ON THE ROAD (A.K.A. CHINITOS, AHÍ OS QUEDÁIS). El tratamiento de choque ante una ingesta masiva de chinitos pasa por coger el coche y esconderse en cualquier pliegue del mapa de carreteras británico. Como, por no tener, no tengo ni carné de conducir, el remedio curativo me lo proporcionó mi asistente social y amigo Matthew, que tuvo a bien conducirme a un punto lejano de la costa este inglesa.
Una vez en su coche, ejerciendo de copiloto imposible (¡Matthew, arráncalo, por Dios!) y acompañado, en la parte de atrás, por Oliver, el cantante de
The Koreans, partimos hacia nuestro dorado marítimo, Southend-on-Sea, allí donde termina el sur y comienza el mar. ¿A qué suena bien?
(Antes de nada, querría manifestar mi estima a los correctores automáticos, esos pitonisos de la palabra, que escriben “bar”
–qué rappelianos– cuando quiero decir “mar”. El tiempo, y las circunstancias, le terminarían dando la razón).
Una ciudad que no te ofrece ni una plaza de aparcamiento gratuita merece una mínima sospecha, pero no íbamos a permitir que la tranquilidad del viaje –con banda sonora de Boards of Canada y Hymie’s Basement– se convirtiese en un vado de hostilidad apto para aparcar nuestra reticencia hacia las autoridades locales.
Para mí, las ciudades inglesas, británicas y hasta las irlandesas son como los chinos. A priori, parecen todas iguales pero, como ellos, sus facciones siempre deparan alguna sorpresa. Southend-on-Sea, que prometía un skyline de castillos de arena y melenas al viento, fue para mí, para nosotros, como el Huevo Kinder de un diplodocus.
No pasaría nada si la realidad superase mi imaginación, tal y como sucedió cuando advertí que la sempiterna calle peatonal que rendía culto al consumismo conducía a una línea de ¿playa? sembrada de Amusements (en mi pueblo, aka salas de máquinas), parques temáticos (e.m.p., aka barracas), minicampos de minigolf (e.m.p., aka Golpe Pitch & Putt), fish and chips (e.m.p, aka pulpo á feira) y public houses (e.m.p, aka tabernas). Let’s go (en mi pueblo, aka vamos), a shit (e.m.p, aka rima).
Pero lo que nos dejó embaladamente estupefactos fue…