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VENGO DE CHINATOWN (DIGO, DE LAVAPIÉS). Esta mañana he visto a una china albina en el 27. La verdad es que sus ojos no eran extremadamente claros y llegué a pensar que el pelo era teñido, pero las cejas blancas la delataban. Apenas me había fijado en ella hasta que sonó su móvil y comenzó a hablar en chino: estimé que la conversación no era lo suficientemente interesante y me seguí leyendo el 20 minutos.
Me vuelvo esta noche a Londres y dejo Lavapiés hecho un Chinatown castizo. No es nada nuevo, pero la progresión amarillista es inaudita.
Como decía Josele Santiago: “Aquí había mogollón de bares y un vacileo que ya no hay. Han cerrado y se los han vendido a los chinos. Ahora hay comercios de ropa al por mayor y eso es bastante más soso (...). Ahora mismo estaban cerrando otro bar en la esquina, en el que ponían boquerones. Estaban los chinos tirando el cartel. ¡Qué lastima, joder! El bar de los caracoles de Cascorro todavía no ha caído: veremos lo que tarda”.
No le falta razón, aunque siguen abriendo, sin embargo, otros espacios que no están nada mal (pero los que cierran, no vuelven a abrir, claro, y son precisamente esos los que hablan de un Madrid que -resiste pero- terminará desapareciendo: esas tabernas, como esas tiendas, como los que las regentan y las habitan, son las que conforman una ciudad, esta ciudad, que aunque nos parezca, por asimilación, normal, sigue teniendo sus particularidades, que, ya digo, se pierden, de la misma manera que en Roma van cayendo las viejas vinerías y abriendo flamantes sucursales de cadenas de -sic mediante- café). Nacen otros bares, otros grifos, otras cervezas, digo, a pesar de que la noche es más oscura que antes gracias a la ceguera europeizante de las autoridades locales.
Así, desaparecidos aquellos tugurios inmundos donde uno podía hacer prácticas de zoología a primeras horas de la mañana (y pienso ahora en el antro de Carlitos, que sabe Mao dónde andará, el Pakestéis...
- Ah, guay, vámonos al Back Stage.
- No, niña, es el Pakestéis: Pa-kes-teis.
... o en el poco edificante Café Doré -nada que ver con el ambigú de La Filmoteca-, cuyas camareras debieron ser expulsadas de La Legión por exceso de bello), desaparecidos estos clásicos populares, decía, no queda otra alternativa para el alternador (¿o alternante?, que no alternativo, aunque ya puestos...) que dejarse caer por el Candela, que sí, en su día, pero que ahora da un poco de penita, ya no el bar sino el recuerdo, convertido en un coche escoba para los que ya van bien rodados. Así, con menos arte que nunca, están las cosas: Miguel Candela apenas comparece, Jose se deja ver más bien poco y los camareros podrían ser los de la Estación de Méndez Álvaro, que para el caso...
Nos quedamos con lo visto y vivido allí dentro. Desde el encontronazo con la starlette zaragozana con piernas de secuoia que paseaba bajo el brazo un book carnavalero, tras haber hecho unos pinitos veraniegos como cantante en una orquesta gallega (verbena en vena, qué mundo), hasta la borrachera con Enrique, me quito el sombrero, Morente.
Ya me lo dije yo hace un lustro, cuando vi entrar a un chavalín con monopatín, en fin.
Publicado el martes, 1 de marzo de 2005, a las 13 horas y 50 minutos
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DESDE LA REDEFINICIÓN DEL PROGRESO... ¿Qué significa para el mundo que China viva el sueño americano? Potencialmente, cuatro Américas más: cuatro veces más gente, cuatro veces más consumo, cuatro veces más rápido hacia el futuro.
Adbusters.
Publicado el lunes, 28 de febrero de 2005, a las 15 horas y 47 minutos
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MADRID SIN ROCK (II). Me comenta Neoman que Madrid Rock es un caos. Los empleados pasan (con razón), las pintadas en sus paredes invitan a la abstención (cita no literal: "comprando discos estáis facilitando el cierre de Madrid Rock"), las colas llegan a Montera... Me dice que no ha comprado nada. Pensaba ir, pero qué pereza. Antes de que me dé cuenta, ya estaré de vuelta en Londres.
Publicado el sábado, 26 de febrero de 2005, a las 22 horas y 31 minutos
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SOL Y SOMBRA. En la plaza del Dos de Mayo había un chino, o sea, una tienda china que despachaba lo de siempre. Se anunciaba como Frutos Secos y la verdad es que los chinos no eran muy salados. Pero ella estaba allí, sentada, en una penumbrosa trastienda, cabizbaja, mientras nosotros, David y yo, esperábamos a que alzase furtivamente los ojos.
Aquello era la belleza.
El negocio estaba en la calle San Andrés, a la izquierda del 2D, y hasta allí bajábamos, desde La Placita de los Yonquis, para renovar litronas y darle cuerda a nuestras charlas, humeantes, encima del restaurante griego. David vivía en la misma casa de Psicosis Gonsales y yo, siempre, después de que se accionase el mecanismo que abría el portal, me paraba frente a los buzones, husmeando la laca, confirmando que la cabaretera psicótica seguía allí, que no se había ido.
Una vez bajé al griego a por cerveza, sin previsión ni casco, y salí, sorteando los platos rotos, con un litro de zumo de cebada, pero no recuerdo qué continente lo alojaba.
A David no le molestaba aquella orgía de loza. A Inés tampoco. Pero los dueños del restaurante no dejaban de invitarles a una cena, por aquello de compensar el ruido. Nunca fueron. Creo.
Mas antes de recurrir a los mediterráneos vecinos, prefería bajarme hasta la plaza del Dos de Mayo, en la calle San Andrés, a la izquierda del 2D, a una tienda impersonal repleta de bollería posindustrial y pan de juguete, para allí pedir un par de litros de cerveza, esperando quizás que la belleza se levantase, que al menos amaneciese sus ojos preadolescentes, consciente yo de la insalvable brecha entre oriente y occidente, viéndola ya casada y sufrida, pero radiante, detrás de aquella sonrisa precintada.
De esto, hace ya años, no tantos, la verdad. Chinaflat todavía no había salido en las cartas y las raíces de los labios de Lin, fruta silvestre, perforaban las tierras de Jianxi.
Publicado el viernes, 25 de febrero de 2005, a las 15 horas y 56 minutos
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JOVENES ARTISTAS PERO SOBRADAMENTE PREPARADOS. Llamo a Matthew para ver cómo va todo por Londres y me comenta que el proyecto de inspiración arty The Parlour ha incluido en sus links a Mi vida como un chino, luciendo caricatura de Toño Benavides entre otras recomendaciones electrónicas, véanse los nuevos abanderados del glam rock británico, The Koreans o Pink Grease.
En fin.
Publicado el jueves, 24 de febrero de 2005, a las 19 horas y 42 minutos
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NIEVA SOBRE NEVADO. Los copos columpiándose en las pestañas, colgándose de la barba. Apenas la nieve en mi lengua.
Publicado el miércoles, 23 de febrero de 2005, a las 15 horas y 29 minutos
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HAY OTROS CHINAFLAT, PERO ESTÁN EN ÉSTE (II). Me levanto a la una de la tarde, desnudo, y frente a estas dos ventanas, que dan a un patio de luces, hay otras dos. Dentro de ellas se hacina una familia de chinos. Entonces cierro las cortinas (llevan, en realidad, varios días corridas, sobre todo la que está más cerca de la cama) y hago recuento.
He visto a:
- Un anciano escuchimizado que se pasea en calzoncillos.
- Un joven, presupongo que su nieto.
- Una mujer, de quien apenas puedo aportar descripción.
- Y un hombre, su marido, quizás.
En la ventana de la izquierda se intuyen dos literas, o sea, cuatro camas de noventa. La habitación es ínfima. En la ventana de la derecha hay un salón. Hasta donde me alcanza la vista (cuando cuelgo la ropa o hablo por teléfono, ya que estoy en un primer piso y apenas hay cobertura), observo una mesa de formica, cuatro sillas, un armario, un vídeo, una televisión y, encima, un pequeño mantel. También hay objetos con motivos orientales, en los que apenas me he fijado. No saludo.
Me levanto a la una de la tarde y, aun con las ventanas cerradas, escucho una voz femenina que, al principio, odiaba. De la costumbre pasé al conocimiento y, de éste, al disfrute. Es pop chino: tipo Tamara la buena pero con voz rasgada. Me recuerda a la banda sonora de mi primer restaurante chino, años ha, en Beatriz de Bobadilla.
A veces, tarareo la canción. Otras, maldigo al que la ha silenciado para poner una burda película de Hong Kong. Lo de burda es una licencia poética, porque la entiendo menos que al león de la Metro.
Me he acostumbrado a caminar sobre manera sin barnizar y a confraternizar con los hijos de Ikea, que suena a diosa griega aunque venga del frío. Bajo a desayunar al bar de abajo, en Doctor Cortezo, a un guiño de Tirso, a la hora en la que el proletariado se encomienda a las acelgas rehogadas y al hígado de cerdo con patatas.
Mientras leo El País, diseño remolinos en el café y enciendo mi tercer cigarro, veo a través de la cristalera que, en la otra acera, han abierto otro chino.
Venden frutos secos, pan y bebidas.
Publicado el martes, 22 de febrero de 2005, a las 18 horas y 53 minutos
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