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DE MILLONARIOS A MILEURISTAS. En los tiempos de la peseta y de los cinco duros éramos millonarios. Aunque la hipoteca nos estrangulara, aunque compráramos el coche o la lavadora a plazos, nuestro patrimonio se podía contar en millones de pesetas. Y, quieras que no, los kilitos que habíamos conseguido reunir, casi siempre con más esfuerzo del previsto, provocaban que este valle de lágrimas, sonrisas y sustos que acaba siendo la vida nos pareciera más transitable y seguro…

Pero ahora, ay amigo, ¿quién tiene millones de euros? Casi nadie. Bueno, cuatro afortunados, o cuatrocientos, qué mas da, poca gente: los que siempre fueron y serán millonarios, unos cuantos recién llegados al club, los que pegaban patadas al balón en el Madrid-Barça del sábado y cuatro gatos más.

Ahora, en cambio, somos mileuristas.

Para Carolina Alguacil, la joven que acuñó el término y lo difundió a través de una carta al director publicada en El País este verano, un mileurista es alguien que se ajusta a este perfil: «De 25 a 34 años, licenciado, bien preparado, que habla idiomas, tiene posgrados, másteres y cursillos. (…) Lleva entonces tres o cuatro años en el circuito laboral, con suerte la mitad cotizados. Y puede considerarse ya un especialista, un ejecutivo; lo malo es que no gana más de mil euros, sin pagas extras, y mejor no te quejes».

Pero esa definición se podría ampliar. A pesar de que puede definir a una tribu urbana o a un sector de la juventud, la palabra mileurista también puede calificar a la mayoría de la población. Si millonario, según la Real Academia, es el que posee un millón, o más, de unidades monetarias, mileurista podría ser quien posee un millar, o más, de euros.

Tras el viaje sin retorno de millonarios a mileuristas, sentimos que nuestro dinero vale menos. Pero aparentamos el mismo lustre.

Publicado el lunes, 21 de noviembre de 2005, a las 11 horas y 45 minutos

POR FAVOR. «No te vayas, por favor», me dijo mi niño hace un par de semanas, justo después de acostarle, cuando estaba a punto de cruzar el umbral. Llevaba un par de meses durmiendo solo, pero desde aquella noche me quedo con él hasta que se duerme. Me siento, me quito las gafas y espero.

Publicado el viernes, 18 de noviembre de 2005, a las 17 horas y 34 minutos

LA CEBOLLA (PRIMERA VERSIÓN, ABRIL 2004) Toda la casa. Y las ropas. Y el pelo. Todo huele a cebolla en esta casa. A cebolla cruda. Y por mi culpa, por mi gran culpa. Por hablar sin pensar en las consecuencias. Callado siempre se corren menos riesgos. Sobre todo cuando te enfrentas a esa santa alianza indestructible e inabordable formada por mi querida contraria y su venerable madre.

Nos tocaba comer en su casa. En fin, se me pasó por la cabeza y lo dije: «Tampoco es para tanto ese catarro, cuando hicimos lo de la cebolla estaba peor». Lo dije, y pensé: «La he cagado». Y no me hizo falta decir más. El resto cualquiera puede imaginarlo: había que volver a hacer «lo de la cebolla». Se quitaban la palabra. Que si el churu iba a pasar una noche espantosa, que si los remedios de toda la vida nunca están de más, que si el pestazo supone un mal menor... Cómo no, les di la razón... porque guardaba un as en la manga. Sólo yo sabía que en casa no quedaban cebollas desde el día de los chipirones.

En fin, salimos del territorio comanche, matamos la tarde paseando, llegamos a casa, nos enrutinamos con el baño, el biberón, el cuarto de hora ese que según el doctor Estivill tenemos que dedicar al «hábito de la afectividad» antes de llevarle a la cuna y, a las nueve y media de la noche, como quien no quiere la cosa, solté: «Bueno, voy a picar la cebolla». (Paréntesis: se supone que dormir con una cebolla fresca recién partida junto a la cama abre las fosas nasales y actúa como un antibiótico casero). Regresé de la cocina poniendo cara de sorpresa. «Qué pena, no tenemos». No sé si me pilló, pero canté victoria. Somos vecinos modernos, incapaces de atravesar el rellano para pedir en casa ajena una cabeza de ajos, un pellizco de sal... o una cebolla.

Pero mi contraria ante todo es una madre. Es la madre. Es como todas las madres. Siempre hará todo lo posible y casi todo lo imposible con tal de evitar sufrimientos a su hijo. Que no pasaba nada, que se daba un paseíto hasta casa de su madre. «Seguro que tiene». En fin... ¿Adivináis quién fue el pringao que tuvo que ir a por cebollas a casa de la suegra?

Publicado el miércoles, 16 de noviembre de 2005, a las 15 horas y 50 minutos

LA CEBOLLA. Cuando despertó, la cebolla todavía estaba allí.

Publicado el martes, 15 de noviembre de 2005, a las 12 horas y 20 minutos

LA CHISPA. Lo de Francia parece un libro de Saramago. El principio de una novela. El detonante. Una chispa desconcertante.

En «Ensayo sobre la lucidez», a la mayoría de los ciudadanos de una capital les da por votar en blanco. En «La balsa de piedra», una grieta separa la Península Ibérica de Europa. En «Las intermitencias de la muerte», en fin, la última narración del Nobel portugués, recién llegada a las librerías, la dama de la guadaña se toma un respiro. La obra arranca así: «Al día siguiente no murió nadie».

No sé, no me hubiera extrañado que un libro suyo comenzara más o menos con estas palabras: «La noche siguiente ardió un coche».

Tampoco me habría sorprendido que luego ardieran más y más coches, miles de coches, en una ciudad tras otra, que un ministro tragicómico no se cansara de meter la pata, que se impusiera el toque de queda. Ni que mientras tanto entraran en escena los intelectuales, con pajas mentales como éstas: «Es un proceso inédito: un grupo en fusión, casi en sentido sartreano. Y es un grupo en fusión de nuevo estilo, con teléfonos móviles, intercambio de SMS, unidades móviles…» (Bernard-Henri Lévy, filósofo). «¿Han sido estos ataques sistemáticos, planificados y coordinados o espontáneos? No está claro en absoluto» (Walter Laqueur, analista). «Los jóvenes no quieren cambiar las cosas, sino romperlas» (Alain Touraine, sociólogo). «No hay vándalo feliz. El que lo hace es porque está jodido, aunque con ello no quiero justificarlo, sólo tomo nota de ello, o sea, que hay motivos para el descontento» (Bertrand Tavernier, cineasta).

No quedaría mal que la novela incluyera la crónica de una cumbre política internacional. El primer capítulo podría concluir, quizá, con alguna frase demagógica. Por ejemplo, una como ésta de un presidente de Gobierno: «Ante todo, tolerancia cero con la violencia».

Publicado el lunes, 14 de noviembre de 2005, a las 11 horas y 10 minutos

UN BILLETE. Estuvo en la biblioteca menos de tres minutos y le sobró tiempo para apagar el teléfono, devolver las tres novelas de la semana pasada, buscar otras tres, esperar su turno y volver a conectar el móvil. Entró en el pasillo A-C y alargó el brazo cuando encontró a Amis, Auster y Aldecoa. Mientras las hojeaba, ya en la calle, encontró un billete de mil pesetas, de los de antes, dentro de una de ellas. Aún no sabe qué hacer con él.

Publicado el jueves, 10 de noviembre de 2005, a las 17 horas y 47 minutos

DIEZ PALABRAS. Ahora que nos aturden palabros interneteros como web, wiki o weblog; siglas tecnológicas como sms, dvd o mp3; fórmulas política y horrorosamente correctas como usuario/as, ciudadanos-y-ciudadanas… Ahora no está de más frenar en seco y pensar que una palabra, además de por su significado, nos puede cautivar por su sonoridad.

Navegando por la Red, podemos recalar en un página donde preguntan: «¿Cuáles son las diez palabras más lindas, más hermosas, más bellas, más sonoras, más evocadoras del castellano o español?»

Dicho sitio, llamado «Diez palabras», cómo no, permite enviar las que más le gustan a uno y leer las elegidas por cerca de 300 personas; la mayoría, internautas desconocidos (por ejemplo, un tal Jesús, de Pontevedra, ofrece esta decena: titiritero, ukelele, kilopondio, alboroto, cacatúa, pírrico, hipocondriaco, tungsteno, antiprotón, arquetipo); aunque también figuran las preferidas por Jorge Luis Borges (sándalo, penumbra, jacarandá, sombra, cristal, hexámetro, ámbar, runa, anhelar, arena), José Donoso (tórtola, garganta, maledicencia, escarpado, portillo, milonga, avatar, correhuela, vertical, alquimia), Antonio Gala (amor, hermandad, esperanza, lealtad, belleza, alegría, libertad, entusiasmo, paz, ojalá), Camilo José Cela (madre, sangre, fuente, simiente, rosa, moza, cielo, vuelo, ave, aire) y José García Nieto (primavera, alacena, relámpago, universo, estandarte, oropéndola, acantilado, rumoroso, burbuja, barlovento).

Ratón en mano, descubriremos que estos escritores participaron en una original iniciativa de «El Mercurio». En 1982, el diario chileno preguntó a 35 escritores cuáles son las palabras españolas más bellas. Las más mencionadas fueron libertad, mar, madre, azul, paz, dios, esperanza, belleza, amor y amistad.

Libertad. Mar. Madre. Azul. Paz. Dios. Esperanza. Belleza. Amor. Amistad.

Publicado el lunes, 7 de noviembre de 2005, a las 15 horas y 52 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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