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A LA HORA DE LA SIESTA. Por prescripción facultativa, debo echarme una breve siesta. Un ratito en un sillón y a dormitar, esa es la idea. No podemos decir que no lo intento. Me acomodo, y enseguida me entra el sopor. Pero cuando estoy a punto de conciliar, aparece puntualísimo el estruendo de todas las tardes: ha llegado a Doctor Areilza (mi calle) uno de esos infernales camioncitos de la limpieza que peinan las aceras con primor.

Al principio hasta me hizo gracia: cómo nos cuida, pensé, el municipio, que quiere mantener la Alameda limpia como una patena. Eso fue al principio. Ahora, cada vez que viene, que es siempre, cuento las veces que pasa bajo mi ventana con su ruido ensordecedor. Diez, veinte, treinta, con esa lentitud propia de las tareas hechas a conciencia. ¿Tan sucia está la calle? ¿Hace falta media hora para rebañar una y otra vez unos metros de acera en los que no hay un solo bar, ni un colegio ni una fábrica de resiudos tóxicos? ¿No hay más Bilbao que limpiar?

Le he dicho a mi facultativo que venga a echarse la siesta él.

Publicado el viernes, 9 de febrero de 2007, a las 8 horas y 24 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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