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ABORTO. No, no sabemos explicarnos, nosotros los hombres. Y cuando lo hacemos, nos explicamos fatal. Tampoco sabemos llorar. Se nos da peor que mal. Nos avergüenza, nos enfurece, nos acojona. Las lágrimas nos desarman.
Hablaba en general, decía «nosotros los hombres», aunque no haya dos iguales, para no hablar de mí. Para no contar que he llorado mientras mi niño se quedaba dormido en nuestra cama, hecho un ovillo en mi regazo. He llorado mansamente, en silencio, sin aspavientos, pegado a mi niño. Cuando se ha girado y ha dejado de acariciar la etiqueta de su osito, me he secado las cuatro lágrimas que he derramado, me he levantado y he preparado el biberón de la merienda. He vuelto al dormitorio, le he contemplado un rato y le he puesto la tetina en la boca. No ha abierto los ojos, pero no ha dejado ni gota. Luego he regresado a la cocina y he llamado a mi colega. Le he dicho que me acababa de enterar, que lo sentía mucho y que dentro de nada empezará a cambiar pañales. He colgado, he merendado y me he puesto a escribir.
No pretendo psicoanalizarme ni hurgar dentro de mis tibias vísceras, tan poco sensibles al dolor ajeno. Tampoco quiero encontrar respuestas que expliquen ese llanto inesperado. Mientras mi niño se quedaba dormido, me he hecho preguntas patéticas, triviales, egoístas. ¿Cómo se llora a un hijo que aún no ha nacido, que aún no tiene rostro, a un hijo que ha subsistido sólo unos meses dentro de ti, que ha sido tuyo, que siempre será tuyo aunque no haya existido para nadie más? ¿Cómo sería mi vida si mi niño hubiera muerto antes de nacer pero cuando ya estaba con nosotros, cuando estábamos ya pendientes de él? ¿Cómo sería mi vida si mi niño muriera hoy, mañana, cualquier día? Debo reconocer que, aunque me ha apenado mucho que mi colega haya perdido a su criatura, no pensaba en nadie más que en mí cuando lloraba. Tengo miedo.
Publicado el martes, 5 de julio de 2005, a las 12 horas y 41 minutos
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SOCAVÓN. Tengo otro problema. Pero no lo voy a contar aquí. Esto es una bitácora casi real.
Publicado el domingo, 3 de julio de 2005, a las 17 horas y 33 minutos
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BACHE. Tengo un problema. Grave. Irresoluble. Quiero dejar de trabajar. Desde ya. Para siempre. No trabajar nunca más. Quiero pasarme el día con mi niño, con mi amor, con mi gente. Viajar. Vivir. Disfrutar. Jugar. Reír. Quiero poder leer y poder escribir todo lo que me apetezca. Quiero vivir en otro mundo. Un mundo sin dinero, sin compromisos.
Bueno, ya me he desahogado. Sigo currando. Empieza otro mes...
Publicado el viernes, 1 de julio de 2005, a las 10 horas y 45 minutos
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A DIETA. Peso, en números bien redondos, cien kilos. Cuando jugaba al baloncesto no llegaba a ochenta y cinco, y eso que comía por dos. Ahora continúo zampando tanto como antes, o más, aunque me pase el día delante de un ordenador o detrás de un triciclo. Por eso, como media España en estas fechas tan sudorosas, el jueves pasado me puse a dieta.
Voy a ser inflexible, me dije nada más levantarme. No voy a pecar ni a picar. Hasta nunca, michelones.
Entré en Rodel con paso firme. No me tembló la voz cuando pedí con sacarina el café con leche… a pesar de que sabía cómo iba a responderme Alberto, el repostero más guasón a este lado del río Arlanzón: «¿Con adelgacina?»
Por desgracia, entre semana Alberto obsequia a sus parroquianos con un lacito de hojaldre muy tentador… y no pude evitar devorar el mío y, ya puestos, el del amor de mi vida. Sin embargo,… mis tripas continuaban rugiendo. Tuve que engullir una raqueta. Además nuestro niño se fijó en un apetitoso bizcocho y Alberto nos puso una buena porción. Como era de esperar, el churumbel apenas lo probó, así que me tocó terminarlo, qué pena.
Bueno, pensé más tarde, olvidemos lo ocurrido. Preparo una ensaladita para comer y santas pascuas. Pero mi querida esposa llegó a casa ¡con una chapata!, ¿y a quién no le gusta hacer barquitos?
El resto, para qué contarlo. Después de quemar unas cuantas calorías en el parque, repostamos en una terraza. Unas cañas con unas aceitunitas. Con la segunda ronda no pudimos evitar pedir unos pinchos de chorizo. De bar en bar, tampoco nos resistimos a una bravas, a unos cojonudos, a unas croquetas de jamón, a una ración de lengua ibérica y a otra de pulpo. Para rematar la noche, a mi niño le dio por encapricharse de un frigopié. Se hartó al segundo lengüetazo, cómo no.
Mientras atacaba al helado, llegué a una conclusión: el próximo día que comience un régimen, pasaré del lacito. Seré inflexible.
Publicado el lunes, 27 de junio de 2005, a las 12 horas y 29 minutos
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PÍO BAROJA. En La guerra civil en la frontera , octavo y último volumen de sus memorias, que hoy merecen un extenso reportaje en El País: « En estos relatos no hay el menor asomo de arrojo ni de audacia. Carezco de vocación de héroe. Soy un espectador, un curioso, y nada más. En algunas circunstancias las impresiones de las vidas vulgares, contadas con exactitud y con detalles, pueden tener algún interés, y dar el carácter de la época, con tanta exactitud como la de los hombres arriesgados y extraordinarios que hay que reconocer que, en este tiempo, ha habido pocos, porque la mayoría han sido mediocres, al menos en España».
Publicado el domingo, 26 de junio de 2005, a las 13 horas y 21 minutos
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ANTONIO PEREIRA. En el prólogo de Me gusta contar: « Si dudas entre dos palabras, elige la más clara. Si hay empate, quédate con la menos prestigiosa».
Publicado el sábado, 25 de junio de 2005, a las 12 horas y 49 minutos
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EN LA FUENTE. Un enjambre de niños rellena globos. Uno de ellos deja el grupo, calado, mientras el cabecilla le insulta: «¡Me cagüen en ti y en tu puta familia!» El chaval responde con una blasfemia y un corte de mangas.
Publicado el jueves, 23 de junio de 2005, a las 12 horas y 33 minutos
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