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ON THE ROAD (A.K.A. CHINITOS, AHÍ OS QUEDÁIS) El tratamiento de choque ante una ingesta masiva de chinitos pasa por coger el coche y esconderse en cualquier pliegue del mapa de carreteras británico. Como, por no tener, no tengo ni carné de conducir, el remedio curativo me lo proporcionó mi asistente social y amigo Matthew, que tuvo a bien conducirme a un punto lejano de la costa este inglesa.
Una vez en su coche, ejerciendo de copiloto imposible (¡Matthew, arráncalo, por Dios!) y acompañado, en la parte de atrás, por Oliver, el cantante de The Koreans, partimos hacia nuestro dorado marítimo, Southend-on-Sea, allí donde termina el sur y comienza el mar. ¿A qué suena bien?
(Antes de nada, querría manifestar mi estima a los correctores automáticos, esos pitonisos de la palabra, que escriben “bar”
–qué rappelianos– cuando quiero decir “mar”. El tiempo, y las circunstancias, le terminarían dando la razón).
Una ciudad que no te ofrece ni una plaza de aparcamiento gratuita merece una mínima sospecha, pero no íbamos a permitir que la tranquilidad del viaje –con banda sonora de Boards of Canada y Hymie’s Basement– se convirtiese en un vado de hostilidad apto para aparcar nuestra reticencia hacia las autoridades locales.
Para mí, las ciudades inglesas, británicas y hasta las irlandesas son como los chinos. A priori, parecen todas iguales pero, como ellos, sus facciones siempre deparan alguna sorpresa. Southend-on-Sea, que prometía un skyline de castillos de arena y melenas al viento, fue para mí, para nosotros, como el Huevo Kinder de un diplodocus.
No pasaría nada si la realidad superase mi imaginación, tal y como sucedió cuando advertí que la sempiterna calle peatonal que rendía culto al consumismo conducía a una línea de ¿playa? sembrada de Amusements (en mi pueblo, aka salas de máquinas), parques temáticos (e.m.p., aka barracas), minicampos de minigolf (e.m.p., aka Golpe Pitch & Putt), fish and chips (e.m.p, aka pulpo á feira) y public houses (e.m.p, aka tabernas). Let’s go (en mi pueblo, aka vamos), a shit (e.m.p, aka rima).
Pero lo que nos dejó embaladamente estupefactos fue…
Publicado el lunes, 10 de enero de 2005, a las 13 horas y 57 minutos
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DESDE A BEIRA ALTA. No me concibo mujer, aunque más no sea por los pies, tan feos, de los hombres, todos aquellos dedos moviéndose dentro de la cama.
António Lobo Antunes, Babelia.
Publicado el sábado, 8 de enero de 2005, a las 19 horas y 21 minutos
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UH, AH, LAS CHINAS SERÁN GUERRERAS. Los chinos andan más salidos que un cerdo agridulce. ¿El problema? En Maoland nacen 119 chinitos por cada 100 chinitas. Por eso, sus gobernantes han estado trabajando como chinos de sol a sol (naciente) y decidieron tomar cartas en el asunto, no preocupados por la dificultad que encuentran los kamasutros para ejercitarse en horizontal, sino porque su política del hijo único ha alentado en los últimos años el aborto selectivo de niñas (Grrrl), no tan deseadas (ingratos) como los niños (que corrían el peligro, pensarán las homófonas autoridades, de achuecarse).
La solución pasa ahora por la prohibición de las pruebas ultrasónicas para detectar el sexo del feto. Pero yo me pregunto: ¿realmente se ve el palillito?
A mí no me toman por el pito del sereno: lo único que se observará es que los muy sinvergüenzas ya tienen las hormonas revolucionadas antes de llegar a este mundo con un saquito de arroz debajo del brazo.
¿La venganza está servida? Incautos turistas, ojo con las Chinese Riot Girls.
Al tiempo.
Publicado el viernes, 7 de enero de 2005, a las 18 horas y 19 minutos
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OPERACIÓN BALTASAR. “¡Estás rodeado!”, gritó la belleza, mientras yo me disponía a salir con las manos en alto del Hat on Wall, donde Ponny Tail Girl cabalgaba a lomos de su coleta, la cuñada de Lucy Liu servía pintas de Guinness y la escritora mulata de cuentos infantiles cultivaba flores blancas en su melena recogida.
Publicado el jueves, 6 de enero de 2005, a las 19 horas y 36 minutos
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MANITAS DE ECOCHINA. Hoy me he calado la capucha antes de subir al jardín aéreo de Camden Town, donde la ausencia de Lin hacía juego con el cielo y su paleta de grises. Mis ojos vegetarianos se estaban preguntando dónde estaría su boquita de grosella cuando mi ecobarbie favorita apareció con sus manitas envueltas en dos protectores plásticos transparentes.
- ¿De dónde has sacado esas bolsitas, Lin?
- Las traje de mi casa.
A los chinos es mejor no hacerles muchas preguntas, no vaya a ser que me vaya a quedar sin respuestas. O, como decía un graffiti que vi en los servicios de La Buga del Lobo, durante mi última visita a Lavapiés: “Cuando tuvimos las respuestas, nos cambiaron las preguntas”.
Lin, mi segunda investigación más preciada (y cada día con más puntos para convertirse en la primera de la tabla, pues considero más digestiva su lengua de clorofila que las secrecciones de La Canija y El Largo, de las que me ocuparé, cuando encuentre una mascarilla a buen precio), Lin, decía, tiene su casa, que a mí se me antoja casita, en la provincia de Jiang Xi.
“Jiang Xi” me suena a chino, tesoro. A ver si me sitúo: ¿Cómo se llama tu ciudad?
- Nanchang.
Bien, tu ciudad se llama Nanchang, pero dime, Lin, ¿cuántas personas han tenido el placer de verte, durante 23 años, cada mañana?
- Muchas.
Si mi ecobarbie favorita todavía no retiene líquidos, está claro que ya contiene sus palabras. ¿Racionará el uso del DRAE con todos o sólo conmigo?
Tomo notas para MSIMP, o sea, mi segunda investigación más preciada:
«Lin parece que rumia las letras. Apenas le he escuchado una docena de lindezas en toda una semana: “me”, “gustan”, “las”, “flores”, “en”, “la”, “tierra”, “no”, “en”, “la”, “botella”; “las”, “traje”, “de”, “mi”, “casa”; “jiang”, “xi”; “nanchang”; “muchas”».
Por ejemplo, esta mañana le he vuelto a preguntar cuántos años tiene y me respondió con otra cereza: “ya”, “te”, “lo”, “dije”.
Oh, Lin, comprende que, conforme está el cielo, es normal que se me haya nublado la memoria. Además, yo sólo quería contar tus palabras. “Tienes”, “veinte”, “y”, “tres”, le dije. La verdad es que tuve que obviar el reglamento y forzar un poco la numeración, pero al final empatamos a cuatro.
(Lin, nos vemos en la prorroga si Mao quiere y el tiempo acompaña).
Cuando era un crío, tuve un profesor de Geografía e Historia que se llamaba Don Fernando. Tenía barba, era buen profesor y todavía mejor persona. Sólo una pega, ahora que lo pienso: ¿por qué tanto macizo galaico-leonés (tan desgastado, el pobre, que en San Francisco le llamarían falla) y tan poco Yantsé?
Como uno no se plantea todos los días cambiar el objeto de su investigación más preciada, decidí aplicarme y proceder al estudio de los orígenes de Lin.
Tomo más notas para, hasta ahora, MSIMP:
«A pesar de que pedí notificación por escrito, Lin, víctima del cuentapalabras instalado en su boquita asilvestradamente afrutada, escribió el nombre de su provincia separado. Escríbase, a partir de ahora, Jianxi.
Se encuentra en la China meridional (vamos, que Lin es republicana, popular, socialista, china, barbie, jardinera y sureña), por lo que deduzco que los pekineses dirán “Me bajo a Jianxi” y los jianxineses* “¿Subimos de finde a Beijing?”. Bueno, en Concorde, porque hay una buena tirada (aunque, visto como terminó por aquí el asunto del pajarraco supersónico, la compra de una parejita les saldría por cuatro yuanes).
* En investigaciones futuras, averiguaré cómo se llaman en realidad los ¿jianxineses?, que vienen a ser como nuestros jiennenses, pero en plan oriental.
Para mi sorpresa (y la de Don Fernando, si me leyese), el citado Yantsé baña la zona (no creo que ellos puedan hacer lo propio, pues a la media brazada tropezarían contra un pantano). Pero lo que me deja estupefacto es que Jianxi es conocida como “la capital china de la porcelana”. No me equivocaba yo cuando decía que Lin es como una muñequita (se sobreentendía que de porcelana) amarilla. ¿Será la casualidad causalidad?
Antes de que me trastoque mis preguntas, ya le tengo preparada a Lin alguna respuesta: Jianxi ocupa un territorio de 1.669.000 kilómetros cuadrados (tres veces largas más que nuestro Estado), en el que viven unos 40 millones de chinos, que se cuentan pronto… O sea, los mismos –no me refiero a los chinos, sino a los habitantes– que en España. A todo esto, ¿cuántos habitantes tendrá Jaén?
Ahora bien, lo que a mí me preocupa realmente es cuántos de tantos han tenido el placer de escuchar los taconcillos de Lin cada mañana.
La cosa se complica: la “población” de su ciudad es de 1,57 millones de personas (afortunadas) y la “población urbana”, de 4,07 millones. Esto no se come ni con palillos. Dejo de tomar nota para MSIMP: creo que me he hecho la china un lío…».
He decidido que mañana le pediré a mi ecobarbie favorita que me explique, en pocas palabras (y no va con recochineo), el misterio que la envuelve a ella y a su ciudad. Si me atrevo, y con esto mi segunda investigación más preciada se llevaría el cum laude, le pregunto también:
- Lin, misterio mío, ¿sabe tu boquita a grosella?
Publicado el miércoles, 5 de enero de 2005, a las 17 horas y 14 minutos
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THE MOST FAMOUS BRICKLAYER OF ITALY. La clase obrera (la que queda) sobrevive a duras penas en Italia. Los building workers transalpinos han vuelto a las portadas de los periódicos por culpa de o gracias a Roberto Dal Bosco, que cambió la paleta por el objetivo y decidió, hace un par de días, lanzarle el trípode de su cámara a un tipo que pasaba por allí, Silvio Berlusconi, que luce apósito en la parte posterior del pescuezo, puntilloso y saturnino objetivo de un muratore que ha terminado arrepintiéndose.
Cosas de la mamma: “Mi familia está angustiada y ve como se desmorona la consolidada certeza de ser una familia perbene”, ha escrito en una carta de disculpa enviada a Silvio, quien no presentará una denuncia pero, lo que faltaba, sí sus credenciales: Berlus ha invitado al albañil cecchino a un encuentro bilateral aunque Rober, que confiaba en que la “fe católica” del premier le aseguraría el perdón”, ha asegurado que no le votará.
En La Repubblica, más lindezas de la GNR, que prepara el segundo asalto del Cavaliere al Nobel de la Paz:
“Su decisión de perdonar tiene un gran significado moral, religioso y político, un valor simbólico de pacificación”, Sandro Bondi.
“Ha sido un gesto de gran magnanimidad que todos nos esperábamos”, Mario Landolfi.
“Es verdad: señor se nace”, Isabella Bertolini.
Y la blanca paloma, ¿quién se la ha zampado?
Publicado el miércoles, 5 de enero de 2005, a las 12 horas y 39 minutos
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NO SIN MI CHINA. Lin, más que una muñeca de porcelana amarilla, es una barbie rasgada y jardinera. Un modelo que todavía no se le ha pasado por la cabeza al señor Mattel, y no sabe lo que se pierde.
Las comisuras de sus ojos esconden un mapamundi de sensualidad, pero ella, quizás para despistar, se dejó en Little China su brújula de agujas de carne. Si la belleza de Lin habita en una zona sin cobertura, ¿cómo no perderse entonces en su misterio?
Los taconcillos afilados de Lin se hunden en la madera humedecida de un tejado de Camden Town. Ella mira los agujeros de juguete que deja a su paso, a sus pasitos, y se ríe como una florecilla.
Si Lin fuese de Getafe, muy probablemente me parecería tonta y cursi, pero ella, Mao mediante, nació china y barbie. Afortunadamente, la única cosa en común entre una nancy getafeña y una barbie ecochina es que ambas son socialistas.
(Perdona por la cacofonía, Lin, porque yo sólo quería dejar claro que se puede ser a un tiempo republicana, popular, socialista, china, barbie y jardinera. Quizás debiera escribir simplemente ecobarbie, pero eso tendré que consultarlo con tus flores, a quienes libraste, con tus manitas fertilizantes, de ácaros, gastrópodos y nemátodos sin pedirles ningún pétalo a cambio).
Lin, encaramada en su jardín urbano del norte de Londres, luce, fija y da esplendor con su lengua de clorofila. Me comenta que aprendió el oficio en su casa de Little China, donde cuidaba un jardín rojo donde todas las plantas eran iguales ante sus ojos.
Puede que no haya quedado claro que Lin es una china de provincias. Pero todo es una cuestión de perspectiva: si superponemos Beijing a Madrid, ella sería, a ojo rasgado, de un lander alemán o de un cantón suizo.
«Me gustan las flores en la tierra, no en la botella», me confesó esta mañana con su inglés onehundredwords, pero le entendí perfectamente porque el mío es guanjandredguán, que suena a chino pero no.
Lin me cuenta esto mientras aplica la eutanasia a algunos lirios para que la eugenesia se encargue del resto. Concluyo que sus padres, conscientes de las limitaciones de la política «una familia, un hijo», pusieron toda la carne en la ley biológica de su asador y el resultado es Lin. O sea, la especie perfeccionada.
(Así tiene una sola hija cualquiera).
Pero Lin debe esconder entre su pelo lacio y negro algún plaguicida secreto y letal, pues los bisturíes de sus zapatos del 34 agujerean en soledad, y no hay hongo, insecto, termes o pulpo que se le acerque.
Yo, sentado a una distancia prudente, saco mis cuernos al sol, dejándome llevar por la banda sonora tan original de sus pasitos, mientras observo como se agacha para dar de beber a sus criaturas. Ella sabe que mis ojos vegetarianos la miran, pero antes de que se gire, le pregunto:
- Lin, ¿eres feliz en Londres?
Publicado el martes, 4 de enero de 2005, a las 15 horas y 49 minutos
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