|
CARTA PRETÉRITA A X.C. Autumn, IV Months Before Chinaflat.
Yo (te) escribo, Chapela, pero no (te) envío. Ayer, por ejemplo, redacté y borré cuatro o cinco apuntes a tu antepenúltima ocurrencia (insistías en el desamor, que no es el peor de los estadios, aun jugando en Primera).
Pero pienso en las gansadas que acierto a escribir y las desecho. A veces, incluso, la frase es tan hecha que ni en broma. Por ejemplo, “que voy a decirte que tú ya no sepas” repugna, y yo no tengo la intención de perder amigos por el camino.
Yo no me mato a pajas. No escribo “ya no me mato a pajas" porque he prometido volver, pero vivo en una casa con las paredes de papel (lo de fumar tampoco es fácil, porque todos son de la liga antitabaco y, además, saben que dejé los cigarrillos hace un año: al fin llegó la cosecha) y las acometidas cotizan al precio del tomate.
En todo caso, venceremos.
Vivía yo con mi ausencia, estirando los días (Won se ha ido pero nadie ha vuelto) y acunando proyectos futuros, cuando el presente ha llamado a mi puerta. Las cosas se precipitan y hasta creo que, a pesar de las desventajas, es bueno que así sea: esperar es un verbo melancólico.
Tendré, pues, que ponerme con el inglés en serio (sobran las bromas respecto a que me gusta más el francés), ajustar unos cabos y cruzar los dedos. No vaya a ser que hablar demasiado atraiga la mala suerte.
Won no tenía entre 12 y 18 años, pero tampoco voy a explicar si tenía menos de una docena o más del mínimo que te cargaste hace unos cuantos años, cuando entonces sí tenía sentido (en absoluto pretendo ser un moralista, yo también tengo patillas y respiro). A mí me regalaron a Won como a otros le regalaron un tren eléctrico.
Por cierto, hago un inciso para que no se te circuncide la vista con tanto paréntesis y guión:
- El mío apenas echaba humo.
- Además: el Porsche de Rico (¿doce o quince billetes de los de antes?, manda carallo) nunca funcionó; siempre he sospechado que mi madre, de una manera u otra, nunca terminó de creérselo (el defecto de fábrica, vamos), pero yo sé que por ahí hubo mas quejas. Tengo un primo al que tampoco le furruló (ojo con la modernidad del coche, porque el mando a distancia no tenía un cable que lo uniese al deportivo, como le ocurría al clasico Mercedes –ese sí que sí– también de Rico: en este caso, lo malo es que había que correr la hostia).
- Intento recordar: creo que por ahí hubo otro aparato fallido, pero no lo alcanzo. Ah, sí, el tren de los Coman Boys, o Airgam Boys (eran como unos Cliks de Famobil pero mas pequeños y refinados, no recuerdo muy bien el nombre): el caso es que era un tren cojonudo (grande, eso sí, porque medio cabían los muñecos, aunque la red ferroviaria era escasita) pero con una corta esperanza de vida. Mi madre incluso me dice ahora que siempre tuve unos buenos reyes. Qué le voy a decir.
A mí me regalaron a Won como a otros le regalaron un tren eléctrico, decía, pero ella también se fue y no me dejó ni un copo de humo (ése vino después y no precisamente por tren). Fueron buenos tiempos para la lírica (mayormente haikus) pero, tras su marcha, mis días se convirtieron en una tierra baldía.
He ido a muchas exposiciones en otras tantas galerías del West End y del East End (la zona ésta, muy interesante), he visto en pantalla grande el Decálogo de Krysztof Kieslowski (me perdí el tercer y el cuarto mandamiento por motivos de curro, que anda más bien escaso), he bebido muchas pintas y también he dejado de hacerlo (el espejismo duró diez días, pero la reanudación ha sido muy suave: la pipa prometía y yo no quería tener deudas con ella), he caminado en soledad.
Ayer, por cierto, me fui de birras con londinenses. Suena a chino (aunque hablaban inglés) pero no es nada, nada fácil. Creo que nos entendemos. Estuvo bien. La historia es que, durante el London Week Design Festival, me acerqué a un espacio de arte (llamemosle así, sin entrar en consideraciones tipo underground, alternativo o independiente, que hace años que han visto desvirtuado su significado) y, en un edificio anexo, vi una puerta abierta, unas escaleras empinadas y, en el segundo piso, mi café.
Allí conocí a Matthew, que organiza pases de vídeos y cortos los martes (ayer me presentó a sus colegas como “un habitual” del sarao, si entendí bien, claro, que éste habla como los patos, el cabrón: es buena gente, se le ve en cara, pero la dicción no es su fuerte), y me comentó si quería tomarme unas pintas.
Dejé atrás el capuccino (bueno, lo engullí de un sorbo, y lo de capuccino es un decir) y le pedí, en un requiebro que ni quiero recordar, el teléfono a ella. Trabaja allí.
Laura tiene truco (o, lo que es lo mismo, novio). Laura es malagueña y morena.
Aunque parezca mentira, te leo todos los días. Todos. Pero lo hago a hurtadillas, escribiendo de tapadillo, por la puerta de atrás. En ocasiones, me animo a teclear algo (casi siempre respondo mentalmente o me reenvío un mensaje) pero después lo pinto de blanco.
Más nada.
Me voy pero vuelvo, aunque ahora me lleve el viento.
Matías Bruñulf desde el Cyberchino, Camden Town.
Sin título (Carta pretérita a Xurxo Chapela).
Publicado el martes, 25 de enero de 2005, a las 18 horas y 09 minutos
|