TEATRO LEÍDO. Para mí, con escasas excepciones, el teatro ha sido siempre leído. Además de algunos clásicos y de las risas con Jardiel y Mihura recuerdo la experiencia de leer en una época de mi vida a los creadores del teatro moderno con verdadero asombro (y placer). Toparse uno con
Esperando a Godot, con
El rinoceronte de Ionesco, con
Seis personajes en busca de autor de Pirandello, con
Cocktail party de Eliot, con
Muerte de un viajante de Miller. Pero sobre todo me dio por
Ibsen:
Casa de muñecas,
Un enemigo del pueblo (esa obra proscrita hoy por su ataque a la yugular de la democracia),
Brand,
Peer Gynt.
Leo ahora
Emperador y galileo, un drama histórico de Ibsen sobre el emperador Juliano el Apóstata editado por Encuentro, y vuelvo a experimentar la misma sensación: qué placer leer buen teatro. Para los que somos ansiosos, el teatro relaja: a pesar de sus 500 páginas, vas rápido leyendo los diálogos y te metes en ambiente sin que te distraigan las descripciones del estado del cielo o de la disposición de la habitación. Aquí sólo hay personajes y drama.
Qué poco saben los editores a veces.