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DORA (X) Nos había pillado por sorpresa y al principio no supimos reaccionar.

-Podemos seguir hablando si queréis, pero los honorarios son los honorarios.

Le pagamos lo más rápidamente que pudimos. Ella, sin perder tiempo, trató de agarrarse a nuestros paquetes, pero le hubiera resultado más fácil coger los ojos de un caracol con pinzas de manicura.

-Parece que no estamos por la labor -dijo- y creo que fue la primera vez que le vi sonreír.

-Esto ha sido algo... precipitado. Los nervios se me han llenado de estómagos y no consigo...Además no tienes por qué hacerlo- Mi voz escapaba tímida como la de un seminarista en un gabinete de sado y no dije más tonterías porque no hablé más.

-Lo hago porque me gusta ,o crees que las putas tenemos más espíritu de sacrificio que el currito de la zanja. No cariño, yo disfruto de mi trabajo y trato de hacerlo tan bien como tú el tuyo. Ahora relajaos un poco.
Es evidente que ella sabía lo que queríamos mucho mejor que nosotros mismos.

Su voz sonaba como la del dentista cuando te da una palmada en el hombro con la mano que antes sujetaba la aguja de la anestesia. Cambió de postura. Con una rodilla en el sofá le ofreció el culo a M ,que estaba tan concentrado como yo y absorto en la contemplación de dos margaritas de plástico que crecían en un vaso de agua.
Abrió el escote de la bata con una mano mientras me sujetaba el rabo con la otra. El cuello de marabú me rozó el frenillo y los músculos del esfínter, sobrecogidos por la sensación, sufrieron un espasmo que afortunadamente me pilló con el arma descargada. Posó sus tetas sobre mi bragueta abierta y con un ligero masaje consiguió que mi capullo se abriera paso torpemente por el canalillo, hasta asomar entre las dos tímido como un pajarito pidiendo agua.

M le acariciaba las nalgas haciendo audaces incursiones en la frontera del ano. Cuando le deslizó dentro el dedo índice de la mano izquierda ella no hizo el menor gesto de sorpresa o rechazo y supimos que Dora conocía el verdadero valor del culo.

De pronto se levantó del sofá y volvió a sentarse en la butaca.

- Quiero que os masturbéis frente a mí, a diez centímetros de mi cara. Quiero veros la próstata por el agujero del capullo.

Con las piernas abiertas y ambos codos apoyados en las rodillas miraba con fingido interés ahora a la izquierda, ahora a la derecha mientras nos entregábamos con entusiasmo juvenil a la faena. Se movía despacio, como una archiduquesa con anteojos en su palco de la ópera, como alguien que educadamente recibe y agradece por centésima vez el mismo cumplido.

Al otro lado de la butaca M apuntaba hacia algún lugar indeterminado, como pidiendo permiso para ir al baño, con un dedo con el que no sabía qué hacer y los dos nos la machacábamos colocados en batería, de pie y sin tregua, frente a su cara maquillada en tecnicolor.

Publicado el lunes, 2 de julio de 2007, a las 7 horas y 15 minutos

DORA (IX) Yo no entendía por qué Dora se enrrollaba tanto con la triste historia de su ex -marido. A fin de cuentas todo indicaba que no le había cogido cariño con el paso de los años. Tal como hablaba de él se diría que lamentaba no haberle propinado, además, un buen par de bofetadas y una patada en los cojones. Tampoco arrastraba el estigma de “el primero de todos”. El payaso no había sido un amor adolescente retozando entre apuntes de sociales sobre la hierba de los jardines del instituto. Fue una relación tardía para rascarse mutuamente la espalda mientras llegaba algo mejor.

Aquella diarrea verbal de Dora le permitía empalmar unas historias con otras como en la mesa de montaje de una película. Corta, pega y derecho al cerebro. La cabeza le iba a cien por hora. Las palabras le caían hacia la lengua y saltaban como palomitas calientes. El efecto era tan hipnótico que no supimos reaccionar cuando nos espetó:

-Yo os cuento lo que haga falta, pero el servicio me lo tenéis que pagar igual.

Flotando en aquel silencio repentino, quedó ese pitido agudo que aparece después de forzar los oídos.

-Son tres mil cada uno.

-¿Cómo?-contesté.

-Si, yo también como, por eso cobro, hijo- Es evidente que no tenía ganas de lucirse con los chistes.

Hasta ese momento la actividad comercial que Dora desempeñaba entre bambalinas nos era desconocida así que para alguien que se hace pasar por periodista lo lógico era preguntar:

-Y ese “servicio” ¿En qué consiste?

Encendió un cigarro y se quedó mirando el techo de la caravana mientras todo su cuerpo exhalaba bocanadas de impaciencia.

-Un tío llama a mi puerta .Yo le doy los buenos días y él me da tres mil pelas. Después le saco la polla y le hago un trabajo manual. A veces incluso hablamos. En eso consiste cariño. Si no has terminado en media hora vuelves al día siguiente. Vosotros ya lleváis más de veinte minutos.

El café (se) corre de mi cuenta.

Publicado el sábado, 30 de junio de 2007, a las 6 horas y 37 minutos

SECRETOS. Cientos de barcos americanos patrullan la costa del Báltico. Sus capitanes vigilan desde el puente mientras arden las ciudades más antiguas de Alemania. Entre las ruinas científicos con uniforme de las SS tratan de vender sus secretos a un coronel americano que hace turismo con su esposa entre los escombros. El Yanqui no regatea. Paga y se guarda varias carpetas con el sello nazi en una cartera de cuero con hebillas.

Un niño medio desnudo con el pelo tan rubio que parece blanco les pregunta si quieren ver el submarino y les conduce por un agujero abierto por los bombardeos hacia el subsuelo. El niño avanza descalzo entre el hierro oxidado y los cascotes pero con frecuencia tiene que esperar a la pareja que se mueve con torpeza. La mujer ríe y se queja al mismo tiempo. Parece una osadía venir por aquí con zapatos de tacón y un vestido rosa palo con diminutos lunares blancos.

A través de un terraplén por el que desciende la luz manchada de polvo llegan a lo que parece un andén de metro.

- Este es el muelle veintitrés, el submarino está ahí.

El niño señala hacia la oscuridad donde los ojos, que no se han acostumbrado aún a la falta de luz, comienzan a dibujar la silueta de un U-Boat. El coronel y su esposa se acercan sorprendidos. Si, es un U-Boat pero mucho más grande. La altura de la torre alcanza, por lo menos, siete pisos y estamos a varios kilómetros de la costa.

- Está lleno de secretos.

El hombre mete la mano en la cartera de cuero y saca una tableta de chocolate. Se la ofrece al niño. Este la coge sin dudar. Cogería lo que fuera.

- Ahora tengo que irme- dice- y desaparece por el terraplén hacia arriba.

El militar está absorto contemplando el submarino. Busca una entrada, una escotilla. No hay ninguna salvo la del puente. Intenta abrirla pero después de un rato sin conseguir nada se pone a golpear la manivela, enfurecido, con la culata de su pistola. Las cachas de nácar saltan hechas añicos y el hombre acaba sentándose en el suelo con la cabeza hundida entre los hombros, despeinado y la pistola colgando de los dedos.

-Vámonos Richard- La mujer ha permanecido de pie para no mancharse el vestido.

-Empiezo a tener frío.

Publicado el jueves, 31 de mayo de 2007, a las 7 horas y 59 minutos

MIGRACIÓN. Hasta donde alcanza la vista miles de perros negros avanzan lentamente entre las ruinas. Caminan sobre un suelo pintado de color azul. Todos los objetos son de ese color como si una misma capa lo recubriera todo. Nieve azul o algo parecido. Levanto una piedra. Está pintada por entero y el suelo también.

Los perros se mueven todos en la misma dirección llevados por la inercia como un borracho agarrado a la cola de un caballo, tristes como un ejercito derrotado que vuelve del frente bajo la tormenta.

De vez en cuando alguno que pasa cerca levanta la vista. Sus ojos, de bordes anaranjados, acusan todo el frío y el hambre del norte. Los párpados no tardan en caer al suelo vencidos por el cansancio y el desinterés.

Los perros no van a ninguna parte.
No buscan algo que tengas tú.
No huyen atemorizados de ningún horror indescriptible.

Los perros se mueven para que no los alcance el tiempo.

Publicado el martes, 29 de mayo de 2007, a las 13 horas y 25 minutos

DORA (VIII) EL PAYASO
El pobre diablo no podía hacer otra cosa, así que continuó con el turismo alcohólico. A partir de entonces las únicas pistas que conoció fueron las plazas de los pueblos que visitaba el circo.

A las cuatro de la madrugada, cuando renqueaba sujetando el hígado con el codo, se dedicaba a ejecutar su número para bancos y farolas que permanecían durante toda la representación en un obstinado silencio.
Noche tras noche llegaba tropezando a la feria guiado por el olor de las bestias entre ruidos de cacharros y golpes en las rodillas.

Un 28 de diciembre salió a coger una curda del catorce como tantas otras noches, pero algo debió ver que le hizo cambiar de opinión y volvió luciendo un traje nuevo a cuadros, aseado, peinado y oliendo tan fino como el caniche de una Madame.
Cuando subía los cuatro peldaños de la escalera notó que el carromato se movía levemente sobre la suspensión de ballesta. Cambió de mano el ramo de flores que llevaba, se limpió los zapatos en un felpudo que decía Wellcome y abrió la puerta de golpe.
Dora estaba a cuatro patas sobre la butaca roja con un domador pegado al culo. Los tres quedaron petrificados excepto el gato, que dijo "miau". Cuando le vio con el culo tenso ,agarrado al tutú de ella ,con los leotardos por los tobillos y la piel de tigre arremangada por la cintura, comprendió que la cosa había alcanzado unos niveles de complejidad fetichista que hacían imposible la vuelta atrás.

Entonces también la perdió a ella o, más bien, así se deshizo ella de él.

Llegó un momento en que contaba con pocos amigos que pudieran aguantarle toda la noche pringando el moco entre copa y copa, pero todos sus conocidos se prestaban a consolarlo, quizá porque no hay nada mejor para mitigar las desgracias propias que las desgracias ajenas.
-El que pierde una mujer no sabe lo que gana-le decían, pero él no podía olvidar lo que había visto: los pelos del culo de Salvatore, el domador, tan rizados como su bigote; y lo que no había visto: la polla clavada hasta la ingle en el culo de Dora, mientras ambos le miraban a él plantado en la puerta, haciendo esfuerzos para sujetar aquel ramo de margaritas que había robado en un parque. En ese momento estaba tan débil, tan vulnerable, que si llegan a caérsele de las manos le hubieran roto un pie.

La gracia en la pista tampoco volvió a pesar de los recientes golpes de infortunio sentimental.
-Olvídala hombre- insistían.
-Claro ,claro -contestaba intentando parecer convincente, pero sin hacer el más mínimo esfuerzo por salir de su letargo. Dora no había sido para él como las otras. Además-pensaba- hay mujeres y mujeres, pero un payaso siempre será un payaso.

Publicado el martes, 13 de febrero de 2007, a las 22 horas y 05 minutos

DORA (VII) Su pelo, inflado como un globo en una época en que todas eran rubias de bote, destacaba como una farola en el bosque, pero nunca pareció tan natural como el rubio de Taluchi; una mujerona que conocí también por aquellos años en cuyo cuerpo estallaban todos los productos que se podían comprar en su droguería. Taluchi era el mejor escaparate, el mejor reclamo para la clientela, un árbol de navidad en una noche de verano. Las pocas veces que entré en su tienda salí mareado, no sé si por el vapor de sus perfumes o por los collares de perlas que le desaparecían por el canalillo. Pero otro día hablaré de ella.
El pelo de Dora era rubio natural, pero no lo parecía. Como tantas otras cosas que ella era y tantas otras cosas que ella no era y sin embargo parecía.

Seguía con su historia. En el momento de mayor éxito se casó con el payaso del circo, que es con quien se casan las bailarinas cuando creen que viven dentro de un folletín, y el payaso, claro está, fracasó.

El hombre era una de las figuras principales del cartel y la fortuna como artista no le era desconocida, pero salir de la iglesia con los últimos toques de la marcha nupcial y perder la gracia fue todo uno. La sonrisa bobalicona que exhibía bajo los focos y que tanto les gustaba a los niños salió volando de la pista como un pájaro ciego. Abandonó su cara policromada y se instaló en su cara doméstica, su cara real, la de todos los días por la mañana.
A partir de ahí cayó en picado. Error de cálculo, falta de previsión, incapacidad para anticiparse, es decir, la idiotez en general le había impedido ver que la felicidad a bordo del carromato no iba a compensar el fracaso profesional.
Empezó jugar y a beber, que es lo que hace todo payaso sin gracia que cree que vive dentro de un folletín. No le daba tiempo a recuperarse y cierto día en mitad de la función matinal, harto de los abucheos, se y irguió buscando la dignidad que le negaba el atuendo, sacó la polla del interior de unos holgados pantalones rojos y vocalizando lo mejor que pudo mientras combatía la resaca ,les gritó a los niños:

-¡Me la vais a chupar todos de uno en uno, cacho cabrones!
-¡Vosotros y la puta madre que os cagó!

Los niños se desternillaban de risa porque no entendían nada de lo que estaba sucediendo, pero él perdió el empleo.

Publicado el miércoles, 7 de febrero de 2007, a las 22 horas y 06 minutos

DORA (VI) Dora es ese tipo de persona que en los cinco primeros minutos de conversación te ha contado su vida entera, desde que tiene memoria hasta los treinta, que fue cuando paró de contar los años, con todos los pelos y señales de miseria imaginables y sin dejar de sonreír.

Podía escribir con ambas manos, una de las pocas cosas que le distinguían de pequeña. En la pista central del circo, de pie sobre los caballos, hacía bailar platos con varillas de madera y vestía aquellos corsés cuya talla aumentaba de año en año.
Nunca pensó que siendo ambidiestra tuviera que acabar ganándose la vida haciendo pajas a pares por seis mil pelas en vez de hacerlas sólo a tres mil con la mano buena. Pluriempleo e iniciativa propia. Nada tenía que ver esto con el circo pero como ella decía "los caminos del arte son insospechados".

Hasta que se compró la "Ruló", con el dinero que le dejó un antiguo cliente alemán, su casa fue siempre un carromato de madera policromada que había aguantado los chaparrones bajo innumerables capas de pintura. En aquella época el único detalle anacrónico, por fuera, eran los cuatro neumáticos de camioneta con amortiguación de ballesta sobre los que descansaba y por dentro un televisor en blanco y negro con antenas.

Compartía vecindad, sobre el barro y los charcos, con jaulas de leones comidos por la tiña, desdentados y con la piel sembrada de calvas rosáceas, monos aulladores, avestruces, tigres ciegos y algún elefante que aún no se había vuelto loco. Yo siempre sentí una mezcla de angustia y fascinación por aquel mundo que olía a cacahuetes rancios, poblado de etéreas bailarinas haciendo equilibrios sobre caballos blancos en la pista del circo y luego toda la familia despeinada pelando patatas alrededor de un barreño de plástico azul, al pie de los carromatos.

Publicado el lunes, 5 de febrero de 2007, a las 22 horas y 18 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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