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UN ÚLTIMO GESTO. Me dejé caer en el sofá. Mi tío Joaquín miraba indiferente apoyado en su bastón. Crucé las piernas y uno de mis zapatos nuevos quedó a la altura de sus pensamientos.
Eran unos zapatos de los que prometen ampollas, pero yo necesitaba algo “decente” para las bodas y los entierros, según decía mi madre, y tuve que llevar los pies forrados de apósitos durante una buena temporada.
-Zapatos de muerto- me dijo bajando repentinamente de su nube de ausencia.
-Son lo suficientemente serios como para no desentonar en un ataúd-añadió.
-Si- contesté- con estos zapatos cualquier hijo de puta podría presentarse ante San Pedro y alegar con aplomo: “He sido un hombre de provecho y mi sitio está aquí”.
Pero me hacían daño y cuando poco después me fui de casa quedaron en el armario de mi habitación muertos de risa.
Pasé tanto tiempo fuera que a mi tío le dio tiempo a morirse.
Volví para el funeral y mientras me vestía busqué mis viejos “zapatos de muerto” pero no estaban. Fui al salón, donde mi familia velaba el cadáver y me acerqué al ataúd, perfectamente vestido aunque descalzo.
Allí descansaba mi tío,acunado por un coro apagado de suspiros. Las comisuras de sus labios se curvaban ligeramente hacia arriba. Parecía sonreír, salvo por el pequeño detalle de que estaba muerto.
Estás imponente tío- le dije a modo de despedida.
Mi tío y yo gastábamos el cuarenta y dos y este era el primer entierro al que yo asistía en zapatillas de deporte.
Publicado el viernes, 30 de septiembre de 2005, a las 13 horas y 36 minutos
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AZAR. Estuve mucho tiempo sobre el mismo dibujo: una vaca ofreciendo todo su costado a la vista. Sin preocuparme por ninguna otra cosa. Despierto y concentrado en una tarea que acabó pareciendo más la de un relojero que la de un artista.
Me dediqué a distribuir lo más “azarosamente” posible las manchas de la piel. Primero una grande, luego un par de ellas algo más pequeñas y así hasta terminar con unos rápidos toques en las patas.
Cuando acabé no parecía la piel de una vaca. Parecía... eso: un grupo de manchas distribuidas en la piel de una vaca.
Muy lejos del azar, eran manchas puestas allí cuidadosamente una por una. Parecía una vaca disfrazada de vaca.
Me fui al ordenador. Explorer---Google---Imágenes---Vaca.
Guardé varias fotos. Abrí una en Photoshop, donde se veía la vaca de costado y seleccioné un cuadro en la zona central de su panza.
Aquel trozo de vaca, sin patas, sin cabeza, sin rabo, sin cuernos; delimitado por líneas rectas y ángulos de noventa grados, seguía siendo una vaca.
Volví al dibujo y escribí en el borde: “No imitar el azar” (Copiar quinientas veces).
No había vuelto a acordarme hasta ayer, cuando me puse a pintar una cebra.
Publicado el domingo, 25 de septiembre de 2005, a las 20 horas y 02 minutos
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UN LUGAR EN EL CIELO. Una vez estuve muerto, o soñé que lo estaba, que viene a ser lo mismo.
Algo que podía haber salido bien, salió mal, siguiendo la fatalidad que marca la ley de Murphy, y acabé en el Cielo frente a Dios.
Estaba tan despistado mirando a todas partes que tardé en darme cuenta del rato que llevaba hablándome. Me había perdido algo importante así que levanté una mano en la que, no sé por qué, sostenía un boli “Bic” azul y pregunté:
-Perdone ¿Puede repetir?
-Que tus pecados te han sido perdonados y tienes un lugar en el Cielo junto a Nos-contestó una voz ronca desde una cara que parecía la de Michael Landon, el de “La Casa de la Pradera”.
A mí eso de “Nos” me dio muy mala espina porque lo había visto en una película y el que lo soltaba era el demonio.
Vino un ángel acomodador con una linterna y me llevó en volandas por encima de un interminable patio de butacas ocupadas hasta el infinito por una masa de gente extasiada en la contemplación de aquella enorme cara de Michael Landon.
Ahí es, me dijo alumbrando con la linterna una de las butacas. Entonces le pregunté:
-¿Puedo irme si no me gusta la película?
El ángel flotaba nervioso, mirando de reojo como si temiera que alguien más pudiera haber escuchado la pregunta, pero no supo qué contestar.
Publicado el miércoles, 14 de septiembre de 2005, a las 9 horas y 20 minutos
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TONI-2. ¡Vas a flipar ¡ -me dijo M-te voy a llevar a un sitio donde vas a flipar-y después de cenar me llevó al Toni-2.
Decoración de los setenta. Madera y sky rojo. Cristal, dorados y algún trabajo de forja.
Al fondo de la sala un piano de cola extraordinariamente larga, había sufrido una mutación para convertir parte de su anatomía musical en barra de bar.
-¿Que van a tomar?-nos pregunta un camarero con chaleco, de los que a todo dicen amén y te dan fuego antes de que hayas acabado de sacar el cigarro.
Nos sirve y se va. Un parroquiano, tan solitario como su traje e igualito que Luís Aguilé, lo tiene secuestrado con su charla. Está tan cerca que podemos oler el “varondandy”
El pianista terminó una pieza y en ese indiscreto y repentino silencio escuchamos:
-Yo me convertí en fiscal por no defraudar a mi madre, pero en realidad llevo un bohemio dentro de mí.
El camarero puso la mejor cara de poker que pudo encontrar (la mejor que yo haya visto nunca) mientras asentía ocultando sus emociones tras el bigote. Pensé que M iba a estallar de risa, como tiene por costumbre en estos casos, pero se contuvo y en lugar de eso puso un gesto como de ¿Qué te decía?
Apenas llevábamos quince minutos en el local y mientras el pianista atacaba “A mi manera” le contesté:
-Aquí hay que volver.
Publicado el sábado, 3 de septiembre de 2005, a las 18 horas y 53 minutos
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UN DÍA PERFECTO. Domingo. 10: 30 a.m.
Al salir de casa para un taxi. Detrás viaja un tipo consumido y con gafas que tiene algo como una venda en la garganta. El conductor me pregunta: ¿ un sitio por aquí que se llama el “Siete de Oros”? Le digo que no tengo ni idea. Por esta zona conozco el “Bum-Bum” el “Cóctel” y el "Chakal”, pero ningún “Siete de Oros”. Quizá en la calle Cartagena - le digo-. El pasajero intenta explicarse pero la voz sale como el aire de un balón escapando por una cuchillada. Apenas le entiendo. El taxista traduce: “dice que en Cartagena no es”. Me miran como si hubiera confundido a un jugador con un putero. Las gafas, de “culo de botella” multiplican el desprecio y la ansiedad. Me encojo de hombros y siento que estoy desahuciando a un tipo con cáncer de garganta. El taxi acelera desesperado acechando letreros, pero a estas horas hay ya demasiada luz para verlos bien.
En alguna parte, bajo una lampara amarilla que alarga la noche, comienza una partida. Falta uno pero ya han repartido cartas.
Publicado el lunes, 18 de julio de 2005, a las 14 horas y 02 minutos
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LA FUENTE VIRTUAL. Paseaba por el parque del Retiro.Hacía calor a la hora de la siesta.
En La Rosaleda no hay sombras pero si una fuente que invariablemente me despierta la sed. No había nadie. Metí la cabeza en la pila, abrí los ojos y pensé: este es un mundo muy limitado, para peces pequeños y tontos.
Cuando me incorporé, tenía una extraña sensación de sordera. Abrí los ojos y el mundo había desaparecido. Sólo estábamos la fuente y yo. Levanté la mano del borde y esta acabó por esfumarse como todo lo demás. Traté de respirar pero tampoco había aire.
Publicado el sábado, 2 de julio de 2005, a las 3 horas y 57 minutos
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LABERINTO. Era un laberinto circular. En el centro, ocupando casi todo el pequeño espacio de su núcleo, un cerebro humano parecía más cautivo que oculto. Es evidente que el laberinto había crecido a su alrededor para impedir que escapara, al contrario que todos los demás laberintos, que se construyen como una fortaleza mental con el fin de proteger tesoros del asalto de ladrones y profanadores.
No tenía posibilidad de alcanzar la salida por sus propios medios y el cerebro, que no era tonto, empezó a trazar un plan de huida.
Pasó el tiempo, las nubes, el viento, la lluvia. Todo estímulo, toda novedad llegaba de las alturas, por donde el laberinto permanecía abierto en una mueca de provocación y burla.
Experimentaba con cambios de color para atraer a los pájaros e imaginaba escenas donde estos lo elevaban por los aires para sacarlo de su prisión, pero nada dio resultado hasta que enrojeció de ira. Entonces, la bandada de cuervos que descansaba en un árbol cercano, se desplazó hacia e laberinto y posados en lo alto de sus paredes comenzaron a picotear el cerebro. Cuando apenas quedaba una cuarta parte de él, casi no recordaba nada y mucho menos tenía la capacidad de comprender el alcance de su tragedia.
Los cuervos terminaron de comer y se refugiaron nuevamente entre las ramas. Dormitaban cagando sin parar hasta que un pequeño montoncito de mierda quedó depositado al pié del árbol.
El cerebro se sintió un poco extraño, no pensaba con claridad, sus planes no habían dado el resultado que él esperaba, pero estaba al fin liberado.
El árbol, que no tenía intención de dejar escapar un abono tan apetitoso, no opinaba lo mismo.
Publicado el lunes, 20 de junio de 2005, a las 11 horas y 32 minutos
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