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EL ECO DEL PARQUE. Hora punta en el parque. Veinte o treinta criaturas asaltan los columpios. Entre los bebés que apenas caminan y los niños que ya corretean solos sin tambalearse se encuentra tu churumbel, un valiente que mientras juega ya no quiere que le agarres de la mano. Tratas de prevenir los posibles accidentes como un aprendiz de escolta, como una sombra atolondrada, unas veces te colocas detrás de él, otras delante, pendiente de la caída, del coscorrón…

Pongamos que te releva tu mujer y que vuelves a casa, enchufas el ordenador y empiezas a teclear palabras como éstas. Digamos que pretendes escribir del parque y de tu niño. Así que improvisas, a ver qué se te ocurre… hasta que, de pronto, te acuerdas de ellos.

Te acuerdas de los violadores de bebés que detuvieron hace unos días. En los periódicos los llamaban así en los titulares, en vez de pederastas. Violadores de bebés.

Delante del teclado, te quedas en blanco. Te tumbas en la cama y te refugias en los libros. Abres una novela de Kawabata y sólo la sueltas cuando tropiezas con este par de frases: «Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana. En la oscuridad del mundo están enterradas todas las variedades de la transgresión».

Luego comienzas a devorar «La llave maestra», la primera novela de Agustín Sánchez Vidal, pero te topas con esta respuesta de un antiguo espía de Felipe II a su hija:

«–¿Es empalar lo que supongo?

–Es muerte terrible. Toman un palo grande, lo afilan muy agudamente en una de sus puntas, como se hace con los espetones en los que se pone un asado, apoyan en tierra uno de los extremos, dejándolo derecho, y al condenado lo sientan sobre él y lo espetan por el fundamento, atravesándole todo el vientre y el pecho hasta que le salga por la boca. Y lo dejan así vivo, que suele durar dos y hasta tres días.»

No puedes evitar acordarte otra vez de ellos.

Publicado el lunes, 6 de junio de 2005, a las 13 horas y 35 minutos

PENSAMIENTO. Un vecino me para en el portal: «¿Escribes en la prensa, verdad?» Le respondo que sí y luego, antes de despedirse, me dice que le gusta cómo pienso. En el ascensor veo que se me ha quedado una cara extraña. No sé qué pensar.

Publicado el jueves, 2 de junio de 2005, a las 20 horas y 03 minutos

IGNACIO ALDECOA. En «Seguir de pobres»: «De la bota del pobre se bebe poco y con mucha precaución. Al pan del pobre no se le dan mordiscos; hay que partirlo en trozos con la navaja. El queso del pobre no se descorteza, se raspa».

Publicado el miércoles, 1 de junio de 2005, a las 13 horas y 27 minutos

ENCRUCIJADA DE GENERACIONES. Sábado de mayo. Nueve menos cuarto de la tarde. Los peques menos estivillizados del barrio aún gobiernan el parque, agazapados en el tren, trepando a los toboganes...

Cerca, a cuarenta o cincuenta pasos, el polideportivo rebosa de decibelios, como todos los sábados de este mes. Se ha convertido en una discoteca light, apta para adolescentes de trece años en adelante, donde una veintena de monitores y varios guardas jurados logran, no sé si milagrosamente, que centenares de chavales, a veces incluso más de un millar, se diviertan allí varias horas sin beber alcohol ni consumir drogas. Alrededor del polideportivo deambulan lolitas minifalderas y émulos de Eminem que no practican el botellón (al menos, allí no) y que de vez en cuando recalan en los columpios si los niños los dejan libres…

Junto al polideportivo se alza un centro social de una caja de ahorros también consagrado al ocio. Allí pasan el rato, leen el periódico, charlan, cantan o juegan a las cartas decenas de abuelos (iba a poner ancianos, esa palabra tan respetable, o viejos, esa otra palabra igual de precisa aunque tan deteriorada, pero me consta que a muchos no les gusta que les llamen así, y me niego a decir «personas de la tercera edad» o «mayores»). Poco antes de las nueve, muchos abandonan el edificio en pequeños grupos…

Entonces la riada de abuelos se desborda por el parque y las calles cercanas, se cruza con el torrente adolescente y a veces se funde con un cauce intermitente y poco numeroso: el formado por los niños que regresan a casa, casi siempre a regañadientes, y por sus padres…

Los padres, ay, somos la generación intermedia. Orgullosos de nuestros niños, contemplamos a los joveznos con una envidia mal camuflada y a los abueletes con una desazón inconfesable. Ayer hacíamos cola para entrar en discotecas y mañana tal vez podamos echar unas manos de mus en hogares de pensionistas.

Publicado el martes, 31 de mayo de 2005, a las 1 horas y 28 minutos

20.000 ANILLOS DE MATRIMONIO. Jesús Hernández, en «Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial»: «El día 15, una última formación de bombarderos acabaría de reducir Dresde a unas ruinas humeantes. Los aviones aliados no encontraron resistencia; tan sólo ocho de los más de 1.500 aparatos que participaron en el ataque no regresaron a sus bases. Se desconoce el número final de fallecidos, pero podría llegar a 300.000, casi el doble que las víctimas de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki juntas. Se reunieron unos 20.000 anillos de matrimonio, rescatados de los cadáveres calcinados».

Publicado el sábado, 28 de mayo de 2005, a las 11 horas y 34 minutos

A LOS PUERTAS DEL COLE. Mi niño, atraído por el jolgorio, intenta entrar. Nos quedamos pegados a una valla, contemplando el recreo, y no puedo evitar escuchar cómo una maestra se desahoga así: «Les digo que no pueden venir con el tamagochi ni con la gameboy, y va una y dice: ¿Y no puedo traer el móvil? Le digo que no, y que en todo caso en clase no se puede tener los teléfonos conectados. ¿Será posible? Si sólo tienen nueve años…»

Publicado el miércoles, 25 de mayo de 2005, a las 17 horas y 25 minutos

JOHN FRANKLIN BARDIN. En «El percherón mortal»: «En último extremo, la psicología del asesino y la del bromista difieren sólo en grado. Ambos son sádicos; ambos disfrutan con lo grotesco y con el placer de infligir dolor a otros. Podría considerarse el crimen como la broma definitiva y, a la inversa, a la broma como la forma social del asesinato».

Publicado el martes, 24 de mayo de 2005, a las 8 horas y 33 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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