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LA DICTADURA DE LOS OBJETOS. Las cosas mandan. Por mucho que crezca el poder y la tecnología de los humanos, al final somos rehenes de nuestro cuerpo, más bien de sus medidas. Los móviles podrían ser mucho más pequeños, pero estos malditos dedos simiescos no dejan que los teclados sigan menguando.
Ya me pasó antes en el trabajo, en uno de los trabajos, y ahora ha sido en mi casa. Estamos de obras en el cuarto de baño (completo, lavabo + water + bañera + bidet), y nos hemos visto obligados a usar el aseo pequeño (mínimo, lavabo + water). Y cuando digo pequeño es pequeño. Si quiero entrar, antes tengo que salir.
Y cuando ya había logrado entrar, había preparado el trono, y empezaba a relajarme, el objeto, el dictador, el water, tomó las riendas:
- O cagas o meas, pero las dos cosas a la vez no vas a poder hacerlas, forastero.
Malditos wateres estrechos...
[Cámara 3, vista cenital, la cámara se aleja lentamente, no hay sonido. El protagonista descubre que está perdido, le vemos gritar desgarradoramente, pero no lo oímos. La cámara asciende hasta que el habitáculo ocupa 1/5 del ancho de la pantalla, el grito continúa, fundido a negro.]
Publicado el domingo, 27 de agosto de 2006, a las 0 horas y 51 minutos
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VIERNES, OCHO DE LA MAÑANA. He dormido tres horas, vamos al mercado de Mutxamel. Un jefe nos recoge en coche. Visita de obra. Entramos por debajo de la valla, porque no hay llaves para abrirla. Coche y siesta. Visita al terreno de una futura obra. Más coche. Almuerzo. Más coche y más siesta. Rehabilitación. Cada vez me estiran más el hombro, cada vez duele más, cada vez llego más, sigo añadiendo ejercicios que me hacen parecer estúpido a mi catálogo: ahora soy levantador de peso, concretamente un kilo, y hago ejercicios pegado a la pared; para el que lo ve desde fuera simplemente me tiro cerca de veinte minutos contra una esquina en diferentes combinaciones. Fin de la rehabilitación, por hoy.
Paula en la puerta del gimnasio, David y Joan en la del hospital. Coche y compra. Luego más coche, esta vez casi cuatro horas, más siesta, no sé cuánta.
El camping de Las Negras está lleno, nos ofrecen la zona de acampada libre. Viento, mucho viento. Nuestra tienda modelo suite nupcial, con doble habitación doble y salón-comedor, logra estar montada en apenas hora y algo. Mientras, nos ha dado tiempo a ver cómo los de al lado llegaban después de nosotros, echaban al viento sus tiendas-butterfly (las que se auto-montan en tres segundos), sacaban sus sillas y cerveceaban mientras contemplaban nuestro nuevo espectáculo, Vendaval, cuatro tontos, y hora y media. Hinchar colchoneta, darnos cuenta de que la otra que traíamos no la hemos traido, comprar hielos, cenar, cerveza, vino, ron, música en el móvil, pequeño escándalo, fin del ron, vecino imbécil, bronca con el vecino, a dormir la mona.
Sábado. Nueve y media, sol, calor, meada y aseo de mantenimiento, hielos, coche, playa. Hoy toca la cala de los muertos. Veinte minutos caminando por la montaña. Once menos diez. La playa vacía, sólo con una bandada de gaviotas que aún aguantan en pose chulesca la llegada de unos quince humanos. Pronto se irán. Sombrilla, extender toalla, crema, alguna foto, a bañarse. El agua, congelada es poco. Minichapuzón, y al sol o a la sombra, según el caso. Lectura, siesta, otra sesión de semicongelación, siesta, comer, siesta, lectura, más congelación, veinte minutos caminando por la montaña, coche.
Abrimos tienda, con efecto pedo de satán incluido, ropa, toalla, ducha, cerramos tienda, coche. Nos vamos a cenar.
San José. Paseo hasta el espigón, peces enormes en el puerto, joven pijo que fuma en pipa en el Club Náutico, nos quedamos por aquí a cenar pescadito.
Clara de cerveza con limón, ensalada Malibú (la especial de la casa), parrillada de pescado para dos (fría casi desde su llegada), fritura para dos (casi fría), jibia, dos botellas de vino blanco, pero sobre todo, las almejas. Paseo, bareto, un roncola, un mojito, coche. Jaima-discoteca, un par de cubatas, alguna cosa rara, cansancio, retirada de la mitad débil del grupo (mi señora y yo). Cuatro horas de parking, vuelta de la mitad dura. Siete de la mañana, frío, estado de embriaguez muy elevado (el suyo). Coche-ruleta rusa, tienda, dos horas, calor, una hora más, comenzamos la retirada. Ya es Domingo hace mucho tiempo.
Recogemos, pagamos, hielo, agua fresquita, vamos a El Playazo. Medusas, muchas medusas. Segundo intento, Los Genoveses. Coche, San José, desvío a Genoveses, camino cortado. No nos dejan pasar, pero nos ofrecen autobús gratuito para acceder a la playa. Segundo fracaso, vamos a por el tercer intento. Al norte, cerca de Los Muertos, cogemos el desvío hacia la Playa de El Plomo. Siete kilómetros por un camino digno del mejor todoterreno, y nosotros en un clío, playa mediana semillena, muchos coches, mucha basura, arena con brillos. Baño menos frio que ayer, avistamiento de medusas, la chiquillada se entretiene recogiéndolas, sombra o sol, lectura, siesta, comer, siesta, recoger, coche.
Tres horas, parada técnica en Redován, coche, playa San Juan dejamos al primero, coche, nos dejan.
Paula ya duchada espera en la cama a que deje esto y vaya a asearme, con la vana esperanza de que mi aspecto mejore algo. La corriente de aire que entra me recuerda que tengo las espinillas quemadas, y la sal en los ojos que llevo tierra hasta en lugares de mi cuerpo que no conozco, o conozco poco. Otro año más en Cabo de Gata, otro año menos. Lo dicho, voy a la ducha.
Publicado el domingo, 20 de agosto de 2006, a las 21 horas y 35 minutos
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