EN CORREOS. Frecuento Correos, departamento de recogida de paquetes. A veces hay suerte y no hay cola, pero lo normal es que la haya. El viernes la había y estaba atascada. Intenté recordar algunas cosas de la
Teoría de Colas, según la cual el tiempo de espera te lleva a la histeria según algunas variables: que la cola sea injusta o que sea inesperada.
En este caso, la variable era una señora que discutía con el de la ventanilla. Fueron quince minutos de rifi-rafe, en los que se repitió este modelo de diálogo:
-Vivo en el quinto izquierda y el papel pone quinto derecha. ¿Qué pasa o qué?
-Pues el cartero se debe haber equivocado.
-Además, mi marido se llama Jacinto y aquí pone José María. ¿Qué hago? ¿Cojo el paquete?
-Mire, señora, ha sido una equivocación. Déjeme el papel y se lo enviamos a su vecino del quinto derecha.
-Pero el papel me ha llegado a mí. Es mío. ¿Qué hago? ¿Recojo el paquete?
-Ya le he dicho...
-Porque puedo recoger el paquete. ¿Qué tiene el paquete?
-No le puedo decir el contenido del paquete porque no es para usted...
-Pues entonces, ¿qué hago con el papel? ¿Lo rompo?
-No lo rompa, por favor. Démelo y se lo remitimos a su vecino.
-Lo voy a romper el papel. ¿Porqué me lo han echado en mi buzón?
Nos mordíamos las uñas, la muñeca, hasta el codo. El de la ventanilla era el santo Job. En ningún momento levantó la voz y, en un descuido, atrapó el papel y ya no lo soltó. Se redobló la rabia de la señora, que repetía que su marido se llamaba Jacinto y que vivía en el quinto derecha y que por qué el cartero le había echado el papel a su buzón y que le devolviera el papel o le diera el paquete.
Me fui.