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COLUMNITIS. Desde que escribo un artículo semanal, este diario desfallece. ¿Por falta de tiempo? ¿Porque me paso el día con mi niño, o currando, o porque dedico más tiempo del que pensaba a parir esa colaboración? ¿Tendré columnitis?

Publicado el jueves, 22 de septiembre de 2005, a las 0 horas y 06 minutos

EN LOS RECUERDOS. Hace ocho días el teléfono sonó demasiado pronto: la abuela acababa de morir.

Al día siguiente, después del entierro, el marido de una de mis primas me dijo algo así como: «Tienes que escribir una columna sobre la abuela; bueno, sobre los dos, sobre los abuelos. Para mí siempre han sido un ejemplo. ¡Cómo se querían! ¡Y qué entrañables, qué buenas personas eran! ¡Además estuvieron casados setenta años!»

Accedí, casi sin pensarlo. Pero ya lo había intentado en caliente. Cuando sonó el teléfono estaba en otra ciudad. Antes de coger un tren de vuelta, compré una libreta y un bolígrafo. Quería alumbrar un artículo memorable. Sin embargo, en tres horas sólo escribí esto:

«Algunas personas se van de este mundo igual que como vivieron: sin alzar la voz, sin aspavientos; aunque nos dejen un poco más solos y un poco más huérfanos, quizá se van sin pena y hasta con esperanza, deseando encontrar a los seres queridos que fueron perdiendo… Cuántas vidas extraordinarias pasan desapercibidas, cuántas vidas desembocan sin que casi nadie repare en ellas, sólo los más allegados, los pocos que han disfrutado del privilegio de percatarse de su existencia…»

Días después, aún sigo bloqueado. Podría buscar alguna excusa; por ejemplo, decir que no me he hecho a la idea de que hoy la abuela no se pondrá las gafas para leer estas líneas, o que necesito más tiempo para transmitir cuánto admirábamos y queríamos en nuestra familia a los abuelos, pero a estas alturas ya no puedo engañarme: sus historias son demasiado grandes para reducirlas a este espacio, y no porque merezcan un lugar mejor, sino porque deben perdurar en un lugar distinto: en los recuerdos de quienes los conocimos.

La memoria no sólo nos consuela: también revive. Y todos queremos que nuestros muertos sigan con nosotros, que no nos dejen nunca. Nunca.

Publicado el lunes, 19 de septiembre de 2005, a las 19 horas y 40 minutos

EN LA CAJA. Robo callejero, palabrero: mientras espero en la cola, el señor que me precede intenta bromear con dos cajeros que desde hace cinco minutos están contando los fajos que les ha dado: «¿Ya es la una y media? Parece mentira, llevo desde las nueve de la mañana de bancos. ¡Es que sois muy lentos! Antes han tardado dos horas en contar 45.000 euros en monedas».

Publicado el jueves, 15 de septiembre de 2005, a las 21 horas y 13 minutos

LA PRIMERA VEZ. ¿Qué es escribir? Según la Real Academia Española, «representar las palabras o las ideas con letras u otros signos trazados en papel u otra superficie». Bien, dicho esto, podemos continuar comentando que escribir sirve para muchas cosas: para camelar a un ligue; para aprobar exámenes; para recordar, contar y mentir; para ganar premios, dinero, lectores, aduladores y enemigos; para cautivar o aburrir con un verso o con un tocho; para apuntar un teléfono, una receta, la lista de la compra, una ley, un contrato, una orden, un chiste, lo que sea.

A veces, hasta que no juntas unas cuantas letras, hasta que no alumbras unas cuantas frases después de pensar durante un buen rato, no consigues pulir la idea que te ronda por la cabeza.

Porque escribir no sólo sirve para representar las ideas sino también, a menudo, para crearlas. Hasta que no escarbas en tu interior, no surgen, mientras eliges las palabras que intentan describir el efervescente cóctel de sensaciones, sentimientos, recuerdos y pensamientos que bulle dentro de tus vísceras.

Vale. Todo este rollo viene a cuento de que no sé qué palabras pueden ayudarme a contar qué pensaba o qué sentía la primera vez que llevé a mi niño al colegio, hace unos días. No tengo muy claro si estaba alegre o afligido, inquieto o tranquilo, satisfecho o aliviado, preocupado o…

Aquel día cortamos por fin el cordón umbilical. Le dejamos en manos competentes y cariñosas, pero le dejamos. Se quedó allí, sin nosotros. Acompañado por profesoras y por más niños como él, y rodeado de juguetes, pero solo.

«Esto es el principio del fin», proclamaba más irónico que apocalíptico un padre al que suelo ver en los parques cuando entró en el colegio con el churumbel en brazos. Quizá tenía razón, aunque ahora yo prefiera escribir que aquel día vivimos el fin del principio.

Publicado el lunes, 12 de septiembre de 2005, a las 15 horas y 40 minutos

BERNARDO ATXAGA. EN «El hijo del acordeonista»: «Es extraño pensarlo, pero la muerte y el amor no se llevan mal. El amor adopta otras formas cuando sabemos que la muerte se esconde tras la puerta de nuestra habitación: formas dulces, casi ideales, ajenas a los conflictos y a los roces de la vida cotidiana».

Publicado el domingo, 11 de septiembre de 2005, a las 21 horas y 01 minutos

FRACASO. Qué lástima. Tienes una herramienta colosal, un ordenador extraordinario que te permite conocer a la mayor biblioteca de la historia, pero jamás podrás seguir los pasos de quienes sólo contaban con una humilde pluma.

Publicado el jueves, 8 de septiembre de 2005, a las 0 horas y 41 minutos

SELECCIONADO. ¡Estoy seleccionado! En el anverso de una carta que encuentro en el buzón lo pone muy clarito, en letras grandes: seleccionado.

Ya en el ascensor, impaciente por abrir el sobre pero incapaz, porque voy cargado con las bolsas de la compra, me pregunto: ¿Pero quién me ha seleccionado?

¿Acaso Luis Aragonés anda tan escaso de efectivos nacionales en la Liga de los Cometas que necesita a un tocho como yo para marcar a los delanteros de las selecciones rivales? ¿Pretenden que concurse en el próximo Operación Fracaso después de escuchar cómo canto en la ducha? ¿Me han visto tirarme por los toboganes y piensan que podría participar en La Selva de los Torpes? ¿Mi perfil encaja con los requisitos sociológicos de los candidatos a figurar en la nueva edición de Gran Padrazo?

Soy un tipo afortunado, lo reconozco. Estoy acostumbrado a ganar sorteos. Cuando cojo el teléfono ya ni me sorprendo. He perdido la cuenta de los adosados, pareados y apartamentos «multipropiedad» con los que me han premiado en primera línea de playa… Sin embargo, no estaba acostumbrado a recibir alegrías por correo, últimamente sólo llegan facturas. Por eso me llevé un chasco cuando abrí la carta.

El «seleccionador», el señor que firma la carta, que me llama «querido» y que me envía «un fuerte abrazo», es el director comercial de Cofidis. Pero me ha seleccionado nada más que para preguntarme si quiero 600 euros. Bueno, y para ofrecerme una línea de crédito porque «seguro que habrá alguna cosa que quiera o necesite» y porque «con la llegada del nuevo curso apetece hacer cosas diferentes».

Y yo que pensaba que la gente pide préstamos urgentes como ése, que se reciben en 24 horas y se devuelven al 22.95% TAE en cuotas «cómodas» (¿cómo serán las incómodas?) para poder llegar a fin de mes o salir de algún apuro… Pues no: sirven para hacer cosas diferentes… si tienes la suertes de que te seleccionen, claro.

Publicado el lunes, 5 de septiembre de 2005, a las 11 horas y 53 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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