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EN LA PLAYA. Bajas a la playa plácidamente, sin agobios, sin tumbonas ni cubos de playa ni toallas, perdiendo la vista en el mar. Pero, aún en el paseo, adelantas a una madre cuando le suelta un cachete a su bebé, mientras le dice «voy a tener que pegarte». La criatura, que ronda el año y rompe a llorar, se había deslizado dentro del carrito. «Tienes que ir bien tumbadito que si no te puedes caer», masculla. Luego, ya abajo, al sortear un par de toallas cazas esta advertencia que un niño de unos diez años le suelta a su hermano o amigo: «Si me jorobas te jorobo».
Publicado el viernes, 10 de agosto de 2007, a las 17 horas y 17 minutos
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JAVIER CERCAS. En « El País», hace dos años: « Leer un libro por primera vez es como follar con alguien por primera vez; se trata de una tarea informativa: cartografiamos el territorio, verificamos si es de nuestro gusto, localizamos los puntos álgidos, ensayamos posturas. Eso es más deslumbramiento que placer: el placer llega con la segunda, con la tercera, con la cuarta, con la quinta vez, cuando uno ya conoce y elige y ofrece y pide, y no necesita leer el libro entero para disfrutar de sus pasajes favoritos».
Publicado el miércoles, 1 de agosto de 2007, a las 17 horas y 08 minutos
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JUGANDO A NO JUGAR. Mi niño, totalmente en serio, con aire misterioso, poco antes de aterrizar en una alfombra atiborrada de juguetes, en casa de los abuelos, para desaparecer de este mundo un par de horas:
—Nosotros no jugamos.
—¿Entonces qué hacéis?
—Contamos historias.
Publicado el lunes, 30 de julio de 2007, a las 20 horas y 18 minutos
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VIVIR SIN SEXO. Sin darle importancia, como un capricho inalcanzable, como una rutina tan esporádica como agradable o tediosa, magnificándolo, imaginándolo, mezclándolo en un sinfín de variantes con el amor, o con su ausencia, como una privación heroica, echándolo de menos,… por infinitud de motivos, sin sexo, sin disfrutar del sexo, viven muchísimas personas. Y parece que no pasa nada.
Publicado el domingo, 29 de julio de 2007, a las 17 horas y 18 minutos
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UN MIÉRCOLES. Salgo de casa a las nueve y media. Arranco donde siempre, justo después de cruzar el puente sobre el Arlanzón, unos trescientos metros antes de la autovía. Comienzo con ganas, y hasta con prisas: cuando regrese, ya de noche, quizá haya tramos poco iluminados. Corro suelto, solo, escuchando música, pendiente de las canciones. Apenas he calentado pero, como intuyo que no me dolerá el hombro, según avanzo me propongo batir la marca de la semana anterior. Opto por el sendero de tierra, por el camino asfaltado regresa demasiada gente. Salgo de la ciudad: en la otra margen quedan atrás la Cruz Roja, la plaza de toros, el campo de fútbol; al pasar bajo las vías del tren, casi dos kilómetros más tarde, estoy fuera. Entonces, a la altura de la playa artificial, comienza el dolor. El hombro, para variar. ¿Vivo demasiado atado al ratón del ordenador? Duele como siempre: un pinchazo molesto. Antes me paraba, ahora lo soporto porque después de unos diez minutos desaparece. Sin embargo, bajo el ritmo. Me olvido del récord y, hasta que el dolor se marcha, me recreo evocando una situación agradable (que mejor no menciono aquí). Entre el puente de la Ventilla y la carretera de Fuentes Blancas caigo en la cuenta de que otra vez corro solo. Liberado, acelero (tampoco mucho, dos cuarentones me adelantan charlando). Al llegar al camping, con unos cinco kilómetros encima, jadeante, sudoroso pero contento, el dolor vuelve. Por primera vez, regresa. Podría decir que me enfurezco, que me frustra, que me gustaría vivir en un mundo perfecto, pero acepto la situación y no dejo de correr, a ver quién gana. Venzo, es un decir, antes de las vías. A partir de entonces, a pesar del cansancio, procuro abrir la zancada y acelerar. Al rebasar el último puente antes de la autovía, aprovecho unos ladridos para esprintar. Corro los últimos seiscientos o setecientos metros como si me persiguiera un perro. Termino fundido pero satisfecho, al cabo de cuarenta y tres minutos, dos menos que la semana pasada, como si hubiera servido para algo pegarme esa paliza.
Publicado el jueves, 26 de julio de 2007, a las 1 horas y 35 minutos
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SOÑANDO DESPIERTO. ¿Quién no vive al menos dos, tres, cuatro vidas? Empecemos por la profesional, un tercio de nuestro tiempo como poco, con sus amargas y tediosas rutinas, con satisfacciones de escasa intensidad, con el consuelo de un sueldo que casi siempre parece insuficiente. Terminemos por la vida familiar o, mejor dicho, por la vida hogareña, que ya no todo el mundo disfruta de una familia, o la padece (o la detesta, como decía Gide); esa vida solitaria o sociable que, lamentablemente, muchas veces languidece frente a un televisor. Pero la vida no se agota ahí: la vida rebrota cuando cumplimos nuestros sueños: ese día que ascendemos a una montaña, que enseñamos a pedalear a un hijo, que inesperadamente nos encontramos donde más nos apetecía estar, o como más nos apetecía estar.
Durante las vacaciones solemos ir en busca de nuestros sueños. A veces nos topamos con pesadillas. Otras sólo con sucedáneos.
Publicado el miércoles, 25 de julio de 2007, a las 10 horas y 20 minutos
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EN EL BUS. No puedo evitar escuchar los pensamientos de un tío, más o menos como yo, que viaja en el autobús sin hacer caso de la gente que le rodea. Dice algo así como (no lo he apuntado pero creo que lo recuerdo): «¿Hay algo más extraño, fascinante y maravilloso que una mujer? No las entiendo. A ninguna. Y mucho menos a las que me gustan: esas siempre me sorprenden, aunque sepa que van a sorprenderme y trate de estar preparado.» Me gustaría saber quién hay al otro lado del teléfono (del mismo modo que me gustaría saber quién lee esto), pero me quedo con las ganas. Suele pasar.
Publicado el lunes, 23 de julio de 2007, a las 20 horas y 57 minutos
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