ECHAR LEÑA AL FUEGO. Tranquilo ya porque Valladolid es lo que es Valladolid, me pongo a leer
Exégesis de los lugares comunes del terrible
Léon Bloy, recién editado por Acantilado. Me río a caracajadas en las primeras páginas del libro, al comprobar la eficacia con la que el escritor francés desbarata las frases hechas del burgués, que son su único vocabulario. Pero, a medida que avanzan las páginas, la diversión deja paso a la inquietud: ese burgués soy yo, cuando digo "lo mejor es enemigo de lo bueno" o "los negocios son los negocios" o "no es oro todo lo que reluce".
Entre tanta genialidad, a Bloy le sale un cuento que debería figurar en cualquier antología que se precie, y que plagio:
LOS AMIGOS DE MIS AMIGOS SON MIS AMIGOS
El caballero del Alto Serrín había salvado la vida a un insignificante abogado en el parlamento de Normandía. Cuando llegó el Terror, aquel abogado lleno de gratitud recomendó a su bienhechor a un carpintero, que le recomendó a un zapatero, que le recomendó a un pocero, que le recomendó a un benedictino exclaustrado, que le recomendó a Catalina Teo, la profetisa, que le recomendó a Robespierre, que le hizo cortar la cabeza. Una buena acción nunca cae en saco roto.