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ACORAZADO-BAR (IV) Se abre una nueva dimensión cuando aparece un cuarto donde tu imaginabas una pared y no digamos cuando lo que se oculta allí es un escenario.

Sobre aquellas tablas, erguida y desafiante, una mulata desvestida con ropa interior negra iniciaba un acelerado y convencional número de streep- tease. Nuestra mirada ascendía sufriendo vértigos a lo largo de la costura de sus medias de rejilla. En la balconada de un corsé a punto de rebosar, se alojaban dos tetas enormes. Unos tacones de veinte centímetros elevaban su cabeza por encima de los dos metros y desde aquella estratosfera nos ignoraba.

-¡Joder, Qué buena está!-exclamó M, con esa prodigiosa capacidad que tiene a veces para la síntesis poética.

Se movía por la pista como haciendo tiempo, displicente, convencida de estar malgastando su talento. Interpretaba su papel como una actriz profesional que no siempre encuentra los trabajos que merece. Todo eso y una corta melena negra le daban una lánguida apariencia de poetisa argentina o de escritora existencialista francesa que contrastaban con su amenazante figura atlética y una mirada felina que arañaba de lejos.

La cosa iba rápida porque había salido con poca ropa así que cuando les tocó el turno a las bragas todavía estábamos hipnotizados por el vaivén simultáneo de sus tetas. No sé exactamente en que momento sucedió, pero de lo más profundo de su entrepierna surgió, como liberada de una postura antinatural, aquella... ¿cómo diría? aquella enorme polla mulata con sus dos cojones, mulatos también.

-¡Ahí va el palo mayor!-exclamó el jefe sonriendo por el colmillo.

Esta era la parte en que ella disfrutaba más, cuando la mirada incrédula viajaba una y otra vez de sus huevos a sus ojos buscando una explicación.
Tanta mujer tenía que ser algo más que una mujer pero en ese momento no podíamos decidir a qué se debía la erección que palpitaba bajo nuestros pantalones.

-¡Vivan las mujeres con dos cojones!-insistió el hombre buscando nuestra complicidad, y con la mandíbula desencajada sólo pudimos asentir tímidamente:

-¡Que vivan! ¡Que vivan!

Publicado el viernes, 10 de febrero de 2006, a las 1 horas y 33 minutos

ACORAZADO-BAR (III) Las gordas del sofá parecían disecadas. Ambas miraban hacia el mismo rincón, pero allí no había nada. Los parroquianos miraban sus copas. El camarero parecía ser el jefe por que se permitía ciertos lujos, como masticar palillos y tomarse un buchito de vez en cuando, pero ahora miraba hacia el interior de sus párpados. M se había quedado como una vaca mirando el tren, completamente colgado con una catarata de luces y transparencias como las que hay en los restaurantes chinos.

El agua y el tiempo se derramaban como jabón líquido. La catarata china atravesaba un arco iris de veintiocho colores sobre un fondo de tonos azul turquesa. Sobre una roca, a un lado del río, un unicornio blanco con la crin exageradamente larga, bebía parte del arco iris que había quedado disuelto en la corriente. Una bandada de pájaros volaba eternamente sobre el río batiendo las alas tan despacio que parecía que iban a caer uno tras otro al agua...

-Te has quedado colgado con la catarata- me dijo M de pronto.
-Lo siento- contesté automáticamente- creo que estos cuadros luminosos son un arma secreta de los chinos. Cuando decidan invadir el mundo, previamente venderán millones de ellos bajo el señuelo del “todo a un euro” con la intención de dejar colgado al personal. Ya tienen la red de distribución y hasta un ejercito clandestino escondido en subterráneos que se dedica a trabajos de lavandería y a elaborar rollitos de primavera.

M se reía de mi fingida paranoia cuando empezó a sonar la música. Se descorrieron las cortinas de terciopelo como las aguas del Mar Rojo, al son de las trompetas de “Así habló Zaratustra”.

Y apareció ella...

Publicado el martes, 7 de febrero de 2006, a las 21 horas y 28 minutos

ACORAZADO-BAR (II) No había ventanas. Bajo el cartel, un estrecho pasillo se ocultaba a la luz de dos bombillas de cuarenta vatios y al final dos puertas a cada lado. En una, escrito a bolígrafo con letra temblorosa en papel cuadriculado se leía: BAR. La otra debía ser el water. En el fondo de aquel corredor la calle parecía quedar muy lejos.

Entramos.

A nuestra izquierda dos mujeres nos miraban inmóviles desde un sofá pegado a la pared y maltratado por las uñas de los gatos. Entre las dos podían sumar más de ciento veinte años y no menos de doscientos quilos. A la derecha unas cortinas de terciopelo rojo colgaban llenas de calvas intentando adornar la pared o quizá ocultaban desconchones y manchas de humedad.

Estaba claro que era un bar porque al fondo había una barra con tres parroquianos de los que parecen atornillados al taburete. No había luz suficiente para distinguir si alguien reía o estaba sufriendo un ataque al corazón en cambio hubiéramos echado en falta los latidos porque el silencio era tal que se podía escuchar el humo de los cigarros moviéndose de un lado a otro.

Bajo nuestros pies el suelo de madera se quejaba como la cubierta de un viejo barco. Los tablones cedían peligrosamente en algunos tramos y dejaban claras dos cosas: que había dos idiotas fuera de lugar y que el ACORAZADO tenía su bodega.

En la barra dormitaba un tipo de esos que llevan el cinto flojo y que cuando se agachan a recoger una moneda te enseñan la hucha. Se acercaba resoplando con las cervezas que habíamos pedido, cuando sonó el teléfono.
El hombre descolgó.

-Hoy tenemos un lleno- dijo mirando hacia nosotros y volvió a colgar.
Después anunció :

-¡El número empieza dentro de veinte minutos!

Publicado el lunes, 6 de febrero de 2006, a las 0 horas y 46 minutos

ACORAZADO-BAR (I) Eran las cuatro de la madrugada. Habíamos apurado casi una botella entre los dos. Estábamos en ese momento en que uno corre el riesgo de quedar atrapado en la silla, describiendo un circulo vicioso de lamentaciones. De pronto nos entró una extraña prisa por salir o más bien por abandonar la casa. Ni M ni yo conducimos, así que cogimos un taxi. El hombre preguntó la dirección:

-¿Conoce usted el Caballo Loco?-Dijo M
-No, lo siento ¿Dónde Está?
-Es igual-contesté yo, me tocaba el turno-Y ¿ La vida secreta?
-Tampoco.
-Hay un bar que se llama Pleasure and Pain ¿Lo conoce?
-Pues no.Tal vez si me dieran una dirección acabaríamos antes.

M apoyó su mano enguantada en el respaldo del asiento delantero,se inclinó un poco hacia delante le dijo:
-Apreciamos su sentido del humor, pero el taxímetro corre por nuestra cuenta-e insistió sin darle tiempo a contestar:
-¿El Acorazado?
El hombre soltó un suspiro de alivio.
-Hay un sitio cerca de Plaza Castilla, pero se llama Acorazado a secas...
-¡Ese es!-Contestamos a coro-Vamos para allá.

No sé de donde había sacado M lo del Acorazado pero se notaba que quería ir a lo seguro. Por mi parte siempre utilizo el título de alguna canción, y así me va. Es raro que acierte con alguna pero cuando lo consigo la expectativa es mucho más estimulante. Hemos estado en sitios como: Golden Hours, El Árbol oscuro, Dr. Benway, Final Sunset. Pero se habrán perdido para siempre otros como: Distant Hill, El Sótano en Llamas o Alice’s House.

La carrera duró poco. Siempre que vas un poco borracho lo que quieres es que el viaje no acabe, que no sea un estado pasajero, un ir de un sitio para otro. A mí me gustaría que las fachadas de las casas estuvieran deslizándose por el parabrisas del coche como una película sin fin.

Mientras yo arrastraba la mirada por las calles, M permanecía petrificado como una esfinge, mirando al frente, controlando el taxímetro, controlando el taxi, controlando al taxista y grabándolo todo en el disco duro.

El coche abandonaba lentamente las vías principales, e iba internándose con cautela en una zona de calles estrechas. El rumor del tráfico quedó mitigado como un dolor de cabeza en un cuarto oscuro. Giramos tortuosamente una ultima esquina. A lo largo de la ventanilla izquierda navegaba un letrero azul cobalto donde se leía: ACORAZADO-BAR.

Publicado el sábado, 4 de febrero de 2006, a las 18 horas y 27 minutos

LA NAVIDAD, ES LO QUE TIENE... Nota aparecida en los buzones de un portal de Madrid ( no de Belén ) el pasado 27 de diciembre de 2005:

“En la noche de ayer una persona aún no identificada ha revuelto el belén de nuestro portal de una manera que podemos calificar de grosera e irreverente.

EI niño lo ha colocado entre los cerdos ,el año pasado lo echó a un pozo; en el portal ha puesto un cerdo y asi infinidad de cambios gratuitos.

Respetar nuestros adornos, arbol y belén son dignos de toda tolerancia y si la ausencia de sensibilidad de algún individuo no le permite acatar lo que la mayoría acogemos con agrado, le pedimos nos lo diga directamente para determinar lo que en cada caso preceda.

Si algún vecino ha podido observar esta anomalía, rogamos nos lo comunique para dialogar con el manipulador de las figuras.”

Publicado el lunes, 9 de enero de 2006, a las 17 horas y 10 minutos

MICROSUEÑO. Hubo una época en la que solía viajar en tren, siempre en compañía de desconocidos. En cuanto salía de la estación empezaba a llover. Esto ocurría cada vez que subía a un tren sin conocer su destino.

Era un buen presagio, en todo caso, y la escena se recogía hacia el interior del compartimento como un caracol en la nieve.
Dentro de la concha el tiempo transcurría a diferente velocidad según el momento. Los primeros minutos se disolvían en una expectante y calculada sucesión de carraspeos y miradas de soslayo. Trataba de adivinar las rarezas de los demás antes de que me pillaran por sorpresa. Sobre todo, lo más importante para mí era evitar que alguien acabara arrastrándome a una conversación de tren. En estos casos lo mejor es disfrutar en silencio de la única compañía de las rarezas propias.

Kilómetros y kilómetros de vía y trayecto en silencio. El paisaje cambiaba de aspecto en cortos espacios de tiempo pero todos los escenarios fluían como pintados sobre una corriente de agua atravesando un pequeño país con todos los climas posibles.

Una corta parada en una estación cubierta de nieve. El exterior parecía muerto pero sólo se había detenido al paso del tren. A lo largo del andén algunos viajeros arrastraban maletas vomitando nubes de aliento tan densas como sus propias tripas.

Veinte kilómetros más allá, atravesábamos un puente metálico sobre el recodo de un río donde algunos bañistas combatían el calor. Los que no chapuzaban en el agua buscaban desesperadamente la sombra de los árboles procurando moverse lo menos posible, como leones tratando de digerir varios kilos de carne de cebra, agobiados por el calor de África. Me quedé un buen rato observando la escena asomado a la ventanilla. Cuando volví a meter la cabeza estábamos a cien kilómetros de allí.

El tren cruzaba Berlín como un somnoliento ciempiés indiferente al humo de los combates. Oleadas de fuego ruso se abatían sobre la ciudad desde el este. En los parques los oficiales de las SS disparaban contra sus familias guardando una bala para si mismos: el último paseo entre los cisnes.

Llegamos a la estación.Un único viajero aguardaba en el andén, de pié, inmóvil, vestido impecablemente con ese ridículo traje bávaro de pantalón corto con tirantes y medias de lama por justo por debajo de la rodilla. Parecía Charles Chaplin pero no era Charles Chaplin.

El tren se detuvo y nuestro compartimento quedó a su altura. La ventanilla enmarcó un primer plano de su cara.
La estación se había mantenido tan ajena a la guerra, como si hubiera estado en Chicago.
El hombre alcanzó su maleta con una ligera flexión de rodillas y subió al vagón.
Con el característico acento alemán de una actor de doblaje preguntó por el destino del tren:
- A Suiza, ¿verdad?
Parecía que todos teníamos prisa por asentir.
En realidad el Tren se dirigía a Polonia pero bastaba que alguien mencionara otro destino para que éste cambiara inmediatamente de dirección.
El nuevo compañero de viaje se sentó a mi lado sin decir palabra. Me miraba fijamente como si me hubiera reconocido y tratara de asegurarse. Finalmente dijo:
-Yo sé quién eres, pero tu no.
En ese momento hacerme el tonto me hubiera convertido en tonto. Así que fingí comprender más allá de las palabras.,
- ¿Y quién lo sabe? - pregunté.
-Sólo aquellos que no tienen miedo- contestó.
Moví un instante la cabeza y cuando volví a girarla hacia él, había desaparecido.
-¡El hombre que estaba sentado a mi lado!, ¿dónde ha ido?- pregunté sobresaltado a los otros viajeros.
-Si, el pasajero que subió en Berlín.
Me miraban desconcertados. Nadie había subido en Berlín, según ellos.
Me hundí lentamente hacia el fondo del sillón intentando escapar de la situación y pensé:
Ahora no habrá nada que me libre de todas las conversaciones estúpidas hasta el final del viaje.

Publicado el lunes, 19 de diciembre de 2005, a las 19 horas y 24 minutos

BLANCO Y NEGRO. Se precipitan los fotógrafos de la madrugada por el vértigo de los tejados a retratar a los muertos.

Sacan de sus gabardinas mojadas cámaras con flash de magnesio que espantan las sombras hacia el final de las calles. Tallan a fogonazos el perfil duro del policía y el sueño en pijama del forense. Asustan el pelo de los curiosos en las ventanas y descubren pistolas calientes en el costado de los asesinos.

Vienen a colocar en su sitio el sombrero del muerto para que parezca más muerto y a bañar en sangre los objetivos por que sangre es lo que hay.

Vienen a retratarnos por dentro para que no podamos apartar la vista negando el paisaje y mañana aquí no quedará nadie salvo sus fotos y los muertos que las habitan.

Publicado el miércoles, 30 de noviembre de 2005, a las 18 horas y 20 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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