www.bestiario.com/eddivansi

ESPACIOS Y GENTES. No tengo excusa, ni perdón, ni por qué dar explicaciones de mis actos pero, objetivamente, no sólo soy uno de los escritores más desconocidos del panorama literario mundial, sino que de calle soy el escritor menos formal que ha existido nunca.

Sólo soy disciplinado con la indisciplina, y lo único que he conseguido hacer todos los días ha sido beber sin descanso.

En lo demás, nunca tengo la constancia necesaria para conseguir nada, y el tiempo y las oportunidades se me escurren entre la espiral de quehaceres monótonos que componen mi vida.

En todo este tiempo no ha habido grandes cambios, sólo modificaciones de espacios y gentes. Cada uno ha llegado a su sitio y encontrado su vacío, y hemos brindado por ello.

Mi bar es ya mi casa, el refugio que ve pasar mis noches y mis días desde que Marta me puso de patitas en la calle.

Marta y sus neuras, sí. Marta y su renacer de gata en celo hasta los cojones de Eddi Vansi. Marta y su decisión irrevocable de mandarme un poco más lejos del cuerno.

Y joder si la añoro ahora que no tengo sus besos que ya eran los besos de otro. Ni su jodido mantra de “Eddi Vansi, eres un vago redomado”.

Pues no.

Ya no tengo tampoco eso.

Ni tampoco casa fija, ni una vida estable y anodina como la que he llevado todos estos años.

¿La echo de menos?

Sí coño. No soy el jodido diablo, creo.

María me dio asilo político las primeras semanas, empeñada en enamorarse más aún de mí, como si fuéramos quinceañeros. Y no estoy para eso. Y joder si joderla es un placer de dioses, pero también es la bajada al mismo infierno emocional.

Nada…

Susana también me ofreció posada y fonda, pero bastante cansado es aguantarla a diario como para también convivir con sus manías pasada la jornada laboral.

En situaciones como éstas es cuando empiezas a contar quiénes son los verdaderos camaradas, y ves que te sobran dos dedos de cinco. Y uno casi te lo cortas con los nervios.

Pero los que quedan, son cojonudos, y los quiero.

Y ya sé que mi vida no es excusa para no haber seguido escribiendo, pero mis historias eran tan tristes como un serial venezolano. Y nadie merece mis miserias, que son mías y ganadas a pulso; ni tienen por qué aguantar a un borracho llorón y nostálgico que de pronto pone un disco de Moustaki y amenaza con prenderle fuego a los libros de Cortazar.

No…

Este rincón se merece a un cabrón entero, no las sobras de un hijodeputa casi alcohólico en sus ratos libres.

Publicado el martes, 2 de septiembre de 2008, a las 21 horas y 14 minutos

COMO DECÍAMOS AYER. Soy Eddi Vansi.

He vuelto.

Así que, saludo a los presentes, doy un trago, relleno el vaso, y me dispongo a jugar otra partida.

Publicado el martes, 26 de agosto de 2008, a las 13 horas y 27 minutos

BATACAZO POSTELECTORAL. Me aburre la política. Ya sé que es previsible que yo lo diga, pero es que es jodidamente cierto. Me hastía. Paso de ella. Me informo, joder, porque vivo en este mundo y tengo la costumbre de leer el periódico; pero no me preocupo en exceso, ni me cabreo, ni tomo partido por unos o por otros. Yo a lo mío y ellos a lo suyo, porque al fin y al cabo ninguno va a pagarme la luz ni las putas, ni va a llenarme la panza o este vaso de ginebra.

Es por eso que me dan igual y que les follen.

Y, sin embargo...

A Susana la Bohemia le encanta la política y, lo que es peor, mi bar. Bueno, más que mi bar, yo; y más que la política, cagarse en todo lo que se mueve fuera de esa izquierda sacrosanta que ella defiende con más o menos tino -dependiendo de la hora y los orujos-, y, en todo caso, con fervor, con aspavientos, con gritos tan sinceros como inoportunos que dan al bar, aunque me pese, un aire de Parlamento ruso a punto de liarse a hostias.

Y luego pasa lo que pasa.

Como el otro día, el lunes después de las elecciones, Madrid toda de derechas y Susana la Bohemia desde las diez de la mañana –y ya eran las doce- sentada en su banqueta echándose orujos a la espalda como un estibador de muelles, leyendo periódico tras periódico, con una depresión de caballo y deshecha y dolida y humillada como si hubieran entrado victoriosas, de nuevo, las tropas de Franco aquella mañana allí por la Moncloa.

- ¿Qué nos ha pasado, Eddi Vansi? –me gritaba, porque yo estaba lo más lejos posible, al otro extremo de la barra, haciendo un montado de lomo a una estudiante llena de espinillas.

- ¿Qué nos ha pasado? –repetía como un jodido mantra.

- ¿Qué nos ha pasado de qué, Susana? ¿De qué? –respondí, al rato.

- Joder, Eddi Vansi, parece mentira... Llevo toda la mañana diciéndotelo... La debacle de la izquierda...

- Ah, sí... –contesté como si acabara de enterarme-. No sé de qué se extraña, la verdad. Ya le dije yo que el tal Sebastian era de barro, acuérdese...

- Pero era “nuestro hombre de barro”, Eddi Vansi –me respondió, como haciendo de Kissinger-; y deberíamos haberle apoyado con todas nuestras fuerzas...

- No lo dudo, Susana... Pero ya sabe, aquí cada uno vota lo que quiere... Tiene que aceptar que no siempre han de ganar los suyos...

- Es que no entiendo cómo se puede votar a esa gente... No entiendo cómo los trabajadores pueden apostar por la derecha, joder, que no hay más que verlos... La esperanza, la botella, el gallardón...

- La botella... Yo votaría a la botella sin ninguna esperanza...

- No estoy para bromas, Eddi Vansi, joder –me respondió muy seria-. Y ponme otro orujo, anda... Y cambia a la cinco que creo que ahora dan una tertulia.

- No me joda, Susana... Olvídese de eso...

Y mi gozo en un pozo, porque por si fuera poca la crisis política madrileña que Susana vociferaba, entró de pronto Segis, nuestro filósofo de guardia, kioskero en esos ratos en que no cavila, buscándonos con la mirada, y dirigiéndose hacia nosotros con ademán firme y un saco de teoremas y teorías políticas que dejar sobre la barra, para maravilla nuestra, se supone.

- Buenos días –saludó ufano.

- Buenos días –respondí indiferente.

- No será pa tanto –respondió Susana la Bohemia.

- Lo de siempre, Eddi –me dijo-. Susana, no sea usted así, mujer. Imagino cómo debe de estar pasándolo, pero ya sabe que nunca llueve a gusto de todos, y que unos se mojan más que otros tras la tormenta electoral.

Lo de siempre es un tercio de Mahou y un bocadillo de chorizo o de sardinas, en días alternos. Lo de siempre es también un cuarto de hora o veinte minutos de monólogo éticofilosófico del que pocas veces me escapo, porque a esa hora, con tan poca gente, no puedo hacer otra cosa que prestarle atención o que retirarle el saludo para siempre.

Cuando le puse el tercio, y a Susana el orujo, y a mí un Tanqueray con mucho hielo, Ségis andaba ya exponiendo la diferencia entre la democracia directa y la representativa.

Cuando volví con el bocadillo de chorizo el asunto estaba ya, al parecer, en un análisis comparado de “La democracia en América” de Tocqueville, y el “Leviatán” de Locke, aderezado con gritos y objecciones de Susana la Bohemia, más fuera de sí que de costumbre.

- Pero, joder, Segis –le gritaba, enfurecida-; no te vayas por las ramas. Que me da igual lo que pensara Walt Wiltman, coño; que lo que no es de recibo es que este puto Madrid sea tan de derechas y vote a esta gente... Que qué vergüenza... Que esta ciudad no tiene memoria ni cojones, Segis. Eso es lo que digo.

- Pero, ¿tú la oyes, Eddi Vansi? ¿Tú la oyes?

- ¿Que si la oigo? Coño si la oigo. Yo, y todo el barrio, joder...

- ¡Es que este hombre me saca de quicio, eso es lo que pasa!

- Susana, baje la voz, hostia –le dije, hasta las narices ya del tema-. Si sigue gritando voy a tener que echarla del bar, se lo advierto.

- ¡Lo que me faltaba, Eddi Vansi! ¡Que también tú!

- No me canse, Susana... Y tú, Segis, coño, deja a la señora en paz de una puta vez, que ya eres mayorcito, hostia.

- Si yo sólo intento hacerla entender que la izquierda madrileña necesita una catarsis...

- ¡Y una mierda! ¡Tú lo que eres es un quintacolumnista al servicio de la reacción! –gritó con todas sus fuerzas y sus miedos y sus rabias Susana la Bohemia, de modo tal que derribó con su aspaviento su vaso y el de Segis, y con el último giro de sus brazos terminó por derribarse ella misma de su banqueta, dándose como sin querer un sonoro hostiazo contra el suelo.

Así fue la cosa.

Segis y yo la miramos caerse porque no pudimos hacer nada, nos miramos, la miramos de nuevo, ella gritaba y se dolía, Segis se abalanzó hacia ella para incorporarla, yo salí a toda hostia de la barra, junté dos mesas, vi cómo dos o tres clientes se acercaron a ayudarnos, oí cómo un hijo de puta se me fue sin pagar, volví a entrar en la barra a por el botiquín, salí de la jodida barra y ya la habían tendido en la improvisada camilla.

Con mucho cuidado, Segis y otro señor con bigote la exploraron detenidamente, sorteando con resignación sus alaridos y sus improperios.

- No se ha hecho sangre –dijeron al rato y al unísono, sonriendo; y todos, menos Susana la Bohemia, respiramos con alivio.

- Verá como no es nada, mujer –le dije, acariciándola el pelo.

- Ya se oye al SAMUR –dijo otro.

Y vino el SAMUR.

Se armó en la puerta la marimorena, como suele ser costumbre cuando hay una jodida sirena con sus jodidas luces de por medio.

Sacaron a Susana del bar en camilla. La introdujeron en la ambulancia. En el trayecto hablé con uno de los médicos. Que, en principio, no me preocupara. Que parecía sólo una contusión muy fuerte en las nalgas. Y en el codo derecho. No rotura. Pero que por su edad había que mirarla más detenidamente, y que era necesario llevarla al Clínico. Eso dijo. Añadió, por último, y casi en un aparte, que la señora apestaba a alcohol, y que parece mentira que yo consienta eso en mi negocio.

Yo le contesté que legalmente no era mi negocio, y que qué cojones le importa a usted lo que hace o deja de hacer una señora de setenta y tantos años.

La cosa no pasó a mayores porque la ambulancia tenía que irse y yo que volver al bar, y el tipo en cuestión me sacaba la cabeza.

Se fue la ambulancia.

Segis, compungido, me pidió por favor que le mantuviera al tanto de la evolución de Susana.

- Se pondrá bien, Segis –le dije, tranquilizándole un poco-. Ha sido un accidente, no te preocupes, de veras....

Se fue al kiosko.

Volví al bar.

Cerré la puerta con llave.

Recogí a toda prisa.

Salí, y cerré el bar.

En el trayecto al Clínico llamé a María quince veces, y a la decimosexta me descolgó y le conté la película. Con tiento. Como debe hacerse en estos casos. Como uno sabe hacer para no preocuparla demasiado, y que sepa que sólo entre mis brazos se va a sentir segura.

En Urgencias me dijeron que Susana ya estaba dentro y que no me dejaban pasar a verla, pero dejé mi nombre para que me avisaran en cuanto la subieran a una habitación o algo.

A los tres cuartos de hora se presentó María con un escote de espanto, unos vaqueros ajustadísimos y unas sandalias de virgen y, como yo había previsto, nada más verme se echó a llorar desconsolada en mis brazos.

La besé en la frente, en el pelo, como si fuera su padre, coño. Conseguí que nos sentáramos. Conseguí tranquilizarla. Estaba preciosa tan desprotegida, con los ojos llorosos y mirándome como desde detrás del mar.

Otros tres cuartos de hora después gritaron mi nombre por los altavoces, y a los veinte minutos, empujada por un celador todo de verde, salió al fin Susana la Bohemia en silla de ruedas, desmejorada, cansada, triste, sí; pero viva.

- Dichosos los ojos, Susana –le dije sonriendo, contento de veras por verla salir-. Menudo susto nos ha dado, joder...

María le dio un empujón al celador y se hizo con la silla. Yo pregunté por el diagnóstico de Susana al celador, que no sabía nada. Susana la Bohemia traía consigo unos papeles. Los leí, más o menos. Que reposo. Dos semanas. No rotura. Contusiones de la hostia. Codo derecho vendado. Que modere la ingesta de alcohol, si fuera posible. Que para casa pitando.

Así que nos fuimos.

En el taxi la radio hablaba, y cómo no, de la debacle electoral del partido socialista en Madrid, pero ni Maria, ni Susana ni yo dijimos nada.

Sólo el taxista, que unos minutos antes despotricaba contra el caos automovilístico, de nuevo, en su afán de entretenerse o de hacer enemigos, volvió la cabeza hacia nosotros, nos mostró su jodida sonrisa y nos dijo:

- ¡Vaya hostia que se ha dado esta gente!

Pues sí.

Publicado el miércoles, 6 de junio de 2007, a las 16 horas y 35 minutos

HONESTAMENTE. Esta entrevista que me remitió Blanca Salvatierra días antes de la entrega de premios del concurso de marras, nunca verá la luz en su periódico, pero aquí sí, básicamente porque me da la gana. Porque es algo mío, y fui lo más honesto posible. Porque tal vez no gusten ni mis formas, ni lo que digo ni cómo lo digo, pero en cualquier caso soy yo, y no sé ser de otra jodida forma.

Y no hay más cera que la que arde.

Si hubiera ganado el concurso de blogs habría sido la hostia, a qué negarlo; pero esa guerra iba más con Marta que conmigo, y de todas formas yo me doy por vencedor absoluto si he ganado siquiera un jodido lector con esta historia, y no he perdido ninguno de los que venían conmigo desde antes.

Ellos son el premio de todo escritor que se precie, qué cojones.

Y a todos ellos les debo, como poco, un aplauso, unas letras, una ronda, muchas gracias.

Joder, porque no es tan fiero el ogro como lo pintan.

Y, en fin, ahí va eso:


BIOGRAFÍA DEL AUTOR:

Nombre: Eddi Vansi
Edad: 44
Lugar de residencia: Madrid
Edad del blog: Un año y seis meses.
Profesión / Estudios: Camarero y Noctámbulo.

CUESTIONARIO:

¿Por qué comenzaste a escribir tu blog?
- Era su momento y Bestiario su lugar. Y, por lo demás, más bien es el blog el que me escribe a mí.

¿Cómo elegiste su temática?
- Tengo la costumbre de mirarme todos los días al espejo.

¿Podrías recomendarnos 3 blogs en castellano? ¿y decirnos otros 3 que detestes? ¿por qué unos y otros?
- No me gusta dar recomendaciones, ni perder el tiempo detestando a nadie. Que cada palo aguante su vela.

¿Cuánto tiempo dedicas a mantener tu bitácora?
-El que me queda.

¿Qué significa tu blog para ti? ¿qué te aporta?
- Un momento entre un Tanqueray y otro. ¿Debe aportar algo?

¿Te sientes parte de una comunidad de blogueros?
- No.

¿Qué te parece la blogosfera en España?
- No tengo opinión al respecto, más allá de que será redonda…

¿Crees que los blogs son una moda pasajera?
- Creo que las modas son pasajeras por definición.

¿Sabes cuál ha sido el post de mayor éxito de tu blog? ¿sobre qué trataba?
- Ignoro el éxito o el fracaso de mis posts. Yo los escribo, que bastante tengo.

¿Qué opinas sobre que se cree un código de comportamiento en los blogs? ¿Cómo te comportas ante los comentarios de trolls?
- ¿Alguien va a crear tal cosa? ¿Trolls?

¿Has establecido una relación personalmente con alguien a quien has conocido a través del blog?
- No.

¿Cuál es tu blog favorito de los que participan en el concurso (además del propio)?
- Mi favorito era, a pesar de la decisión del Jurado, “El Gabinete del Dr. Strangelove”.

¿Ganas dinero con tu blog? ¿Esperas poder vivir de él algún día?
- ¿Vivir algún día de mi blog? ¿Cuánto me pagarían para ello? Sería cuestión de cifras.

¿Podrías comentarnos alguna anécdota que te haya surgido a raíz de escribir en tu blog?
- Me apuntaron a este concurso, apenas pude escribir en estos meses, y he sido nominado para no sé cuántos premios... Anécdota o no, prometo celebrarlo.

Publicado el jueves, 17 de mayo de 2007, a las 16 horas y 26 minutos

RESIDENCIA EN LA GINEBRA. Y para qué coño voy a escribir yo, me digo a veces, alguna noche, frente a mi bitácora y sus telarañas, si, joder, llevo un mes releyendo a saco a Neruda y las comparaciones son odiosas e inevitables, y yo salgo siempre tan mal parado en ellas que se me quitan las ganas siquiera de coger un puto boli para ya no saber a qué enfrentarme exactamente.

¿Pero con qué jodido permiso o entusiasmo puedo yo ponerme a aporrear el teclado, si al lado de este cabronazo mi prosa es una mierda tan grande como un día de fiesta, si me siento un enano aprendiz bajo su sombra, si le envidio y le admiro a más no poder, y así no hay quien se concentre ni se estime ni se escriba?

Porque este hombre es un gigante, coño, y leerle es asistir a un espectáculo como de magia, a una borrachera como de ginebra pero con palabras y con todas las voces de todos los silencios del mundo.

Y yo sólo piso sus huellas, y le sigo haciendo eses y no me acerco a él ni de lejos.

Porque aunque me comparen con Bukowski y me pongan a parir por ello, y se queden con el puto borracho al que idolatré en la época en que se idolatra a Bukowski, no es él el único que me influye, ni me siento el genio que quisiera al lado de todos mis dioses.

Y en lugar del boli cojo el puto tabaco y termino con otra botella que me hace más alcohólico pero menos consciente, porque tal vez soy el borracho más gilipollas del mundo, o un puto masoca venido a menos que ya no disfruta ni con su jodido goce hecho de golpes morales.

Tal vez me he hecho más viejo aún de lo que creía y me jode darme cuenta de que he llegado a este punto siendo el mismo de siempre.

Entonces cierro sus libros porque ya estoy hasta los cojones, y me pongo algo de la música de Boris Vian, o de Chet Baker, no sé, con la esperanza de que me dicten a través de sus pentagramas el párrafo adecuado que me saque de pobre, o que al menos me hagan volar como ellos saben.

Y me sigo conformando con joder con mis putas, y mirando a Marta esperando que la tortilla dé una doble voltereta, y que me pille mirándola.

Y escribiendo cuando la apatía o la botella me dejan.

Y me encabrono porque me encanta escribir y no tengo un duro ni dónde caerme muerto, y el bar no da para tanto, y los números rojos siguen en rojo, y mis vicios no me los fían, ni puedo comprar las putas ideas que no vienen a mi cabeza, y que ni siquera, joder, están en venta.

Pues eso, coño.

Publicado el jueves, 10 de mayo de 2007, a las 0 horas y 02 minutos

PLAYBACK. La otra noche terminé tarde de trabajar. Tan tarde que era demasiado temprano para volver a casa y ver a esa Marta que se deshace de mí entre pegote y pegote de rimel. Por eso, decidí dar un paseo, deambular por donde los pies me llevasen, sin más brújula que la pura suerte, a cualquier tugurio, daba igual, joder, era viernes.

Caminé un buen rato contándome mis cosas, mirando al suelo, al margen, sin prisa, como suelen hacer los que van a suicidarse o a comprar el pan o a entrar en un colegio y liarse a tiros con la gente.

En un momento dado entré en un bar a comprar tabaco. En otro, me paré a mirar dos piernas y un culo formidables... La calle hervía de gente aún a esas horas, y yo solo era jodidamente feliz, qué pasa.

En una acera cualquiera, al parar a encenderme un pitillo, vi un neón impresionante que rezaba: “Karaoke”…, así, con todas sus letras de luz dando por saco.

Cavilé un largo rato como si, más que entrar a un garito hortera, estuviera decidiendo mi declaración como imputado en alguna causa y es que, joder, uno tiene una mala reputación que conservar. Intenté resistirme, mirar a otra parte, pero allí estaba ese reclamo inexorable y, total, no tenía nada que perder, tampoco nada que ganar, y qué coño, entro donde me sale de las narices.

La primera impresión fue la de un puticlub cutre, uno de esos de mala muerte en los que las prostitutas más que insinuarse se resisten, por más que sepan que les vas a pagar de sobra.

La segunda es la que te hace preguntarte de nuevo qué cojones estás haciendo allí, por qué a veces haces cosas en las que no te reconoces y te preguntas quién coño es ese tipo con tu nombre que anda contigo y te lleva a donde no irías ni borracho.

Y, lo más jodido, lo que no tiene vuelta atrás ni explicación alguna es que, además, lo estás haciendo sobrio.

Me acerco a la barra como el que se acerca a un salvavidas y le pido Tanqueray con dos hielos a una camarera exuberante que ni se inmuta.

O está sorda (cosa que sería de agradecer en un sitio como éste), o le trae al fresco todo, como si pido arsénico, porque la cabrona se toma su tiempo para ponerme la ginebra.

- ¿Viene usted solo? –me dice, cuando me la sirve.

Miro a ambos lados.

- Si no me ha seguido nadie, sí...

- ¿Va a cantar algo, caballero?

¿Cantar algo? ¿Yo? Coño, claro que sí. Para empezar algo de copla y ya, cuando caliente las cuerdas, me pongo con algún tema serio. No te jode…

- No, no gracias. Pasaba por aquí, sólo eso...

- Pues tiene usted una voz excitante...

Vaya, qué suerte, me dije: puede que esta noche no vaya tan mal como pensaba.

- ... Podría probar... Seguro que se gana el aprecio del público y, no crea, de vez en cuando entra algún productor musical en busca de talentos... No sería el primero que...

- Prefiero ser el primero que se acaba esa botella de Tanqueray, niña... Y después te canto lo que quieras... –la corté sonriendo.

Su sonrisa acompaña mi último trago.

- Ponme otra, anda...

- Tendría éxito, estoy segura…

- No sabes lo que dices...

Me sirve la copa y un idiota al fondo de la barra la reclama justo en el momento en que pensé que tal vez, si ella quisiera...

Y me deja solo. Joder.

Miras indiscreto alrededor. Te vas haciendo el cuerpo y reconoces que más que un puticlub, aquello es el “Hogar del divorciado”, con sus cuarentonas calientes en busca de alguien que las rellene y los borrachos pasados de rosca haciendo de aprendices de Bisbal. ¿Pero es que esta gente nunca ha tenido veinte años?

Un grupo de colegazos canta a voz en grito una canción de Estopa, desentonados y felices, con dos cojones, ahí, desgañitándose. Como si el mundo se acabase y tuvieran que salvar a la humanidad a base de chillidos.

Me concentro en la bebida porque, con la edad, de lo que te das cuenta es que lo único que tienes en común con las estrellas del rock es tu devoción por el alcohol.

Al otro extremo de la barra, una rubia despampanante hipnotiza con su lengua a un chaval que bien podría ser su hijo. “Qué suerte tiene ese cabrón”, me digo con envidia.

Este sitio es la hostia, joder.

Cuando ya estoy pensando en irme la camarera se acerca por mi espalda, me sorprende, me dice:

- ¿No se anima?

- ¿A qué? –respondí con sarcasmo- ¿A suicidarme?

La chica se ríe de nuevo. Hablamos. Se llama Vicky. No debe de tener más de veinticinco años. También tiene un culo estupendo y unos pechos enormes y unas medias de red que me ponen cachondo, y que me provocan una necesidad apremiante de meter mis manos entre sus piernas y pegarle un buen pellizco. Me tengo que contener. Pero qué coño, me animo al menos a intentar conquistarla siquiera por el gusto de perder.

Y ya me importa un carajo que la luz rojiza del antro me recuerde a mis peores pesadillas puteras, o verme reflejado en las conductas de algunos de los varones allí presentes, o que la rubiaza le de sopas y tetas al chaval con suerte y, a la vez, a mí me saque obscenamente la lengua.

- Ponme otra, anda... –le digo-. No sé cómo puedes trabajar aquí, joder...

- Sólo los viernes y los sábados –me dice-. Tampoco está tan mal, no crea. A veces te ríes, y a veces entra una voz como la suya y la noche gana muchísimo...

- ¿A qué hora terminas?

Un tipo con la misma voz que Nino Bravo con cáncer de garganta interrumpe este momento crucial desentonándose con emoción incontenida, y apenas me deja escuchar las palabras de Vicky.

- ¿A las cinco? –le pregunto contrariado-. Perdona, no te oí...

- No, no no... Mi chico, que mi chico viene a buscarme a las menos cinco…

- Ah... –exclamo muy bajito.

- Trabaja de portero en una discoteca de esta misma calle, más arriba...

- Ya, ya... Entiendo...

Entiendo que son las siete menos veinte, que corro cierto peligro, que los porteros de discotecas suelen ser jodidos armarios de cuatro puertas curtidos en cientos de peleas con borrachos, que yo soy un borracho, que no tengo nada que hacer con esas medias de red sino masturbarme soñando que las desgarro con los dientes, no sé, y que como su chico me pille intimando con ella de la hostia que me va a dar voy a cantar mejor que Camarón.

Acepto la derrota, claro, qué remedio. Uno es alcohólico, pero no gilipollas.

Joder, qué mayor me siento a veces.

- Ha sido un placer conocerte, niña....

- ¿No se anima entonces? De verdad que tiene una voz...

- Otro día, Vicky. Otro día...

Apuro la copa. Pago mi cuenta. Le sonrío. Echo un último vistazo al garito, más deprimente según pasan los minutos. Miro la hora. Menos cuarto. Debe hacer un frío de la leche en la calle, pero la bebida me abriga lo bastante como para que me importe una mierda.

Amanece.

Madrid es la hostia, coño. La noche no se acaba en todo el día. Sigue habiendo un montón de gente por la calle, mayormente borrachos. Las piernas de vértigo y los culos formidables han desaparecido de la escena, a buen recaudo encima o debajo de sus príncipes, o de lo que creyeron príncipes y cuando despierten no serán sino ranas. Y qué me importa.

La cosa es que tardo casi veinte minutos en coger un puto taxi y que pasada la ginebra, comienza a hacer un frío del carajo.

En casa Marta no me espera, pero está. Me da que por poco tiempo, pero mientras esté reconforta tumbarse en la cama y correrse hacia ella y abrazarla aunque proteste, y sentir su calor en la sábana, y su culo desnudo siempre tan redondito y apetecible pegado a mi sexo, que empieza a moverse por sí solo.

- Déjame, Eddi, déjame –me medio gruñe entre sueños pero dejándose hacer-. ¿Qué tal, dónde has estado?

- En un karaoke...

- ¿En un karaoke? No me jodas, Eddi Vansi... –y se da la vuelta, me sonríe con los ojos cerrados, me besa despacito-. Estás como una cabra...

Le beso los párpados, la nariz, le muerdo los labios...

- Ya ves... No tenía sueño...

Estoy cachondísimo.

- Y qué tal...

- Bueno, coño... No es un antro peor que los grandes que he conocido…

- Nunca me has llevado a un karaoke, cabrón...

- Tampoco al Bolshoi, Marta...

Y de la última vez que fuimos al cine juntos hace ni te cuento.
Y si te pones a pensar, Marta, la jodimos haciéndonos esto, dejándonos llevar por la rutina y la desidia y el me da lo mismo, ve donde quieras, no me apetece...

Pero no se lo digo, porque nos estamos riendo imaginándonos en el Bolshoi y ya da igual; porque se sube encima de mí, frotando su sexo contra el mío, y por unos segundos nos vemos como lo felices que fuimos alguna vez, y después hacemos el amor como en los viejos tiempos, cuando no existían karaokes y ninguna camarera se me resistía, y joder, Marta, sigue, coño, sigue...

Publicado el jueves, 29 de marzo de 2007, a las 16 horas y 37 minutos

EL DIABLO ES ELLA. -¿Sí?

Estaba tumbado en el sofá escuchando música, a mi rollo, y no sé por qué cojones contesté al teléfono impertinente, por qué nunca aprendo a no descolgarlo, a dejarlo que suene hasta el aburrimiento, y no escarmiento y casi seguro que puede ser cualquiera y joderte la tarde.

Marta, para no variar, me había dejado solo en casa, porque ya no me aguanta y se lo pasa mejor haciendo su vida, entrando y saliendo sin contar conmigo más que para discutir o echar algún polvo a deshoras, joder, ¿cómo coño hemos llegado a esta situación que sostenemos de milagro?

-Eddi Vansi, ¿todo bien?

Carraspeé, porque supe de quién era esa voz y de pronto se me secó la boca. Apagué la música. Busqué rápido el vaso de ginebra que debía estar en algún sitio, lo encontré, le pegué un trago largo que me supo al agua de los hielos derretidos. Parece mentira que aún a mis putos años se me salga el corazón por la boca, pero fue lo que me pasó en esos instantes.

-Cleo… -contesté, porque era Cleo.

-¿Estás bien?

-Sí, lo estaba -le dije, con esa sinceridad que me sale justamente de los cojones en los momentos más inoportunos-Quiero decir...

-Vaya… -me interrumpió-. Entonces, de follar ni hablamos…

Y me reí porque menos mal, porque sólo Cleo es capaz de pensar en un polvo cuando es el fin del mundo y ella es la próxima en declarar ante el juez de guardia.

-No es eso Cleo –le expliqué, recuperando la seriedad y la consciencia que esta mujer consigue extirparme de cuajo- Es que no te esperaba, joder, entiéndelo...

-Qué decepción, Eddi Vansi –debió poner un mohín cuando me dijo esto-. Pensaba que no te habías olvidado de mí...

-Quiero decir... –dije, como si pudiera arreglarlo-. Que no te esperaba ahora mismo, así, tan de sopetón en esta tarde gris.

-Qué cuento tienes, joder... Sigues siendo el mismo cabrón de siempre.

-No te enfades, niña... Oye... ¿Estás en Madrid?

-Sí.

-¿Y eso?

-¿Desde cuando haces tantas preguntas a una conocida?

-Desde que te conozco, Cleo –no te jode-. ¿A qué has venido, anda, dime?

Porque Cleo es sinónimo de que algo va a pasar si es que no ha pasado ya. Porque si Cleo aparece el resto no importa. Y porque soy incapaz de resistirme a su perfume de lilas.

-Negocios, Eddi.

-¡Ah! –exclamé con interés-. Negocios...

-¿Quedamos?

-Me dan miedo tus negocios...

-No temas por mí, que sé cuidarme sola.

-De eso no me cabe la menor duda, Cleo.

-Bueno, Eddi Vansi, ¿te tengo que rogar aún más para poder verte?

-Un poco.

Y se río la muy puta. A sonora carcajada limpia.

-Eres el único hijo de puta al que he rogado algo en mi vida... Lo sabes, ¿no?

-Sí, lo sé, pero el resto no son Eddi Vansi, nosajodío… ¿Dónde te recojo? - Porque ya basta, y me muero de ganas de ver su melena pelirroja y de tenerla entre mis piernas.

Al cabo de una hora estoy puntual en el hall del hotel donde se aloja.

La veo bajar con su figura esbelta levantando la mirada de todos los varones con su pisar seguro sobre sus tacones de aguja y su media sonrisa inclinada hacia la izquierda y sus piernas interminables. Y la imagino de mi brazo y me queda bien imaginarlo: Cleo me sienta bien, aunque sólo sea de abalorio. Si fuera un utensilio útil en mi vida, me la habría arruinado.

Me besa en la mejilla con sus labios rojos.

La beso en los labios para saborearla.

Se coge de mi brazo. Nos ponemos a andar despacio y yo pienso que estoy en racha, que últimamente las mujeres, menos Marta, se me están dando de puta madre, joder, que me quejo de puro vicio y que su perfume de lilas me está poniendo cardiaco, así que me paro y le digo:

-¿Hablamos ya de follar, Cleo?

-Hablemos, Eddi Vansi.

Y sin dudarlo, deshacemos los pocos pasos que distan de su habitación.

Y la desnudo despacio mientras me va desnudando.

Y me hundo en sus pechos mientras ella aprieta mi cabeza contra ellos.

Y la beso y la muerdo y la babeo bajando hacia su ombligo.

Me excito tanto que la penetro casi sin darle tiempo a pensarlo.

Y ella gime, se mueve, me muero de gusto.

Como me gusta follarte, Cleo…

Porque follarse a Cleo es un puto placer de unos pocos, pero a esta mujer deberían jodérsela todos los hombres y mujeres de este asqueroso mundo, para que supieran antes de diñarla a qué sabe la jodida gloria.

Porque tiene un culo cojonudo hecho para el sexo, y una boca delicada en la que correrse es algo así como un nirvana místico.

Sé lo que me digo.

Sé lo que expreso porque he follado más de lo que hubiera querido, y con Cleo siempre es único.

Eso es, coño: Cleo es un polvo único.

Y tras el polvo, besé esa boca roja que antes me follaba, y creo que me estaba ofreciendo un cigarro cuando me quedé dormido.

Cuando desperté, no estaba.

Me levanté. Entré en el baño. Meé. Me vestí. Y, como años atrás, volví a salir por la jodida puerta sin saber muy bien qué cojones estaba haciendo, ni qué me estaba haciendo Cleo.

Y no ha vuelto a llamarme, joder. Y esto es lo que hay.

Publicado el miércoles, 21 de febrero de 2007, a las 20 horas y 20 minutos

< 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 >
Ilustración de Toño Benavides
L M X J V S D
1 2 3
4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17
18 19 20 21 22 23 24
25 26 27 28 29 30 31
  
  





Bitácoras de Bestiario.com:
Afectos Sonoros | Cómo vivir sin caviar | Diario de una tigresa
El mantenido | El ojo en la nuca | Fracasar no es fácil
La cuarta fotocopia | La guindilla | La trinchera cósmica
Letras enredadas | Luces de Babilonia| Mi vida como un chino



© Bestiario.com 2004
bestiario@bestiario.com

Un proyecto de TresTristesTigres