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LIMOSNA. Los mendigos piden en plena calle, pero sobre todo a la puerta de los supermercados y a la puerta de las iglesias. Saben que ahí está su público y ahí se apostan.
Jacinto Benavente, una antigualla, decía sin embargo sabiamente: "El diablo se ríe de quienes no dan limosna pensando que es para vino". Lo gordo es que muchas veces es para vino, pero eso no debe importarle al limosnero. Lo que hemos olvidado es que la limosna sirve ante todo a quien la da: el primer beneficiario es él, porque se desprende de algo suyo. Poco importa a quién dé.
Por eso deberíamos elegir, entre los mendigos y pedigüeños, a los más feos, a los más borrachos, a los que nos provocan mayor rechazo: entonces, la limosna queda desligada de todo sentimentalismo, de toda esperanza de recompensa, de toda sonrisa condescendiente.
Publicado el lunes, 5 de junio de 2006, a las 8 horas y 52 minutos
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