, la retina que me quedaba) y no mirar más allá de mi copa. Tuve que hacer malabares visuales para ir, antes de acceder a la sala comedor-escenario-dance, al baño. Se lo pregunté a una japonesa, embutidísima de negro y de profesión azafata, pero observándola de refilón y sin inclinar la vista, no fuese a ser.
Me repito, pero toca post japos.
Respecto a las invitadas, tampoco voy a hacer comentarios frívolos porque aquí, en Mi vida como un chino, somos, como
la mujer del César, muy serios. Pero la verdad es que sí: qué trabajo nos manda el Señor, o sea, Mao (esquerda ou dereita, como vocé prefira, tanto ten).
Y nada, que las confirmaciones siguen (São Paulo, como la peli de
Chabrol:
Prostituta de día, señorita de noche: ojo, léase lo anterior como licencia poética para expresar dos realidades distintas, que no tienen nada que ver con el lupanar ni con la buena educación), pero no es el momento de continuar con el muestreo porque si no, no va a quedar pantalla para tanta letra.
Les emplazo, pues, al próximo capítulo de
Pelo poder da bunda: éste é o meu poder, que seguramente versará sobre
a balada: danzarín, alcohólico y noctívago concepto. Ya saben: a la misma hora, en el mismo sinocanal.
Con Mao.