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RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO. No sé dónde leí esta frase suya que apunté hace tiempo en un cuaderno:«El presente se pone en manos del futuro lo mismo que una viuda ignorante y confiada se pone en manos de un astuto y deshonesto agente de seguros».

Publicado el jueves, 14 de septiembre de 2006, a las 13 horas y 35 minutos

SOPRANO EN BURGOS. ¿Cómo se ganaría la vida Tony Soprano en Burgos? Si el mafioso más célebre de la historia de la televisión viviera aquí (aquí, palabra tótem para cualquier nacionalista, por cierto), en vez de en la Nueva Jersey ficticia de la serie norteamericana que emiten la Sexta y el Plus, ¿a quién extorsionaría? ¿Y a quién untaría?

Me lo imagino entrando a saco en el mundo de la construcción, tan goloso, o convulsionando las cloacas de la ciudad, sacando tajada de bares y burdeles, diciendo a sus colegas que Burgos es una ciudad sin ley, donde si no pisas te pisotean, mientras Carmela, su esposa, no se pierde una misa de guardar en San Lesmes y llena el monovolumen en Hipercor.

En este mundo tan moderno y funcional todo se confunde. Molan el mestizaje, los maridajes, la fusión, los cubatas y el calimocho, el caso es mezclar, ya sea en un restaurante de tres estrellas Michelin o en una plaza botellonera. En este mundo nuestro, como en el de nuestros abuelos y tatarabuelos, como siempre, la ficción forma parte de nuestra realidad. Si no, que se lo pregunten a cualquier niño: los Lunnis o el rey León de turno forman parte de sus vidas, les pertenecen, y no sólo porque tengan el deuvedé, la mochila, el cuaderno o los calzoncillos de sus personajes favoritos. Puestos a mezclar, juguemos a plantar en nuestras vidas a nuestros personajes favoritos, juguemos no sólo a disfrutar de sus vidas cuando les contemplamos en el sofá o en el cine, sino también a fantasear plantándolos en nuestro hábitat.

¿Se imaginan al doctor House en el Yagüe? Yo no, la verdad. ¿Y a Jack Bauer salvando al mundo durante 24 horas de vigilia, ayuno y abstinencia por las calles de Gamonal? Tampoco, ¿no? Las series yanquis nos gustan pero resultan lejanas, aunque aquí también tengamos mujeres desesperadas o «friends» a destajo. Sin embargo, Tony Soprano es uno de los nuestros. Aquí, allá y en cualquier otro sitio.

Publicado el lunes, 11 de septiembre de 2006, a las 13 horas y 50 minutos

LA VIDA SIGUE IGUAL. «Es necesario que todo cambie para que todo siga igual», escribió el conde de Lampedusa. Aunque la gente cita de memoria a este gran escritor italiano, así que a veces dice que todo cambia para que nada siga igual, que nada cambia para que todo siga igual y cosas del estilo, variaciones sobre un mismo tema; rara vez estas palabras de «El Gatopardo», una de las mejores novelas del siglo pasado, se repiten al pie de la letra; en cualquier caso, suelen servir tanto para un roto como para un descosido, es decir, para intentar recalcar que todo cambia o para tratar de subrayar que todo sigue igual.

Así que todo cambia, que todo sigue igual, o que nada cambia, o que no sabemos cómo digerir los cambios, o cómo interpretar lo que nos pasa, y entonces desembocas en septiembre sin sacudirte la resaca de las vacaciones, desconcertado, cargado de buenas intenciones pero cansado, como siempre; de nuevo al tajo, al andamio, detrás del mostrador, a las órdenes de la pantalla del teléfono, del cliente, siempre tan razonable y con toda la razón del mundo; vuelves, si es que te habías ido, si es que habías huido, y los primeros días, sobre todo, parece que el que ha vuelto es otro, no el que sesteaba en la tumbona, allá en la playa o el pueblo, ni tampoco el intrépido que se aventuraba por el mundo.

Al cabo de unas semanas (o de unos días, o incluso de unas horas) todo cambia. O todo sigue igual. Como antes. Parece que nunca te has ido. Inmerso en las pequeñas alegrías y las grandes preocupaciones (o viceversa, para los afortunados) de la vida cotidiana, más pronto que tarde percibes cómo el paréntesis de las vacaciones se inserta velozmente en el pasado y se distancia de tu presente, de tus rutinas. El espejismo de vivir sin trabajar se disipa.

Decía Groucho o Karl Marx que el trabaja aliena, nos hace otros. Se equivocó: las vacaciones alienan.

Publicado el domingo, 10 de septiembre de 2006, a las 23 horas y 26 minutos

¿NEURAS? «Entro en tu blog de vez en cuando, y ya veo que sigues igual, con tus neuras», me dice un amigo. No replico (soy lento), pero unas horas después me quedo con las ganas de volver a hablar con él. ¿Neuras? ¿Neurótico yo? ¿No era yo, precisamente yo, el elemento estable del piso? ¿No lo sigo siendo? Entonces, ¿antes qué era? En todo caso, si alguna vez vomitara lo que llevo dentro, ¿pensarías que soy un neurótico, o dirías algo peor? Dice el diccionario que la neurosis es una «enfermedad funcional del sistema nervioso caracterizada principalmente por inestabilidad emocional». ¿Pero hay alguien estable, hay alguien medianamente estable en este mundo desquiciado? En fin...

Publicado el jueves, 7 de septiembre de 2006, a las 19 horas y 37 minutos

ANDER IZAGIRRE. Embarcado en su Vespaña, proyecto literario y periodístico subtitulado Viajando vespacito por los caminos capilares de España, hace escala en el burgalés Valle del Mena y se encuentra, después de sobrevivir a un café con sabor a virutas de ataúd, con un cartel que reza: «Los verdaderos amigos se hablan en silencio».

Publicado el martes, 5 de septiembre de 2006, a las 19 horas y 08 minutos

LA ESTACIÓN. No tienes remedio. Antes de que llegaran los hipermercados, con sus multicines y sus centros comerciales y sus franquicias, echabas pestes ante la invasión y te lanzabas en defensa de los comercios de toda la vida, del mercado, de los ultramarinos (para Arturo Pérez-Reverte, ultramarino es la palabra más bella de nuestro idioma), de los cines con pantalla grande (¿quién no se acuerda del Goya, del Tívoli, del Gran Teatro?). Ahora estás mejor calladito, mientras engulles palomitas en una sala diminuta o mientras de ciento en viento eres infiel a tu frutero, a tu carnicera y a tus pescaderos.

Te has pasado media vida despotricando contra la estación. Como todos. Pero ahora, justo ahora, cuando comienzan las obras de reforma, ya la estás echando de menos. Y no te lamentas porque durante los próximos tres meses, más o menos, tendrás que coger los autobuses en la calle, en las paradas provisionales, sino porque será otra cuando terminen de modernizarla, allá por la primavera del año que viene. Será otra: parecida, quizá, pero distinta. Mejor, más cómoda, mejor acondicionada, más pulcra, sobre todo más cálida, pero distinta. No, si va a resultar que eres un sentimental: has pasado allí tantas horas, ¿demasiadas?, que te has encariñado de ella, casi te parece entrañable.

Tu ciudad no deja de crecer; más tarde que pronto, o más pronto que tarde (a veces no sabes si ves la botella medio vacía o medio llena), llegará a ser un lugar moderno y funcional, bien comunicado y con buenos servicios. Y, aunque no te parezca que esté perdiendo encanto durante el tránsito, y a pesar de que agradezcas que se haya vuelto más acogedora y confortable, te incomoda una pesadumbre: poco a poco, inevitablemente, se está alejando de la ciudad de tu infancia, de la ciudad de tu juventud, de la ciudad de tus recuerdos. De los años que no volverán.

Publicado el lunes, 28 de agosto de 2006, a las 9 horas y 51 minutos

¿QUÉ SOMOS? ¿Alguien sabe qué somos? ¿A alguien le importa? Pregunten a un niño, a un anciano, a cualquiera. Además de terrícolas, europeos y españoles, y de burgaleses, mirandeses, arandinos o, qué sé yo, segisamonenses, ¿somos castellanoleoneses, así todo junto, o castellano-leoneses, con guión, o castellanos y leoneses, en plan copulativo pero marcando distancias? El otro día me asaltó la duda mientras trataba de llegar hasta el final del proyecto de reforma del Estatuto de Autonomía de Castilla y León, unos cuantos folios que la temporada política que se avecina quizá pasen con más pena que gloria por telediarios y periódicos hasta que entren en vigor.

Según la Real Academia Española, los naturales de Castilla y León son… castellanoleoneses o castellano-leoneses. Valen los dos gentilicios. Pero, sin embargo, en el proyecto del Estatuto no aparecen nunca. Es decir, no nos llaman como debieran llamarnos. ¿Por qué? Ni idea. Ignoro los motivos que han provocado que no en todo el documento nos aludan con una expresión que atufa a lenguaje políticamente correcto: «los castellanos y leoneses». Si el buscador del Microsoft Word no me falla, en el proyecto figura trece veces, qué mala suerte, la expresión «los castellanos y leoneses». No puede ser casualidad que jamás nos llamen castellanoleoneses o castellano-leoneses, ¿verdad?

Leo en el preámbulo que ha llegado «el momento de plantear una nueva reforma tan oportuna como necesaria», que se pretende «hacer una reforma que nos permita disponer de un Estatuto que, dentro del marco constitucional, esté equiparado al mas alto nivel», que Castilla y León es una comunidad «rica en territorios y gentes», que «ha forjado un espacio de encuentro, diálogo y de respeto entre las realidades que la conforman y definen»… Todo suena muy bien, pero queda empañado por una duda: si nuestros políticos saben qué somos, ¿por qué no lo dicen?

Publicado el lunes, 21 de agosto de 2006, a las 12 horas y 07 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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