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EN EL METRO. Entro en Avenida de América, en el último vagón. Me coloco en una esquina. A mi derecha, agarrada a una barra, una rubia veinteañera lee a Primo Levi, un escritor y científico judío que pudo contar cómo sobrevivió en Auschwitz; a mi izquierda, apoyado en la pared, un cuarentón rapado abre un libro que, si no recuerdo mal (no lo he encontrado en la web del ISBN), se titula El comandante del III Reich. En la contraporada aparece una esvástica. Bajan en Prosperidad.

Publicado el viernes, 30 de diciembre de 2005, a las 11 horas y 50 minutos

DE UÑAS. Escribo estas líneas los viernes, mientras mi churumbel se echa la siesta, a menudo con el tiempo justo para dar con algo que merece ser comentado y para teclear los mil novecientos caracteres necesarios. Aunque los días anteriores suelo guardar en una carpeta noticias que me sorprenden, hasta que no se duerme no selecciono el tema que me parece más interesante. Pero no siempre resulta sencillo.

El otro día me topé con el siguiente teletipo de la agencia Efe: «Los osos polares se ahogan por el deshielo del cascote ártico». Durante un reconocimiento aéreo, unos investigadores norteamericanos vieron a cuarenta osos nadando en mar abierto. Algo inaudito. Como mucho, lejos de cualquier témpano solían encontrar sólo un oso al año.

Buscando información sobre los osos polares, me llamó la atención cómo se han adaptado a su hábitat: sus garras son más pequeñas y más robustas que las de sus parientes más cercanos, los osos pardos.

Justo cuando iba a ponerme a escribir, no sé muy por qué, me acordé de otro titular: «Nace un océano en Etiopía». Olalla Cernuda explicaba en elmundo.es que un grupo de geólogos ha sido testigo del posible nacimiento de una futura cuenca oceánica. Para que pudiéramos comprenderlo, añadía: «Un proceso similar al detectado ahora es el que, hace millones de años, provocó la formación del Atlántico o el Mediterráneo, cuando se disgregaron los continentes. De hecho, esos movimientos siguen produciéndose hoy en día. América del Norte y Europa se siguen moviendo en direcciones opuestas, a una velocidad comparable a la del crecimiento de las uñas de los dedos».

Me quedé quieto, delante del ordenador, en busca de una idea, de una inspiración, de un hilo que me permitiera enlazar el deshielo del Ártico con el océano etiope. Pero, de repente, mi niño se despertó. Entonces vi que me estaba comiendo las uñas.

Publicado el lunes, 26 de diciembre de 2005, a las 12 horas y 28 minutos

FOTOS. Regreso en el autobús de las siete. En la butaca de adelante, al otro lado del pasillo, un chico abre un ordenador portátil para mostrarle unas fotos a su acompañante. Casi sin darme cuenta, dejo de ver la película.

Publicado el jueves, 22 de diciembre de 2005, a las 0 horas y 22 minutos

ANA «TUDANCA» No me apetece decir que tenías sesenta y tantos años, que pesabas cuarenta y tantos kilos, que sustituiste tu melena yeyé por una peluca cenicienta, que tu historia concluyó en una planta para enfermos terminales, en vez de en la tienda mientras devorabas una novela, o en la biblioteca donde vivías.

Si hubieras tenido las fuerzas suficientes, tú, que no andabas escasa de carácter, habrías logrado que te llevaran a tu acogedora casa, y habrías muerto arropada por tus libros. Por tus miles de libros.

Un ensayo sobre mitos y leyendas se convirtió en tu volumen 10.089 el 12 de diciembre de 2003. No sé si llegaste a apuntar Viaje al fin de la noche, el premonitorio título de la novela que dejaste a medio leer en la tienda. En el segundo de los cuadernos donde catalogabas tus adquisiciones (el primer cuaderno quedó repleto con seis mil) no aparecen más anotaciones; aunque Pili, tu amiga más fiel, que me guió por tus estanterías hace ya más de un año, todavía recuerda que el domingo posterior a ese día aún te dio tiempo para hacerte con algunos volúmenes más en los puestos ambulantes del Mercado.

El 22 de diciembre de 2003 el cáncer pudo contigo. Agonizaste los cuatro o cinco días anteriores, mientras tu hermana y tus sobrinas, además de Pili y otras de tus amigas, se turnaban para no dejarte sola en el hospital y mantener abierta la tienda. Como ahora, llegaban las Navidades. La mejor época para vender los juguetes de madera y los cuentos infantiles que abarrotaban tu entrañable comercio, que apenas había perdido encanto desde que tuviste que mudarte. Ya enferma, cambiaste la calle Vitoria por La Puebla. Te llevaste los juguetes, las revistas que coleccionabas en la trastienda y, cómo no, la mesa camilla por donde pasaron la mayoría de los libros que hoy, dos años después, siguen huérfanos. Ellos también te añoran.

Publicado el lunes, 19 de diciembre de 2005, a las 11 horas y 48 minutos

VIERNES POR LA NOCHE. Cuatro adolescentes caminan entrelazadas. La más alta grita: «¡Voy a seguir virgen hasta que me case!» Cuando doblo la esquina aún escucho sus carcajadas.

Publicado el sábado, 17 de diciembre de 2005, a las 12 horas y 35 minutos

JOSEPH CONRAD. En el prólogo de «Azar»: «Nunca insistiré lo suficiente en el hecho de que cuando me siento a escribir mis intenciones son siempre intachables, por deplorable que pueda llegar a ser el resultado final de este empeño».

Publicado el jueves, 15 de diciembre de 2005, a las 11 horas y 45 minutos

A LA CARA. Embisto, luego existo. Para sobrevivir en algunos concursos televisivos hay que empitonar como un miura. No viene mal lucir una figura que bien podría haber aparecido en «Freaks, la parada de los monstruos», o digna de un certamen de belleza, ni tampoco resta puntos ser ingenioso, lelo, patético o ególatra; pero, sobre todo, conviene ser descarado y grosero. Hay que hablar a palabrazos. Aunque, eso sí, siempre a la cara.

Pongamos un caso práctico. X puede reprocharle a Y que se haya inyectado un quintal de silicona, que el único libro que haya abierto en su vida sea la guía telefónica o que se haya liado con Z mientras le juraba amor eterno a H. O que jamás lave un plato, da igual. Entonces Y puede responder con una andanada semejante y largar que X también ha seducido a Z, que tiene celulitis o que no sabe hacer la o con un canuto, o que X se pasa el día lavando platos para dárselas de currante. También pueden lanzarse todos los insultos que aparecen en el diccionario de la Real Academia y los de propia invención… pero siempre y cuando sea de frente.

La norma no escrita es que todo vale, pero si se dice cara a cara. Los concursantes suelen estar muy orgullosos de no hablar de sus enemigos cuando no los tienen delante, pero casi siempre les achacan ese defecto a sus adversarios. Una frase habitual (aunque no tanto como la exclamación «¡Qué fuerte!», que sirve para cualquier cosa) es: «Lo que tengas que decirme, ¡dímelo a la cara!».

Entre tanta polémica estéril, entre tantas discusiones zafias y cutres, mientras estos boxeadores televisivos tan necesitados de fama se despellejan, quizá podamos pensar qué ocurriría si a nosotros nos pareciera mucho más importante ir de sinceros por la vida que ser respetuosos. Si no supiéramos que, sobre todo, importa no ofender a las primeras de cambio, más que decir las cosas a la cara, a la espalda o de perfil. Porque nosotros no somos como ellos, ¿no?

Publicado el lunes, 12 de diciembre de 2005, a las 22 horas y 57 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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