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DIMENSIONES PARALELAS. Alguna vez ya hemos hablado por aquí de las realidades y las dimensiones paralelas (el compañero del Ojo en la nuca es muy dado a ello). Y vamos encontrando respuestas. ¿Por qué vivir en una sola dimensión?
Publicado el miércoles, 8 de marzo de 2006, a las 9 horas y 34 minutos
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CRÓNICAS DE NY (IIII*) Me imaginaba a Alfredo Landa con el chorizo envuelto en papel de estraza con la cuerda cruzada, a Tom Hanks con su esmoquin azul celeste en la fiesta de los ejecutivos, a Peewee corriendo desnudo por la carretera. Un pez fuera del agua, un impostor, un infiltrado. Por suerte no era el único.
El caso es que allí estábamos, habíamos conseguido entrar y sin ningún problema, todo un éxito, teniendo en cuenta que el número de invitados superaba al de vigilantes por muy poco. Habíamos logrado el segundo objetivo de nuestro viaje. El primero, el viaje en sí, parecía conseguido y real, aunque todavía teníamos nuestras reservas. Pues eso, que allí estábamos, mi señora y yo, dentro del MoMA, en una inauguración de uno de los museos más importantes del mundo, en calidad de invitados.
Y vestidos a juego. Casi nada.
Y allí estábamos, rodeados de los gerifaltes y los jefazos jefacísimos, la élite de la arquitectura mundial, y de la política y la especulación inmobiliaria españolas (que de los primeros del mundo me huele a mí que tenemos que ser). Invisibles para los tahures que jugaban sus cartas, nos centrábamos en lo que realmente nos interesaba: el museo en sí, cerrado para los invitados, y los canapés.
El museo impresionante, lo mires por donde lo mires. Cuando empezamos a intentar verlo, nos dimos cuenta de que tendríamos que volver con más calma. El primer error, porque a los invitados a eventos como el que nos ocupaba les dejan hacer fotos. Y tocar también un poco, que yo soy muy de tocar.
Tras la vuelta de reconocimiento al museo, a la sala de diseño principalmente, y la pertinente y obligada visita a la exposición que nos había traido hasta allí, convertida en bazar persa de vendedores y vendidos, volvimos a los canapés.
El segundo error. Qué malos estaban...
*(antes yo era de los que escribía IV, pero Montero me ha hecho cambiar)
Publicado el viernes, 3 de marzo de 2006, a las 20 horas y 51 minutos
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YO, EL CONVERSO. Por obra y gracia de Él, no podía ser de otro modo, llegó a mis manos, mejor dicho, a mi pantalla Su mensaje. Y tras leer Su palabra, no tuve más remedio que convertirme: soy Pastafarista.
Sí, tras tantos años de cultivar mi escepticismo, me he tenido que rendir a las pruebas, tanto ontológicas como cosmológicas, que dan testimonio irrefutable de la existencia de Nuestro Señor el MVE, el Monstruo Volador de Espagueti. No puedo resistir la tentación de repetir aquí una de ellas:
* Premisa 1: el Monstruo Volador de Espagueti es un ser que tiene toda perfección.
* Premisa 2: la existencia es una perfección.
* Conclusión: por lo tanto el Monstruo Volador de Espagueti existe.
Si a estas pruebas concluyentes e irrefutables añadimos las evidentes pruebas videográficas de Su existencia, hermanos, Pastafaristas todos, sólo puedo añadir una cosa:
Ramén.
Publicado el martes, 28 de febrero de 2006, a las 0 horas y 54 minutos
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PAISAJE. .
- Buenas noches.
Primero el aseo, luego me acuesto, leo un poco, se cierran los ojos, apago la luz y trato de dormir. Mi cuarto, mi mundo de trece metros cuadrados, mi universo al alcance de la mano. Y en el centro, yo acostado. Cama-centrismo en estado puro.
A punto de sueño, los ojos pesan, los sonidos se hacen ruidos, los pensamientos se diluyen. Y entonces sucede.
La cama se hace enorme, las paredes huyen, el techo se aleja hasta que no puedo ni sentirlo, el muro que me rozaba la coronilla, primero se va, luego parece que no existe. Es extraño, porque siento todo eso y mucho más. E incluso soy capaz de verlo, pese a que tengo los ojos cerrados.
Es un instante, un momento alargado indefinidamente, un paréntesis eterno, donde mi mundo cama-centrista se amplía hasta el infinito.
Vértigo. Y después, lo demás.
Publicado el sábado, 25 de febrero de 2006, a las 17 horas y 29 minutos
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CRÓNICAS DE NY (III) Entramos a un restaurante de Little Italy. Un amigo de Robert de Niro, o de Joe Pesci, o de Ray Liotta, nos ha captado en la puerta. Hemos rechazado a todos los demás reclamos de la calle Mulberry, el corazón de esta pequeña Italia en Nueva York.
El captador nos pasa al maitre, que hace honor a su cargo. Traje, con corbata pero sin chaqueta, elegante pero cercano, peinado canoso impecable, detalles en oro múltiples, sonrisa y pequeña reverencia. Nos pregunta cuántos y nos ofrece sus mejores sitios para que elijamos, o al menos es lo que nos transmite.
Nos sentamos, viene un camarero y nos sirve agua, viene otro y nos pregunta qué queremos beber (el agua se daba por supuesta), y un tercero nos trae pan y mantequilla. Servicio multitudinario y diligente, que por algo acabas pagando un veinte por ciento de la cuenta de propinas.
Vuelve el maitre y nos recita las especialidades y ofertas del día. Nos cuesta comunicarnos con él, nuestro inglés (el mío y el de mi señora) sólo es más fluido que nuestro ruso o nuestro arameo, pero poco más. Intentamos preguntar por alguno de los platos. El maitre sigue. Y de repente, entre muchos "chicken" y algun "veal", se le escapa un "everitin".
Tal como suena: everitín. Nos miramos sorprendidos, y le digo al impecable: ¿habla usted español?
Su respuesta: "¡Cómo no! ¡Nací en España!". El mismísimo Tejero habría estado orgulloso de su manera de pronunciar España. Acabamos de pedir, con mucha más calma y seguridad, y el impecable se va a repetir su discurso del día a los comensales que han entrado tras nosotros, everitín incluido.
Pero la magia ya estaba hecha. El camarero del agua volvió a rellenar, y de paso nos preguntó, en perfecto castellano, de qué parte de España éramos; el de la mantequilla nos sirve los platos y nos desea "buen provecho", y el de los refrescos desde lejos nos dice si "deseamos alguna cosa más". Todos se han transformado.
Todos, salvo el de la puerta, que grita a voces a alguien "Signorina! Com jier!". Uno de los nuestros siempre será uno de los nuestros.
Publicado el martes, 21 de febrero de 2006, a las 13 horas y 14 minutos
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LUZ. .
...y oscuridad y silencio...
...porque no me atrevo a dar ni un solo paso....
...el miedo me puede. Al menos por ahora....
...pero me decido y lo doy. Un paso.
¿Qué ha sido eso? Repito.
Y se repite el destello bajo mi pie. Empiezo a envalentonarme, y a caminar, y los destellos se multiplican. Otro, y otro, y otro, y otro.
El miedo se va, pierde el pulso, la alegría se apodera de todo, y empiezo a correr, sin saber a dónde, sin ir a ningún sitio. Porque el mundo, mi mundo, se ilumina alrededor de mis chapines de rubí, construyen su universo de luz. Y de color.
Cada vez más euforia, cada vez más vida, cada vez más luz. La oscuridad sigue aquí, vacía e infinita, marcando el límite de mi fantasía, pero cada vez está más lejos.
Mis pies han construido el camino de baldosas amarillas, la pista de Fiebre del sábado noche, el piano del pequeño y gran Tom Hanks. Mis manos han llamado a los Munchkins, que han venido con el león cobarde, y a los Oompa Loompas, han traído el sol de Dibooliwood, y la nave de Cocoon. Y no quieren parar.
Y yo, no hago nada por impedírselo.
Publicado el sábado, 18 de febrero de 2006, a las 19 horas y 12 minutos
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CRÓNICAS DE NY (II) Un metro nos lleva hasta su última parada. Vamos a Coney Island. A la cabeza me vienen los Warriors, huyendo tras ser acusados injustamente de matar a Cyrus. Y las penurias de los protagonistas de Réquiem por un sueño.
La mitad del trayecto no es subterráneo, sino a cielo descubierto, casi siempre un par de metros sobre el nivel de los tejados que nos rodean. Invierno, frio, diez de la mañana. El paisaje es cuando menos triste, pero ante todo, interminable, monótono, el sueño americano convertido en suburbio infinito.
La noria de Coney Island nos recibe nada más bajar de la parada. Unas gaviotas orgullosas, sabedoras de que nadie llegará a tocarlas, nos acompañan por la playa, por el muelle, por el paseo. El sol de invierno intenta calentarnos, pero no tiene demasiado éxito.
Un paseo junto al mar, con parque de atracciones, polideportivo, chiringuitos, bares, columpios, no es lo mismo si todo está cerrado. Melancolía, tristeza, decadencia. Y nosotros solos. Y encantados. Estamos aquí, y estamos donde nuestros recuerdos nos decían que íbamos a estar.
Tom Hanks comienza siendo pequeño en medio de un parque de atracciones lleno de luz y color, pero la realidad es otra, es esta. Cada vez que veo la película, Tom vuelve a echar la moneda para volver a ser pequeño, pese a que intento convencerle de que no lo haga. No es necesario, y no es ni mucho menos mejor.
These vagabond shoes, are longing to stray
Right through the very heart of it - new york, new york
Publicado el viernes, 17 de febrero de 2006, a las 11 horas y 42 minutos
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