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HUMOR DE PERROS. Tengo mal genio, sí, ¿qué pasa? ¿Acaso me voy a tener que ganar la vida haciendo reír? No tengo madera de payaso. Me pega más esta pose seria de perdedor, de perdedor con mal perder, además, para más inri.

Porque perder cuesta, coño, y mucho: supone saberse inmerso en un mar desconocido, que se te hunda el barco, y no hundirse. Supone salir a flote y embarcarse de nuevo, dar otro paso, iniciarse, mover pieza. Y yo no me hundo. Me agarro a cualquier boya y saco la cabeza y me enrolo en otro barco, aunque sólo sea para decir: “Joderos, hijos de puta, que aún sigo vivo”.

Porque lo que uno no puede ser es un jodido perdedor conforme de serlo. Nadie es feliz perdiendo. Y perdiendo a secas, mucho menos.

Y me enorgullezco de perder con estilo, o al menos, de intentarlo. Aunque les joda a los ganadores de sonrisa brillante verme renacer una y cien veces inasequible al desaliento.

La Bohemia dice que ganaría más si dedicara alguna que otra sonrisa al respetable, o incluso a mí mismo…

-Eddi Vansi, una cosa positiva tiene que me muera antes que tú, y es que me voy a ahorrar tener que aguantarte cuando seas viejo.

-Usted es inmortal, Susana, no me joda. El alcohol conserva, ya sabe. Y si se me muere, le juro que la diseco subida encima de esa banqueta, como me llamo Eddi Vansi –le digo.

-Es buena idea –me contesta sonriendo.

Y me pide otro orujo.

Y, joder, me da la impresión de que al resto de la humanidad le parezco, como poco, una mezcla entre el Lobo de Caperucita y el Gigante Comeniños. Y tampoco es eso.

Tengo mis motivos para estar jodido, por más que no le interesen a nadie.

El caso es que no me hace ni puta gracia la vida que he elegido. Porque, aunque me joda reconocerlo, tengo la vida que me he buscado y no me valen las excusas de que vino el destino a mi puerta a joderlo todo. No creo en el destino, ni en que intervenga en nada, mucho menos en mi vida, que es mía, y que aún con su balanza de contras pesando toneladas, me pertenece ganada a pulso.

No es que yo hubiera planeado grandes cosas para mi existencia, pero sí tenía claro desde los años de facultad que no ejercería nunca la carrera que estudié, que no criaría hijitos, ni mantendría a una gorda mujer adicta a las dietas, a la ginebra, a los gimnasios y a los somníferos.

Yo iba a ser escritor, ése era mi sueño: un jodido y famoso escritor que se retiraría de viejo a terminar sus días en una playa lejana del mundanal ruido, acompañado de una hembra de escándalo.

Soñaba que viviría de mis textos, de lo que masco entre la bebida, el tabaco y las musas. Que lo que tenía en la cabeza era suficiente para vivir del cuento.

También pensé en Cleo como compañera, en tenerla cerca, desnuda, oliendo a lilas permanentemente y follando a destajo solo por el gusto que nos da hacerlo. En que ella sería la inspiración de mis delirios sexuales y literarios.
Pero tengo a Marta, joder, una suerte de Pepito Grillo que, a regañadientes, me obliga a posar los pies en la tierra, una tierra que nada tiene que ver con la mía, y que está llena de hipotecas, de maternidades frustradas, de ropa que ya le viene un poco estrecha y le deprime.

El cómo terminé sirviendo orujo a La Bohemia, con el mandilón en la cintura y el gesto torcido de morderme el labio inferior es otra historia, de fracaso también, pero bien distinta.

En vez de quejarme de mi inútil existencia y de mi vocación frustrada de escritor maldito, opté por mirar de frente al fracaso y trabajarlo, especializarme en él.

Coño, engrandecerlo entre mis méritos, que son pocos, pero también míos.

Fracasar es algo que hago de puta madre, casi sin esfuerzo de ponerlo tan a menudo en práctica. ¡Cum Laude!, me merezco. ¡Un aplauso por ti, Eddi Vansi! El fracaso es un trabajo duro, jodidamente duro, que deja en la cara unas profundas marcas de guerra.

En fin, no pido perdón por mi carácter porque es el que tengo. Y a quién le joda, que se joda. Que fracasen como yo lo he hecho y luego me reconozcan que es cosa de débiles o de tontos.

Marta dice que contra eso, lo mejor es la cirugía mental, y tal vez lleve razón, pero lo más probable es que Marta me mire aún a través de sus lentes de cerca y yo a ella, a estas alturas, desde la distancia.

Publicado el martes, 13 de junio de 2006, a las 18 horas y 04 minutos

UN PULPO EN UN GARAJE. No me gustan especialmente las fiestas, menos aún las que se hacen por sorpresa. Y nada, las que se hacen en mi honor.

Cuando la cabrona de Cleo me introdujo en ésta y me presentó a sus jodidos invitados yo quise matarla, me froté los ojos, pensé fingir un desmayo o montar un brote psicótico para darle a la escena más realismo. Pero no me quedó más opción que verme como un actor de segunda obligado a interpretar un guión que ni siquiera me habían pasado.

-Este es Eddi Vansi, señores – recuerdo que les dijo la muy puta.

Entonces se montó un pequeño revuelo, como si no hubieran visto en su vida a un cuarentón mal cuidado con cara de pocos amigos acompañado de una piba de escándalo.

Alguien, a los pocos segundos, bajó el volumen de la música. Un vaso, al fondo del salón, se estrelló contra el suelo. Escuché alguna que otra risa mal contenida, alguna tos disimulada y, durante breves segundos, mastiqué el jodido sabor de una fama efímera, poseedor de una prestancia improvisada que me hacía protagonista, al parecer, de un momento mágico.

Cleo, encantada con el espectáculo, soltó su melena pelirroja para llamar, más aún, la atención sobre nosotros.

-Yo soy Eddi Vansi, señores – les dije-. ¿Alguien tiene una pistola o una horca o una botella de ginebra?

O una salida de emergencia. O un relajante muscular. O un brazo extendido al que agarrarme para salir de ese agujero infecto.

-Estás en tu casa, Eddi Vansi, relájate –me contestó Cleo.

-Y una mierda –dije, acercándome a un mueble bar surtido de puta madre-. A mi casa nunca llevaría a esta panda de tarados.

-Son adorables. Aún no les conoces.

-Pero ellos a mí, sí. ¿No?

-Bueno –me dijo, mirándome como si fuera su cómplice- algo sí les he contado... Tranquilo, que no van a molestarte si no quieres. Saben que eres un hijo de puta.

Me serví una copa.

-¿Tú qué quieres?

Le serví su copa.

Miré alrededor. Pasada la sorpresa y apagadas las risitas que provocó mi comentario, la mayoría de los invitados nos miraban, pero ninguno hacía otra cosa que eso. Parecía que nos separaba una mampara de cristal, un fuerza electromagnética, algo raro.

Conté cuatro mujeres, además de Cleo. Una, que debió de ser la que rompió el vaso, al fondo, estaba borracha y muy apetecible.

Otra estaba de espaldas, con un culo de puta madre, charlando con un maromo cincuentón que tuvo mejores épocas. Otra tenía pinta de puta. Otra era fea.

Me bebí la copa de tres rápidos tragos. Me puse otra. Me encendí un cigarro. Joder sí que había que estar borracho aquella noche.

-Yo sólo quiero follarte, Cleo. ¿Qué coño estamos haciendo aquí?

-Quiero que conozcas a mi gente, Eddi Vansi. Quiero que conozcas a quiénes he encontrado mientras he estado buscándote.

Lo que quería decir que o bien había estado ingresada en un psiquiátrico la mitad de nuestra separación o se había tirado a toda esa gente, mujeres incluidas. Lo que quería decir, en definitiva, es que no tenía ni idea de qué sentido tenía esto, la fiesta, estar yo allí. ¿Acaso íbamos a rodar una peli porno? ¿Acaso me iban a dar de hostias sus numerosos amantes? ¿Acaso yo también estaba para encerrar en un loquero?

En esos instantes de duda y desconcierto se acercó a nosotros un tipo con cara de simpático y una camiseta negra con una ilustración de puta madre, al estilo de Toño Benavides.

-Alberto, éste es mi hombre –me presentó Cleo.

-Encantado, soy su hombre- resolví decirle al varón que me miraba por encima de sus lentes con afán curioso.

-El placer es mío –dijo Alberto-. Tenía muchas ganas de conocer al hombre que rechazó a Cleo.

Me atraganté como un pardillo en una comedia de sobremesa.

-Tenía cosas que hacer aquella mañana...

-Tiene los cojones bien puestos, Señor Vansi. Nadie dice no a Cleo. Por lo menos ninguno de los que nos encontramos aquí.

-Pues estoy a punto de repetir la jugada, Alberto.

Los dos se miraron. Los dos se rieron, pero a mí la historia no me estaba haciendo ni puta gracia. Se separaron de mí como quien no quiere la cosa y me dejaron solo al lado del bar.

Me acabé la copa. La rellené. Miré alrededor de nuevo. Conté seis hombres, que sólo tenían en común un toque intelectualoide y millonario. ¿Cómo podía Cleo haberse follado a semejante plantel?

Con la tercera copa en la mano me sentí mejor, más tranquilo, más a tono con aquella reunión de viciosos.

Aquello comenzaba a resultarme cada vez más surrealista. También más interesante: Todos los años que me habían separado de Cleo comenzaban a tomar forma, a plasmarse en una realidad que distaba kilómetros de la mía. De aquella pelirroja bohemia de piernas interminables no quedaba apenas nada. O por lo menos, en aquel lugar, ni Cleo era aquella Cleo, ni yo era yo siquiera. Pero tenía que intentarlo antes de irme, joder. Era imposible dejar la historia a medias, porque mi historia, sin la de Cleo, ni es historia ni es mía. Además, ¿cómo podría digerir otra eternidad con ella en la cabeza sin terminar de reconocerla?

La busqué con la mirada, y la encontré besándose medio tumbada en un sofá con el tal Alberto, acariciándose las respectivas entrepiernas con un afán digno de mejores causas.

“No me jodas”, me dije.

Me acerqué furioso al sofá. Ella me vio y se levantó toda dulce.

-Eddi Vansi…

Me asió el cuello de la camisa y me besó.

-Déjate de tonterías – le dije, agarrándola de los brazos para que no se escabullera, para que esta vez no fuera ella la que me dejara tirado en mitad de esa marabunta ansiosa de no sé qué exactamente- ¿Por qué coño me has traído aquí?

-Para que veas. Para que sepas que no he encontrado a nadie como tú. Que todos estos babosos que me adoran no te llegan ni a la suela de tus jodidos zapatos, Eddi Vansi…

-¿Y a mí que coño me importa? ¿Te crees que a mí me importa un carajo esa mierda? Estás fatal, Cleo. Yo me voy. ¿Te vienes de una puta vez o te quedas?

-Ponte otra copa, Eddi Vansi, anda –y me dio otro beso largo y delicioso-. Disfruta, joder. Estas cuatro mujeres las he traído para ti. Son amigas encantadas de conocerte. Cualquiera de ellas hará todo lo que sueñes. Déjate llevar y bebe y fóllate a la que quieras.

-Menos a ti.

-Menos a mí, sí. Hoy, sí.

¿Quién entiende a esta mujer de pelo rojo?

En la cuarta copa sentí rabia, pero Miles Davis, al que alguien tuvo la genial idea de pinchar, me sopló desde el más allá que Cleo tenía razón, que lo mejor era dejarme de hostias y lanzarme a tumba abierta.

En la quinta copa ya estaba charlando con la fea y no sentía más que sed. Se llamaba Cris. Treinta y siete años. Divorciada. Dijo que me conocía de vista, de los años de la facultad. Que podíamos irnos al piso de arriba y probar su boca. Que tenía ganas. Que leía este blog.

A la séptima copa dejé a la fea, fui al baño, vomité, me lavé la cara, volví al salón de marras, perdí de vista a Cleo, y busqué a la borracha.

La encontré detrás de un sofá, al fondo, gimiendo, debajo del señor cincuentón que al principio hablaba con aquella del culo de puta madre.

Seguí bebiendo y balbuceando sandeces e improperios a los invitados con los que me chocaba.

El amanecer me pilló sentado en un sillón de esos incómodos y modernos, conversando (es un decir) de música con un tal Marino, el amante melómano de Cleo.

Serían las nueve de la mañana cuando el mayordomo me acompañó y me sujetó hasta la puerta, me ayudó a atravesar el jardín y me despidió a pleno sol en la puta calle dándome una palmadita amistosa en la espalda.

-Lleve cuidado, señor Vansi. Buen día.

-Anda y que te follen.

Bajar el Albaicín se me hizo interminable entre el alcohol y las cuestas… Me sobrevino un ataque de risa incontrolado y compulsivo pensando en lo jodido que sería atravesar aquellas calles subido encima de unos malditos tacones.

Joder… Nadie dijo que fracasar fuera fácil, y mucho menos, si lo intentas hacer de una manera elegante.

Publicado el miércoles, 31 de mayo de 2006, a las 16 horas y 53 minutos

¿NO VAS A BESARME? Llegué antes de la hora acordada a mi cita con Cleo.

Me senté en la terraza del bar a observar la Alhambra y la luna y esa casa ruinosa que interfiere en el paisaje, y que me sigue recordando a la mansión de Psicosis.

Me encendí un cigarrillo. Me pedí una cerveza.

Unos músicos callejeros tocaban jazz y hacían de la noche un lugar habitable.

Granada está cambiada, más ciudad, más cosmopolita, más sucia y ruidosa.

Sin nada a mano que leer, sin otra cosa en la cabeza que el dibujo de cómo sería Cleo después de tanto tiempo, la espera se me hizo eterna.

“Cálmate Eddi Vansi” me dije “Cleo es como los perros, huelen el nerviosismo humano”.

Y es que estaba jodidamente nervioso. Parecía que en vez de ver a esa vieja amada iba a descolgar el teléfono rojo de la Casablanca. Pero, eso no me excitaría tanto, seguro…

-Eddi Vansi…

Coño, su voz apareció en mi espalda. Bebí un sorbo grande de cerveza, cogí aire, puse cara como de que qué me importa a mí esta tía, y me giré… Y allí estaba. Delgada, alta, pelirroja, bella. Con unos vaqueros que se ceñían a sus piernas como un guante y una camisa de seda que insinuaba unos pechos descubiertos…

-Cleo… -dije, y le sonreí.

-Jodido Eddi Vansi… -me dijo, y me sonrió-. ¿No piensas besar a esta vieja amiga?

-La Alhambra no me lo perdonaría, Cleo...

Nos besamos. Estaba tan caliente que me la habría tirado en la mesa de aquella terraza, pero nos dimos un beso en los labios, fugaz, imperceptible, de quinceañeros.

- ¿Estás tomando algo?

-Una caña, ¿otra para ti?

-No, termínala, nos vamos a una fiesta a casa de unos amigos.

-Estupendo...

Claro, a una fiesta. No a follar, no; a una fiesta. ¿Cómo no se me había ocurrido a mí? Hace mil años que no nos vemos, y lo que más me apetece es ir a una fiesta en la que no conozco a nadie. Jodido. Me quedé jodido, pero, ¿iba a decirle que no? Uno no puede negar nada a una melena pelirroja recogida en un moño mal hecho adrede.

Apuré la cerveza que quedaba en el vaso. Me levanté. Cogí a Cleo. Le di otro beso, esta vez sincero y caliente. Paseamos. Subimos callejuelas. Nos besamos más veces y mejor.

-Estás muy guapa, Cleo.

- Tú tampoco...

- Muy guapa..., y muy sincera. ¿Has pactado algo con el diablo?

-No, no hago tratos con conocidos, Eddi Vansi…

Llegamos en pleno Albaicín a una casa moderna fruto de la especulación del barrio que, con su aire de Bau Haus, y como la antedicha casa de Psicosis, rompía en añicos el encanto del paisaje.

Un mayordomo nos abrió la puerta. Atravesamos un jardín. Cleo me cogió la mano como si fuéramos novios. Entramos en la casa. Yo estaba entre encabronado y nervioso, diciéndome si no debería mandar todo al carajo e irme.

Se oyeron algunas voces al fondo:

-Es Cleo… Divina Cleo… ¿Traes compañía?

Llegamos a un salón acojonante, de revista, tan amplio como una jodida plaza de toros. Alrededor de diez personas se volvieron hacia nosotros y nos miraron expectantes.

- Lo prometido es deuda –les dijo Cleo. Se separó un metro de mí e hizo el gesto de presentarme-. Este es Eddi Vansi, señores.

Publicado el lunes, 15 de mayo de 2006, a las 12 horas y 13 minutos

YO MI ME CONMIGO. Está mal que yo lo diga, pero no paro de recibir emails de mis innumerables, por desconocidos, lectores, alarmados por mi falta de noticias y de post.

Que qué me pasa. Que si es que ya no escribo. Que si es que me ha dado una cirrosis galopante o una resaca como un pozo sin fondo. Que ánimo. Que adelante. Que aquí tienes mi email por si quieres emborracharte conmigo. Que conozco a un curandero africano que es la hostia. Que eres un hijo de puta. Que escribes de pena. Que no engañas a nadie con tu pose. Que fijo que estás forrado y vives del cuento. Que aquí tienes mi número por si quieres follarme.

Joder, no doy abasto.

Y, no, no ocurre nada. Bajé a Granada el pasado puente. Vi a Cleo. He vuelto hace unos días. Sigo con mi bar y con mis neuras. Pueden estar tranquilos mis miles de lectores.

Sólo, que yo pensaba que esto de escribir sería más fácil. Que se me iba a dar mejor. Que me iba a dar más tiempo.
Yo pensaba: “Eddi Vansi, escribir un puto blog es pan comido, tan sencillo como contar lo que te pasa, con quien hablas, a quien te follas, cuántas botellas de ginebra eres capaz de beberte en una noche, y cosas por el estilo”.

Y también: “Eddi Vansi, es tu hora; tú no tienes nada que envidiar a esos cabrones que publican libros o escriben en la prensa, a ti se te da de puta madre mentir en un papel, mentir en general, y ahora tienes la jodida suerte de contar con esta página para hacerlo”.

Debería haberlo pensado más, creo. Tengo tendencia a la autocomplacencia cuando pienso. Pero claro, es lo que podría esperarse de un perdedor como yo.

- Te lo tienes muy creído Eddi Vansi –recuerdo que me dijo Marta, allá por noviembre, el día que le comenté este asunto-. Ten cuidado, no vuelvas a joderla. No digo que no tengas razón, que para ti escribir es como joderme, pura rutina, que lo sé ¿eh?; pero que el movimiento se demuestra andando, y habrá que verte, y tendrás que dejar de beber tan a menudo. Y disciplinarte, coño.

- Cada vez tienes más cosas en común con mi madre, Marta.

- No te digo nada que no sepas, Eddi Vansi.

- Bukowski era un borracho, un indisciplinado, un perdedor que tuvo la suerte de saber engañar a su público, Marta. Y mírale...

- Tu soberbia no conoce límites: Bukowski tuvo más cojones que tú de aquí a Lima.

Yo pensaba que Marta no sabía de lo que estaba hablando, ni con quien, y que uno tiene que creerse el mejor en todo lo que hace, aunque seas un mierda. Aunque fracases, como tengo por costumbre. Aunque te den sopas con onda esos cabrones que publican libros o escriben en la prensa.

Escribir no es tan complicado coño, llevo haciéndolo toda mi vida.

Yo pensaba que la cosa era creérselo y organizarse; acostumbrarme a escribir ciertos días a ciertas horas, en el bar, en casa después de la cena, no sé, y que todo iba a salir redondo. Como salía en mis años de universidad, cuando publicaba relatos porno en aquel fanzine irreverente y era todo de puta madre, y yo tenía 20 años menos y el orgullo intacto del que se sabe poseedor de la verdad absoluta en el bolsillo trasero del pantalón.

Pero, joder, qué razón tenía Marta, y cuánto me está costando esto de un tiempo a esta parte. La primavera me está sentando como una patada en los huevos. En el puto mes de abril sólo he subido dos jodidos textos, y eso no hay lector que lo resista.

Prometo enmendarme, en fin.

Espero que aún esté a tiempo y que quede algo de ginebra en esa puta botella.

Publicado el lunes, 8 de mayo de 2006, a las 0 horas y 07 minutos

LIBROS. Tal vez un libro sea el objeto más preciado que conozco, que poseo, que existe. No un libro concreto, ni tampoco cualquiera, pero sí ese jodido libro en general que todos tenemos en la cabeza, esa novela que leímos o que leeremos, esa colección de poemas, esa historia impresa envuelta en unas tapas de cartón que a veces te atrapa, y que entonces te cambia y te hace crecer y te subyuga. Reivindico el libro como objeto mágico, como una puerta que abrimos, como un llegar al fondo de lo desconocido, como una borrachera de puta madre.

Me gusta fundir el alcohol con la lectura, beber cuando leo, porque con la mezcla, el sabor de lo que veo impreso cambia, y soy más yo y el libro es más mío.

Creo que ningún otro objeto de los que me rodean reúne sus condiciones.

Es como aquella gilipollez que preguntan de, qué te llevarías a una isla desierta. Vale, una mujer. Yo me llevaría a una mujer, a muchas mujeres; pero una mujer no es un objeto, al menos algunas, por más que hay muchos objetos que son mejores que muchas personas.

Joder, entonces me llevaría un libro. Me llevaría un trailer de jodidos libros para no sentirme solo, para que fuera una isla poblada de innumerables vidas que podría revivir sólo leyendo. Porque eso es también y sobre todo un buen libro: compañía. Voces. La jodida vida tal cual es plasmada a golpe de tinta, sin dilación, sin dudas: con algún retoque, con algún cambio de última hora, pero la vida en enaguas, prácticamente desnuda, vomitada desde el estómago del autor.

Me los llevaría para que pudiera viajar en esas naves de papel a donde me diera la gana y cuantas veces quisiera, porque los buenos libros son a veces los mejores viajes.

Y devorarlos, un puto orgasmo magistral.

Y a la sombra de una palmera me sentaría a leer o releer un libro, este libro, o este otro, con el mar enfrente, con mi pinta de jodido Robinson Crusoe pasado por el tamiz del Albaicin y Malasaña, echando tragos a una botella de ginebra de coco, si es que existe, y así día tras día saboreando atardeceres.

Hoy Marta me ha regalado “El escritor y sus fantasmas”, de Ernesto Sábato. Dice que lo vio en el catálogo del Círculo de Lectores, que leyó la sinopsis, y pensó que tal vez me ayudaría. Marta siempre está convencida de que podría ayudarme a través de un libro: no sé bien a qué, pero ella se empeña en hacerme la vida más fácil a través de ellos.

- Eres un cielo, Marta –le he dicho, agradecido de veras.

- No sé si soy un cielo, pero te quiero, Eddi Vansi. Eres un hijo de puta, pero me gustas mucho.

- A mí se me ha olvidado regalarte nada... Ya sabes, soy un puto despiste. Lo siento, Marta.

- Déjalo de pie, como tú dices.

Y hemos acabado follando como adolescentes en la cocina, yo de pie y ella medio subida encima del lavaplatos, un invento, por lo demás, imprescindible.

Publicado el domingo, 23 de abril de 2006, a las 23 horas y 19 minutos

BLUEBIRD. Lo que me ocurrió el otro día en Madrid camino de alguna parte imagino que fue fruto de una casualidad, del jodido azar, de la buena suerte, pero bien pudiera ser que se tratara de una señal del destino o del guiño de algún dios tuerto.

En principio, apuesto por el azar, porque soy un descreído, no tengo ni idea de esoterismo, ni advierto más señales que las de las salidas de emergencia y las de tráfico, ni atiendo a más guiños que a los de las mujeres, y no considero el mundo como producto de un plan, ni me considero tan importante como para que un dios se preocupe en escribir, como dicen algunos, mi destino.

Por mí, que follen a los horóscopos y a los adivinadores y a los que dicen decir palabras divinas y hablar en nombre de los muertos o de los dioses ya que, por no creer, no creo ni en lo que dicen los vivos.

En principio, mi vida es mi vida y es sólo mía y de mí depende.

Sé que no del todo, que depende también de si llueve o si no llueve, de un tiesto que se cae, del resto de personas; de mis vecinas estudiantes, de Susana la Bohemia, de Marta, de Cleo, de Zapatero, de Bush, de Aznar, del buen humor de mi jefe, de un muerto de hambre, de un borracho violento al volante de un coche potente, de cualquier hombre en cualquier país de cualquier mundo que desencadene el Armagedón con su odio o su amor o su locura.

Soy consciente; pero aun con eso, me gusta pensar que mi vida es mía, jodidamente mía, y que no la escribo sino yo mismo con mis decisiones y mis indecisiones, con mis fracasos y mis laberintos y mis borracheras, a pie de obra y sin casco, porque soy un hijo de puta con la cabeza a prueba de bombas.

Eso creo, en principio, aunque no recuerdo bien a qué ha venido esta declaración de principios tan desnuda.

Sea lo que sea, lo que quiero es contar esta historia, porque para eso escribo lo que me apetece en este blog que tampoco es mío del todo.

La M30 es lo más parecido al infierno de Dante y, quizá por eso, al suceder allí, lo que me ocurrió adquiere más belleza o significado que en otra parte. Cualquier otro día no, no lo discuto; pero hoy me he levantado así de sereno y de cursi.

No cojo mucho la M30 si puedo evitarla, pero a veces no queda más remedio que adentrarse en sus mandíbulas para llegar tarde a cualquier sitio. Y qué mandíbulas, qué boca de lobo, qué fauces. Triturados, atascados en su puto esófago, los coches inmovilizados en medio de un paisaje de polvo y de hierro, de grúas y de obreros con cascos reflectantes dando paso a infinitos camiones polvorientos, no parecemos sino condenados de mierda por ser madrileños, habitantes del infierno, la jodida bilis de este jodido monstruo que es Madrid, visto a través de los cristales de un automóvil.

En eso pensaba el día de autos, de mañana, a la altura de lo que era el río Manzanares a su paso por el puente de Segovia, atrapado en un atasco, prisionero en mi coche, sin una botella de nada a la que echar un trago y la radio jodida, para más sorna.

Acababa de colgarme el teléfono Marta, porque me dijo no sé qué y yo le contesté con esa mala hostia de la que hago gala en demasiadas ocasiones y porque estaba del atasco hasta los cojones. Cuarenta minutos para consumir cuatro kilómetros acaban con la paciencia de cualquiera.

Además de sacarte de quicio, una de las peores consecuencias que se derivan de un atasco es que terminas con la pierna izquierda destrozada de tanto apretar el pedal del embrague. Te pasas hora y cuarto metiendo y quitando primera y segunda, y serías capaz de matar por un puto coche con el cambio automático.

En una de esas infinitas veces que pisas el embrague y metes primera y aceleras y vas soltando el embrague y avanzas cuatro metros y pisas el freno y desembragas para no tragarte al de delante, de pronto, como si se apareciera dios en una casa de putas, no sé si venido del cielo o del cieno del jodido Manzanares, un pájaro azul, de un azul mate, sobrenatural, con una cresta azul marino, se posa en mi retrovisor izquierdo.

Joder, le miro, y supongo que me mira. No doy crédito, coño.

Si hubiera atropellado, sin querer, al Alcalde, o se hubiera posado un buitre en mi capó, me habría sorprendido menos. De verdad que ese pájaro era digno de ver, allí, tan vivo y tan azul en mitad de ese paisaje gris de mierda.

A los pocos segundos se mueve el coche de delante. Piso el embrague. Acelero. Se mueve mi coche. Etcétera.

El pájaro azul alza el vuelo. "Se va”, me digo.

Y no, no se va. Mi coche se mueve y él aletea esforzado a la altura de mi ventanilla y, cuando me paro de nuevo, se vuelve a posar en el mismo sitio.

Y así tres veces.

Un pájaro azul.

Eso fue.

Quizá viajó conmigo durante un minuto.

Quería contarlo, coño; porque ha sido el mejor minuto desde hace muchos meses y porque no todos los días uno tiene la puta suerte de tener un ave del paraíso como compañera de viaje.

Publicado el sábado, 15 de abril de 2006, a las 23 horas y 16 minutos

EL LUGAR PERFECTO. Le he dicho a Marta que podríamos darnos unas vacaciones y bajar a Granada, una ciudad que es mi ciudad, y que en primavera invita a perderse, a redescubrirse, a darse una nueva oportunidad, en definitiva.

A Marta le da igual, a ella yo creo que todo le da igual, porque es una especie de estoica, y porque sus ocupaciones, tales como ir a Tai Chi, a sus tertulias de marujas literarias y tal vez a sus amantes, pueden posponerse sin que se altere su existencia.

Por mi parte, ya he hablado con mi jefe para cogerme unos días. Así que, si no pasa nada, celebraré el primero de Mayo en algún rincón del Albaicín, que es la excusa y el lugar perfecto para volver a ver a Cleo, una jodida Cleo que me escribe puntualmente cada dos semanas como para confirmarme que sigue viva y que me sigue, que sabe dónde encontrarme si quisiera y que continúa al acecho.

No sé si lo que busca esta mujer es recordarme que sigo siendo el hijo de puta que no supo esperar su vuelta, pero lo que consigue, sin duda, con su lascivia epistolar, es que la úlcera vuelva a estar en el número uno de mi ranking particular de dolencias.

Quizá sea la edad, sí, o la ginebra, o que ninguna mujer sino ella me ha satisfecho, pero a estas alturas de mi vida no me perdonaría no volver a verla.

Lo que me extraña de esto es que, siendo Marta consciente de mi debilidad patológica por Cleo, acceda sin traba alguna a que me encuentre con ella, a que la vea, a que me la folle en una especie de afrenta personal con el destino.

Puede ser que también Marta tenga su “Cleo” particular del que nunca me haya hablado, o algún amante que devore sus noches en vela, o simplemente, que me quiere, que no quiere perderme, y que sabe que Cleo es mi verdadera mujer, y que nada puede hacer contra eso.

El único fallo de Marta es que estuvo en el momento equivocado en el lugar donde no debía, y que aparecí yo en su vida, para colmo.

Yo a ella la quise, la verdad, y tal vez la quiero; pero ya no sé si por egoísmo, por comodidad o por pura desidia.

Ella lo sabe y creo que, a su manera, lo acepta.

En fin, tampoco entiendo mucho a las mujeres, así que no voy a darle más vueltas.

No sé si soy o no soy un cabrón, ni me importa; pero no obligo a nadie a estar conmigo, ni me aguanta quien no quiera aguantarme.

Iré a Granada y veré a Cleo.

Tropezaré de nuevo en la misma piedra, con la misma mujer, al fin, con dos cojones.

Publicado el viernes, 31 de marzo de 2006, a las 23 horas y 32 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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