¿FUEGO, POR FAVOR?. Cuando en Londres pido, raramente, un cigarro en un café, mis excusas fluyen en dirección a la inexistente máquina de tabaco, como si mi vista perdida ayudase a mi circunstancial expendedor a entender que no hay bicho que escupa cajetilla. En el puerto de Vigo, el curtido marinero, después de llevarse mi pito a la boca, confiesa:
- Gracias por el cigarrillo. Es que acabo de llegar
en barco de Cangas.
Horas después,
camino de Compostela, la huella carbonizada:
arde Galicia, pero non queima.