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DORA (V) Le presenté a M. como el fotógrafo del periódico. M. sabía tanto de fotografía como de pilotar hidroaviones, y me presenté yo. No repetiré la sarta de mentiras que adornaron el momento. El caso es que colaron y si no colaron importaba poco. Eso estaba claro porque Dora conocía el valor de una buena mentira. Con la franqueza y con la verdad no sabes a qué atenerte. No se puede saber que tortuoso engaño esconde alguien que va por la vida abriendo las palmas de las manos hacia el cielo con la verdad por delante, pero puedes jurar que te la está metiendo doblada porque él mismo es el primero que se lo cree."True Believer" o el síndrome del predicador. Dora había aprendido a no desconfiar de las mentiras:

Johnny: Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. Dímelo.
Vienna: Te he esperado todos estos años.
Johnny: Dime que habrías muerto si yo no hubiese vuelto.
Vienna: Habría muerto si tú no hubieses vuelto.
Johnny: Dime que aún me quieres como yo te quiero.
Vienna: Aún te quiero como tú me quieres.
Johnny: Gracias. Muchas gracias.

-¿Cuál es su nombre? No el artístico sino el de pila, quiero decir.
-Adoración Martínez, cariño-no mentía- pero trátame de tú que hay confianza.
A partir de ahí no me dejó hacer una pregunta más.


No podíamos apartar la vista del gato y él nos miraba tenso como si hubiera reconocido enemigos naturales. Es evidente que esperaba una reacción violenta e inmediata por nuestra parte, así que allí estábamos los dos unidos al animal por un campo de fuerza que ninguno sabía cómo romper.
Dora hablaba y hablaba recostada en aquella butaca oscurecida por el paso del tiempo y la caída del sol a través de las exiguas ventanas de su caravana; unos ventanucos que trataban desesperadamente de parecerse a ventanas de verdad, ahogadas a cada lado por primorosas cortinas rematadas en volantes que ondulaban tulipanes amarillos.

Publicado el sábado, 3 de febrero de 2007, a las 1 horas y 16 minutos

DORA (IV) -¿Os apetece un café?
-¡No! ¡no!- Contestamos nerviosos y un poco atolondrados.
-Tranquilos-dijo Dora mientras sonreía simulando sorpresa
-Sólo es un café.
-Bueno vale, un café.

Tras la butaca había una pequeña cocina americana. Con cada paso que daba, una cadera y luego otra salían despedidas hacia los lados y era milagroso que las paredes de la caravana no estuviesen llenas de abolladuras. Dora, acostumbrada a los espacios pequeños, se movía con gracia pero nosotros sentíamos como la tela de la bata rozaba la punta de nuestras narices por un lado y su culo por el otro.

-¿Cómo lo queréis?
-Yo con leche-dijo M.
-¿Y tú?-volvió a preguntar sin volverse.
-Cortado-contesté yo. A fin de cuentas estaba hablando con un culo.

Por la mañana temprano -es decir cuando uno se levanta-el café en una cafetería no huele a cama, ni a sueño, ni a secretos de alcoba. Como mucho huele a camarero mal duchado, a prisa por ir a trabajar o a masajes after-shave "para hombres de hoy".Luego está esa nube densa en la que van envueltas algunas mujeres y que no se sabe si es el perfume, la crema hidratante, la antiarrugas, el maquillaje, el fijador o todo junto.
El café que estaba preparando Dora olía cada vez mejor.

De algún rincón salió un gato siamés gordo y deformado. Subió lentamente a la mesita rinconera que teníamos a nuestra izquierda y allí se quedó mirándonos sin pestañear. Arrogante y agresivo, en su mirada podía adivinarse la seguridad de quien ya ha meado el territorio. Tan desagradable y tan mimado como un niño con catorce tías.

Publicado el jueves, 1 de febrero de 2007, a las 2 horas y 08 minutos

DORA (III) Dora exhalaba tanta energía como un sargento de la Legión y era igual de autoritaria. Parecía ese tipo de persona tan harta de la gente que no pierde ocasión de maltratar a alguien. Además había descubierto que le gustaba el papel de mala-una actividad en la que era verdaderamente buena- y ,como supimos después, a cambio de dinero mucho mejor. Con aquel peinado años cincuenta que revestía a las mujeres con la inocencia de un pajarito, su lenguaje y ademanes se hacían aún más evidentes.

Nos sentamos muy juntos en un sofá al fondo de la caravana, que parecía más grande por dentro. Dora se sentó en una butaca frente a nosotros sin nada por medio que nos impidiese ver cómo cruzaba las piernas. Llevaba puestas unas medias color beige con remate de blonda en ese punto en el que la costura atenaza avariciosamente el muslo. No combinaban en absoluto con la los zapatos azules, pero no importaba. Aquellas piernas salieron por la abertura de la bata como la vara de Moisés abriendo las aguas del mar rojo.
La vida no suele ser tan bonita -pensé- ni siquiera a ratos. Aquella bizarría en el vestir no podía ser casual y mucho menos tan temprano.

-¿Así que una entrevista eh?

La pregunta salió de su boca enredada en las volutas de humo del cigarrillo que acababa de encender y desvaneció en el aire su carga retórica con la misma facilidad. No llevaba sujetador y la bata de gasa era tan opaca como el cristal de un relicario.

Sentados en aquel sofá tan bajo con las manos en las rodillas a la altura del pecho parecíamos una tímida pareja de gorriones ante el cañón doble de una escopeta de caza. M. se agarraba a la cámara como si fuera un escudo protector y yo evitaba mirarlo directamente para mantenerme concentrado en el papel de entrevistador serio.

Publicado el miércoles, 24 de enero de 2007, a las 22 horas y 12 minutos

DORA (II) En una soleada mañana laborable de una pequeña ciudad, el parque de atracciones está tan desierto como un pueblo abandonado así que fuimos directamente al recinto destinado a las caravanas del del circo.
Salvo la ropa tendida,el gruñido ocasional de algunos animales y un barrendero, allí no había señales de vida. En alguna parte de aquel laberinto estaba Dora.
Preguntamos al barrendero:

-¿Dora Martin's, sabe usted donde vive?
-Es allí, la tercera-dijo apuntando hacia un grupo de caravanas-la que tiene dos tiestos a la entrada.

Cuando nos acercábamos se oían dentro algunas voces más altas que otras. La puerta se abrió y un tipo delgado que se parecía mucho al mago hindú salió como despedido. Pasó bufando entre nosotros descalzo y con parte de la ropa en la mano. Para entonces M ya se había arrepentido varias veces de haberme seguido la corriente.Sujeta esta cámara un momento,por favor-le dije- y en ese momento Dora apareció en la puerta atándose el cinturón de una bata de gasa azul cobalto con cuello de marabú. Adelantó su pie rechoncho encajado como un corcho en un zapato con pompón de peluche y abertura delantera para el dedo gordo y con ese dedo apuntando hacia nosotros como el cañón de una pistola, nos disparó :

-¿Y vosotros qué coño queréis?

-El suyo, de usted, señora- me hubiera gustado contestar, pero parecía haber una rifa de bofetadas en el ambiente y además no era forma de empezar a conocernos.

-Queremos entrevistarla para el periódico local.

Había ensayado la frase varias veces, pero nunca había sonado tan falsa.

-Pasad-dijo después de hacernos un buen traje con la mirada y atravesamos aquella puerta tan estrecha que hacía casi imposible una huida airosa.En caso de extrema necesidad,quiero decir.Siempre puede presentarse esta eventualidad cuando vas a entrar en un sitio de donde, poco antes, ha salido alguien maldiciendo, sin contar con lo "capullo" que puedas ser tú y el talento que seas capaz de desplegar para complicar las cosas.Tratándose de M ese es un detalle que hay que tener muy presente.En cuanto a mí, creo que ya no tengo nada que demostrar en ese sentido y la situación no era precisamente tan sosegada como la del patio de un convento.

Publicado el jueves, 18 de enero de 2007, a las 21 horas y 44 minutos

DORA(I) Tienes que venir conmigo le dije a M. Esta vez no vamos a buscar la sorpresa. Es al otro lado del río, en la feria.

Dora, mi sueño erótico de la infancia, estaba allí entre "La Moto del infierno" y el "Teatro Chino”, detrás de los coches de choque. La había visto en el periódico. A página entera se anunciaba el "Gran Circo Ringlin" y sobre una estrella con borde rojo estaba ella, acompañando a un mago que mezclaba chaqué y turbante en el mismo atuendo con tanto aplomo como un galán de noche. Ella vestía tal como la recordaba: un corsé color crema rematado en flecos dorados que apenas le rozaban la parte alta de los muslos, pero ahora con las costuras algo más tirantes. Había cambiado el lomo de los caballos blancos sobre los que ejecutaba piruetas y equilibrios por la seguridad del suelo, adornando los números de un mago escuálido con ínfulas de aristócrata hindú.

Dora cargada de palomas. Dora cortada por la mitad metida en una caja, moviendo sus zapatos en un extremo de la pista y sonriendo en el otro. Dora que se esfuma tras un paño negro y aparece entre el público. Dora con una gruesa capa de buen humor que se limpia tras la función con toallitas de maquillaje.

De niño no me llamó especialmente la atención hasta que la vi por la grada, poco después de ejecutar su número, vendiendo tabaco y caramelos con una de esas cajas que se sujetan al cuello por una correa. A una seña ella se acercaba rozando al respetable con sus medias de rejilla e inclinaba sus tetas sobre la mercancía mientras el fulano de turno se tomaba su tiempo para elegir.
Nadie parecía reconocerla sin los caballos o no les importaba pero para mi tener sus caderas entre nosotros, al alcance de un mordisco, después de todo su despliegue de magia y luz en la pista, era mucho más de lo que me hubiera atrevido a soñar; algo así como la posibilidad de tocarle el culo a un ángel. Había llegado el final de la vieja discusión bizantina :
los ángeles tenían sexo, tenían piernas, tenían culo, tetas, zapatos de tacón ,estaban un poco rollizos y además vendían tabaco y chupa- chups.

Publicado el jueves, 11 de enero de 2007, a las 22 horas y 33 minutos

SATURACIÓN-(III) A veces me acompaña gente a la que procuro no prestar atención. Intentó despistarlos pero siempre consiguen adelantarse. Me siguen, me miran de reojo como si supieran algo que yo no sé.Me guían como a un equilibrista ciego. Se paran cuando yo me paro, miran lo que yo miro pero no piensan lo que pienso yo.

Me gustan los escaparates donde hay quince o veinte televisores emitiendo la misma señal. Visto a través de la pantalla el mundo parece más previsible ,más ordenado, más antiguo, aunque las imágenes sean de ayer. A éste lado del cristal la sensación de realidad corta la piel como el frío del invierno.La gente no se aparta cuando viene caminando hacia ti, las cosas que encajan carecen de importancia y el tiempo dura más de lo que debería.

Me encuentro una gitana que parece tener en exclusiva ,como una concesión, la puerta de una Iglesia. Ya me estaba mirando cuando reparé en ella y al pasar a su altura me dice:
-A la vuelta de la Esquina.
Y hace un gesto de complicidad indicando con la cabeza como quien comparte un secreto.
Detrás de la iglesia hay una gasolinera. Es parte del mismo edificio ,que parece construido todo él con la misma intención. La fachada ,concebida como el muro de contención de una presa,amenaza la calle durante las veinticuatro horas del día. Estamos en el centro de la ciudad pero no hay coches llenando el depósito. Un empleado vestido con mono azul espera de pie junto a uno de los surtidores. Cuando llego hasta él, sin mediar palabra, me da una lata de gasolina que tenía en el suelo. La cojo y me voy.

Hay mucho que hacer antes de volver a casa.

Publicado el jueves, 28 de diciembre de 2006, a las 12 horas y 47 minutos

SATURACIÓN-(II) La camilla se pierde en la oscuridad de la puerta de urgencias el gentío empieza a disolverse como las células de un tejido enfermo. Algunos siguen comentando la escena. Otros, en cambio, dejan un gesto en el aire como el que termina una tarea y empieza otra con total dedicación. Por mi parte tengo ganas de malgastar la mañana como suelo hacer cuando, a pesar de estar cargado de trabajo, no puedo evitar la sensación de pérdida de tiempo, de que lo mejor está pasando precisamente allí donde yo no estoy. Intentó controlar la situación y concentrarme en alguna tarea concreta, pero llega un momento en que, según la teoría de las catástrofes, se produce un cambio radical en el desarrollo de los acontecimientos, una fractura de las emociones y la voluntad cae del otro lado. Entonces me visto lo más rápidamente que puedo y sin saber cómo, me encuentro en la calle dejándome llevar.

No puedo prever a donde me llevan mis zapatos porque de haberlo sabido antes quizá no hubiera salido de casa, pero visto desde la suficiente altura cualquier plan de batalla toma un sentido que no habríamos sido capaces de apreciar a ras de tierra. Sencillamente yo no quiero conocer el plan, y en el mapa de esta mañana mis pasos dibujan una amplia espiral cuyos primeros brazos se extienden a lo largo de las calles más largas. Diez manzanas-giro a la derecha, nueve-giro a la derecha, ocho-giro a la derecha... Cayendo hacia un centro que desconozco.
Cada mínimo detalle me parece una señal y no puedo levantar la vista sin reconocer un generoso número de pistas que me parecen dejadas a propósito como si fuera un niño al que hay que ponerselo fácil para hacer que llegue donde quieres.

El día oscurece rápidamente como si alguien bajara el brillo en la pantalla de un televisor, pero el sol entra horizontal sobre las calles iluminando algunos edificios con un color amarillo anaranjado que los hace más reales, más duros, recortados contra el cielo como un decorado.
Una vez más compruebo que todo está allí para que yo lo vea.

Publicado el jueves, 23 de noviembre de 2006, a las 20 horas y 29 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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