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DOMINGO POR LA TARDE. Algún día recordaré con nostalgia estos tiempos, estos días en los que curro en silencio mientras, en la cama de al lado, en nuestra cama, el churumbel se echa la siesta.

Publicado el domingo, 16 de octubre de 2005, a las 18 horas y 06 minutos

EL CINE. «Yo nací –¡respetadme!– con el cine», dijo Rafael Alberti el milenio pasado, en los tiempos del cine mudo.

Podemos repetir este endecasílabo ahora, en salones donde los televisores parecen altares, con aparatos de tropecientas pulgadas que ofrecen un centenar de cadenas a través del cable o mediante tecnología digital, y con «home cinema», reproductor de vídeos y de deuvedés… Aunque también podríamos repetirlo en el dormitorio, frente a una pantalla quizá más pequeña, o en la cocina, han inventado frigoríficos con televisión incorporada, o desde cualquier otro rincón de nuestras casas, mientras introducimos un «deuvedé» en la consola, en un reproductor portátil o en el ordenador…

El «pecé», por cierto, se ha convertido en un aparato «emulizado» –perdón por los palabros– desde donde el que también podemos, si manejamos el ratón con un garfío de pirata, descargar cualquier película…

También podemos citar a Alberti mientras caminamos hacia alguno de esos videoclubs que atesoran miles de películas de todas las épocas y todos los géneros, o, en definitiva, hacia cualquiera de los mulcines de la ciudad. Sin embargo, nunca contemplaremos las películas con la cara de asombro que pusieron nuestros abuelos la primera vez que se pusieron delante de pantalla.

En Koba el Temible, Martin Amis cuenta que a Stalin le entusiasmaban las películas de vaqueros. El tirano insultaba a los malos y jaleaba a los protagonistas. Incluso en el Kremlin, en el lugar donde una burocracia tan absurda como despiadada decretaba la muerte de millones de personas, casi todas las noches durante las proyecciones privadas ocurría lo que ya sólo sucede en las sesiones infantiles.

Ahora, cuando vemos una película, los adultos sólo abrimos la boca para comer palomitas. O para bostezar. El cine no nos sorprende. Ni tampoco los telediarios.

Publicado el lunes, 10 de octubre de 2005, a las 12 horas y 09 minutos

GULAG. Cuenta Anne Applebabum en «Gulag»: «Mariya Sandratskaya, arrestada cuando su hijo tenía dos meses, fue llevada en un transporte lleno de madres que amamantaban a sus hijos. Durante dieciocho días, sesenta y cinco mujeres con sus sesenta y cinco hijos viajaron en dos vagones de ganado, sin calefacción a excepción de dos estufas pequeñas que arrojaban mucho humo. No había raciones especiales ni agua caliente para bañar a los niños o lavar los pañales, que se volvieron “verdes de mugre”. Dos mujeres se suicidaron cortándose la garganta con un vidrio, otra perdió la razón. Sus tres hijos fueron recogidos por otras madres».

Publicado el sábado, 8 de octubre de 2005, a las 14 horas y 30 minutos

¿UN ANZUELO? Quienes sostienen que el fútbol (por no decir los deportes de masa, en general) es el nuevo opio del pueblo pueden apoyarse en esta noticia que hoy publica El Mundo: La Iglesia Evangélica ha comprado los derechos de retransmisión del próximo Mundial para emitir los partidos en sus templos. Silvia Román, la corresponsal del diario, apunta que los párrocos no podrán cobrar a los hinchas que entren a ver los partidos. No buscan un beneficio económico: «El objetivo de la Iglesia Evangélica es el de atraer a los ciudadanos a los templos. Y si el fútbol es un buen anzuelo, pues que piquen».

Publicado el miércoles, 5 de octubre de 2005, a las 11 horas y 57 minutos

NOTICIAS. La semana pasada encontré uno de estos titulares desconcertantes, tan capaces de arrancarte una sonrisa como una exclamación de asombro: «Científicos de EEUU logran que unos ratones calvos de nacimiento tengan pelo tras manipularles un solo gen».

Antañazo, cuando leía periódicos de papel, quizá habría recortado la página. Ahora que leo diarios interneteros si me encuentro con una noticia de esta calaña la descargo y la conservo en una carpeta. Así, esos ratones manipulados conviven en el ordenador con titulares como estos: «Una limpiadora de la Tate tira una bolsa de basura sin saber que era una obra de arte». «Un grupo de náufragos dominicanos sobrevivió doce días a la deriva con carne humana y leche materna». «La caspa y las células de la piel influyen en el cambio climático». «Un estudio indica que el órgano sexual del David de Miguel Angel estaría arrugado por la proximidad del peligro»…

Pero la carpeta de noticias extravagantes amenaza con desbordarse y contagiar todo el disco duro, como esos virus con nombre de huracán o balada romántica que se lanzan al abordaje desde los correos electrónicos. No para de engordar; pesa tantos megas, que cualquier día tendré que ponerla a dieta.

Sin embargo, la otra carpeta donde guardo noticias, las noticias importantes de verdad, está escuálida. El otro día, eso sí, archivé una que pasó bastante desapercibida (o que al menos dio bastante menos que hablar que el triunfo de Fernando Alonso o los politiqueos en torno al Estatut): «La ONU asegura que 28 euros al año bastan para evitar que un niño muera de hambre».

Algunas noticias deberían permanecer en nuestra memoria hasta sacarnos del egoísta y aburguesado sopor que fulmina o anestesia nuestras buenas y casi siempre poco fructíferas intenciones de ayudar a los más necesitados. Hay noticias, y noticias.

Publicado el lunes, 3 de octubre de 2005, a las 18 horas y 27 minutos

PABLO PICASSO. No sé dónde leí esto: «NADA puede surgir sin soledad. Yo me he creado una soledad que nadie es capaz de imaginar».

Publicado el jueves, 29 de septiembre de 2005, a las 20 horas y 43 minutos

PESADILLA FUTBOLERA. Me tuvieron que sentar mal los callos, porque nunca había sufrido una pesadilla tan atroz durante una siesta. Estaba en el fútbol. En un fondo del estadio y con mi niño (aunque en el sueño aparentaba ocho o diez años).

Aparentemente todo era idílico (al menos para un forofo): nos enfrentábamos a nuestro rival más odiado y en la final de un campeonato. Además, nos habíamos comprado unas bufandas y mi hijo estrenaba la camiseta de su ídolo, nuestro delantero centro (y mi jugador favorito)

Durante el primer tiempo todo fue bien. Bueno, no tan bien: delante de nosotros un grupo de muchachos alborotaba bastante, y el churumbel apenas distinguía el balón entre el mar de cabezas rapadas que se alzaba entre él y el terreno de juego, pero estábamos de maravilla… en comparación a como estuvimos cuando, al principio de la segunda parte, el árbitro nos pitó un penalti. El chaparrón de improperios que cayó sobre él y sus parientes nos salpicó no sé cómo: mi niño pasó de estar abrumado por el ruido y la rabia a contagiarse, y tardé más de lo debido en darme cuenta de que él también estaba injuriando a la pobre madre del árbitro.

Aunque lo peor vino cuando remontamos. Nuestro ídolo marcó cuatro goles. Lo nunca visto. Pero, lamentablemente, a partir del primero los hinchas de abajo empezaron a ondear una bandera enorme y desde entonces nos fue imposible ver un palmo de césped. Después del primer gol mi hijo les dijo a esos energúmenos que dejaran de moverla, que no le dejaban ver. Pero desde que uno de ellos, el más grande, se giró, no volvió a abrir la boca. El juligan me dijo que cómo nos atrevíamos a pedirles que no desplegaran nuestra bandera, el símbolo de nuestra tierra, y después nos soltó un torrente de insultos tan contundente como el que había recibido el árbitro. Estuvimos contemplando la bandera, bien calladitos, hasta que me desperté.

Publicado el lunes, 26 de septiembre de 2005, a las 10 horas y 18 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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