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www.bestiario.com/mvcuc
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BEIJING, TENEMOS UN PROBLEMA. La china saltarina tiene poco de china y mucho de botiboing. A veces, no entiendo su boca, pero no es éste el momento para entrar en disquisiciones orales. The Jumping Chinese, hablando en plata, tiene un amante: ¡un amante!, que diría Chinalady, nuestra casera, que ya no puede más con esta situación.
¿Qué situación? Según su relato de los hechos, el otro día, por la mañana, “se encontró con un hombre en el pasillo”.
Yo pensé que, a lo mejor, se trataba de algún mormón o de los irredentistas del Socialist Working Party, pero no. Era chino.
¿Y qué hiciste, le dije?
- Fui a llamar a mi marido.
Chinalady, obviamente, está casada. Con Chinalord.
Cuando me comentó que fue a llamar a su marido, y no tratándose de un vendedor de biblias ni de la aceptación, con la hoz en el pescuezo, de una propuesta anexionista de carácter anarcosubversivo, me pareció, para qué mentir, una cobarde.
Don’t touch my balls, plis.
El chino en cuestión, el que hacía pasillos, es The Taiwan Lover, que ahora se encuentra en el cuarto de La china saltarina, ambos ajenos a la intención de Chinalady, quien acaba de pronunciar en la cocina:
- No aguanto más, voy a llamar a su puerta.
¿Cómo?, le dije. Deja que retocen, mujer. Esto, con otras palabras, claro, porque Chinalady, oído lo pronunciado, ni tolera los revolcones prematrimoniales ni quiere que el apartamento que gobierna se convierta en un sinoputiferio.
A todo esto, son las once menos cuarto de la noche y en un cuarto de hora comienza el toque de queda:
Prohibida la presencia de todo ser ajeno a la obra. De Mao.
Y después despotrican contra Monseñor.
En fin.
Publicado el viernes, 4 de febrero de 2005, a las 16 horas y 09 minutos
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DE PROFUNDIS II. Doble penetración en mi buzón de correo: los enrolados en el fantapaquebote White Smurf y La Luisa, desde los mares del sur, me hacen llegar una imagen que ya luce en mi vitrina homochina (pinchen en la foto).
Tengan cuidado o anímense: yo, a mi rollo.
Publicado el jueves, 3 de febrero de 2005, a las 18 horas y 50 minutos
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DESDE EL QUINTO CEREBRO... En mi película Santa Sangre hay una mujer que se cuelga del pelo. Ése era mi padre, que probablemente tenía una pulsión homosexual, como su hermano, que lo era, y de ahí que tuviese un miedo atroz a tocar a su hijo.
Cuando dejó el circo, abrió una tienda de ropa interior de mujeres.
Alejandro Jodorowsky, Magazine.
Publicado el jueves, 3 de febrero de 2005, a las 15 horas y 53 minutos
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CARTA INVERNAL PARA E. SONREÍDA. Out of time.
Te escribo.
Sobre la cama.
Hoy no has aparecido. Ni ayer. Estás de ferianta. Hace tiempo que no te escribo desde casa. El ordenador, las teclas, el edredón vibran. Tecleando. Mientras tecleo.
Ayer, con el dedo gordo del pie, calcetín incluido, moví la flecha, hice clic, aunque no sonó, y cerré un archivo. Me planteé:
No tienes manos para escribir y escribes con los dedos de los pies.
No.
No tienes manos para escribir y escribes con la boca. El palito en ella. Tecla a tecla. Letra, claro, a letra.
Entonces pensé:
Medirías tus palabras.
Pensarías todo antes de escribirlo.
Desecharías lo malo.
(¿Pero qué es lo malo?)
Mientras sucede esta escena, me acuerdo, invariablemente –es un recuerdo que me visita de vez en cuando– de las postales que llegaban a mi casa cuando era pequeño. Y no tanto. Las seguí viendo años después, cuando aparecía, como siempre hasta ahora, a finales de diciembre. Se apoyaban, y ahí, hasta que alguien las retiraba, en una pequeña, por estrecha, repisa kilométrica situada en las estanterías de madera que forraban las paredes de un amplio espacio de techos altos. Frente a ella, yo, dándole la espalda a aquellas estampas pintadas con el pie, con la boca, por tullidos y amputados.
Eran feas, pero siempre me sorprendió el coraje de aquella gente.
Siempre pensé, durante muchos trienios, que nadie pagaba las postales, y en una ocasión, una al menos, tuve el arrojo de preguntarle a mi madre, pues era como llamarles insolidarios, envuelto, eso sí, en interrogaciones, si alguna vez habían mandado el dinero correspondiente.
Creo o quiero recordar, pues la memoria me falla, que me dijo que sí, que tú padre las paga.
Mi padre, la verdad, siempre ha pagado cosas muy raras.
Siempre había algún señor que entraba pidiendo dinero por algo. Había señores grises, como de casino, con gafas ahumadas, sumergidas en vino, rosado y a granel, que aparecían con un sobre y se iban con otro distinto, emparedando un par de billetes.
En uno de ellos había un señor con gafas y apariencia judía, con cara de haber resistido a la inanición durante los últimos años (y a él no le llegaba la tarta para tantas velas) a base de tortillas francesas y plátanos de Canarias. Se parecía a un retrato de mi abuelo, o de mi bisabuelo, situado tras la puerta del desván. En una ocasión, durante un cumpleaños de infarto, subimos mis dos amigos y yo, pues tres, incluido el felicitado, componíamos la lista de invitados, y al cerrar la puerta, después de haber pisado aquellas tablas de madera polvorientas y sin barnizar, nos encontramos con, entonces pensamos, La Momia.
Alguien había colgado en la viga vertical de madera, bajo el blanquinegro retrato, una pelliza marrón: el maclou, que diría mi padre. El conjunto metía miedo.
Aquel maclou lo llevaría yo años después.
Y ahora, al calor de este frío londinense, lo echo de menos.
Pero antes, desesperados, corrimos escaleras abajo, y A. se caía encima de I., y MB desbrozaba a ambos con la suela de cuero de sus botas negras de Valverde del Camino, y éstas daban paso a los zapatones de A., y nos turnábamos en la caída libre, como si diésemos relevos aéreos a, comenzando por Lucho Herrera, todo el Kelme, y después a los chinos de Guy Laliberté. Aquello era un circo y, por un momento, mientras el sol se colaba por el tragaluz, allá arriba, el gallego que te habla supo, alejándose del punto intermedio de la escalera, que bajaba, sí, que esta vez sí que bajaba.
Escaleras abajo.
Hay fauna muy curiosa, te decía. Pienso, en concreto, en los pueblos, pero todo es un pueblo, o en todo hay un pueblo. Alguien llamó a Madrid el gran poblachón manchego. Bueno, pues ahí está el señor que recoge las entradas en los campos de fútbol de regional o, teniendo suerte, de Tercera División.
Pasa de los cincuenta pero el niño que lo mira ha perdido la cuenta, y lo recuerda siempre igual, hasta que un día se muere, o te dicen que se ha muerto.
Y, a veces, hay conserjes que también se mueren. Y uno, sin saber bien por qué, siente un leve sopor, que es una espuma de tristeza.
Todas las bibliotecarias, aunque ellas no lo sepan, también se mueren.
Ahora escucho la canción de El hombre y la tierra. Joder, el Félix Rodríguez de la Fuente, qué tío. Y Enrique y Ana, qué gente. Uno se muere y a otros habría que matarlos.
En fin.
Matías Bruñulf desde el Cyberchino, Camden Town. Londinense carta invernal para E. sonreída.
Publicado el miércoles, 2 de febrero de 2005, a las 19 horas y 25 minutos
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DESDE UNA POSICIÓN + BIEN INCÓMODA... Double péné par 5° C, suivie d'une éjaculation. Couverte de sperme, trempée, morte de froid, personne ne m'a tendu une serviette. Une fois que t'as tourné ta scène, tu vaux plus rien.
Karen Bach, Libération.
Publicado el miércoles, 2 de febrero de 2005, a las 15 horas y 22 minutos
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MVCUC, ALGO MÁS QUE UN FLAT. Frente al Electric Ballroom, me viene a la cabeza una noche loca de hace muchos años, cuando nos aventuramos, guiados por Neoman, en su siniestra noche punk-gótica-industrial. Sigue celebrándose todos los viernes, pero mis huesos no dan para tanto.
He vuelto a entrar, cierto, pero siempre en domingo, cuando alquilan el local a los vendedores del mercadillo. El olor matutino dominical que desprende la sala es curioso: entre copa derramada y trenka añeja.
El asalto a la vieja discoteca, en peligro, ya que van a ampliar la estación de metro de Camden y en los planos no aparece The Electric Ballroom (donde surgió -casi- todo a nivel musical y ahora motivo de manifiesto contra el cierre firmado por -casi- todos), el asalto a la disco, digo, remata en intentona cuando suena el ring.
Es el editor de Bestiario.com, que me espeta:
- ¡Mi vida como un chino ha salido en El País!
¿Aló?, ¿cómo?, ¿qué país?, pienso.
- ¡En El País, joder!.
A mí se me corta la digestión. Fijo. No sin mi brownie.
De chocolate.
Manuel me comenta que también ha visto otra cita, durante una de sus inmersiones enredadas, en la apertura de Cultura de La Voz de Galicia. Y me recuerda el comentario de Maqroll en esta sinobitácora, donde alude a la reseña de White Smurf, que se suma a la posteriormente aparecida en la revista para hombres Neomanzine.
Leamos:
- “Mi vida como un chino narra la exótica vida de Matías Bruñulf, un gallego que vive en Londres en un apartamento habitado por cinco chinos”.
Cyberpaís, 27-1-2005.
- “El hecho de poder comunicarse desde cualquier lugar del planeta con conexión a la Red también propicia la aparición de bitácoras que podrían encuadrarse dentro de la literatura de viajes”, como “Mi vida como un chino, las tribulaciones de un gallego que cuenta cómo es compartir un piso en Londres con emigrantes chinos”.
Xesús Fraga, La Voz de Galicia, 24-1-2005.
- “Llamado a la salvación literaria de esta galaxia, la prosa surrealista de Matías Bruñulf, certera como Luke Skywalker a los mandos de un X-Wing, haría enrojecer de envidia a Millás y compañía. Ya puestos, para sí quisiera Paul Auster esa airosa acidez de estómago que acecha en las esquinas de su caligrafía digital, esa psique que se derrama sin piedad por las pantallas de ordenador y las tascas populares a partes iguales. Pues te jodes, Paul”.
J.R. Peña, White Smurf.
- “Extrapolemos, quitemos las vendas de los ojos, reconozcamos que Chinaflat es en microcosmos lo que el mundo es en macrocosmos. Es la visión Pecera del Océano que se nos viene. Es una premonición".
“(...) no perder de vista a Matías Bruñulf: es obvio que sabe mucho más que las líneas que nos suelta cada semana, así que señoras y señores, tomando nota y abriendo los paraguas, que la lluvia viene fina”.
Magno D’Artenstein, Neomanzine.
Pena de brownie.
En fin.
Publicado el martes, 1 de febrero de 2005, a las 16 horas y 48 minutos
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HAY OTROS CHINAFLAT PERO ESTÁN EN ÉSTE (II) En el 214, camino de King’s Cross, viajan dos chicas sudamericanas. Una, mexicana, le dice a la otra, recién llegada, a juzgar por sus delatoras maletas:
- Pues yo vivía con chinos.
- ...
- Pagaba 440 libras al mes.
- ...
- Ya, pero con mi novio eran 880.
- ...
- Y, por encima, nos enteramos de que la casa costaba esa misma cifra.
- ...
- Ya me dirás... Les estábamos pagando el alquiler y no nos dejaban usar los “servicios”: ni lavadora ni agua caliente.
- ...
Trago saliva, me paro antes de llegar a Camden High Street, sorteo varios autobuses (todavía) de dos pisos y me planto en la panadería que hornea mi brownie (de chocolate) favorito. Con el bizcocho en una mano y con el faro de un taxi king size en la otra, a punto de comérmelo, alcanzo el Electric Ballroom.
Me creía superviviente cuando, de repente, suena el teléfono...
Publicado el lunes, 31 de enero de 2005, a las 16 horas y 00 minutos
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