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SONRISA TORCIDA. Cara deforme. Podría ser yo. Tú. Cualquiera. Un ojo semiabierto. Un costurón. Sonríe. Sonrío. Podría ser yo. No me gustaría. Ser así. Tener la cara torcida. Deforme. Ser un monstruo. Tuvo un accidente. En coche. Hace dos años. Murió uno de los gemelos. Sonríe. Antes nos llevábamos bien. Me cuesta mirarlo. Le han sentado en la mesa de enfrente. El bodorrio avanza despacio. Me empacho y me emborracho sin dejar de espiarle. Escribo esto al llegar al hotel. En un cuarto de baño forrado de espejos. Como el suyo.

Publicado el lunes, 31 de enero de 2005, a las 13 horas y 32 minutos

FERNANDO ARAMBURU. En «Fuegos con limón»: «Uno va a los demás a buscarse a sí mismo, a besarse a sí mismo en la boca de los demás, a masturbarse con el auxilio de otros cuerpos. La madre ama al hijo, si es que realmente lo ama, porque ve en él carne propia. Y por idéntica razón, tomada del revés, el hijo ama a la madre. Y ambos se muestran complacidos cuando les dicen que sus semblantes se asemejan».

Publicado el viernes, 28 de enero de 2005, a las 13 horas y 08 minutos

OTRO. Todos seguimos alienados. Poco importa que curremos en un despacho con vistas espectaculares, en una rutinaria cadena de montaje, en un sórdido centro comercial o en un tedioso peaje. O en un dormitorio con conexión adsl. El más inepto de los Marx esa vez no se equivocó. Somos otro cuando trabajamos. Yo no soy yo ni siquiera cuando tecleo este diario.

Publicado el miércoles, 26 de enero de 2005, a las 12 horas y 26 minutos

EN BLANCO Y NEGRO. Entre el blanco y el negro hay muchos grises. Y no sólo en las fotos en blanco y negro. En esta vida predominan los tonos grisáceos. Es decir, la medianía, la mediocridad. Más que los feos y mucho más que los guapos, predominan los tipos como yo y las tías como tú, las parejas prescindibles que se aman y odian sin pena ni gloria, que nunca jamás se empacharán de amor con una historia de color rosa.

Publicado el martes, 25 de enero de 2005, a las 12 horas y 00 minutos

EN UNA CAFETERÍA. El sábado por la tarde entramos a una cafetería. Estaba llena. En la mesa de al lado abrevaban cuatro o cinco chavales. El pelirrojo se acababa de comprar un libro bastante voluminoso. Al de las patillas le debió de sorprender, ya que le preguntó: «¿Pero te lo vas a leer entero

Publicado el lunes, 24 de enero de 2005, a las 11 horas y 29 minutos

TREINTA Y TRES. Después de casi tres horas de autobús, no me espera un comité de bienvenida, ni la banda municipal ni mi club de fans... ni mucho menos una fiesta sorpresa. Abro la puerta y me encuentro con un «tiene 39 de fiebre». Hasta luego, o hasta nunca, señor Estivill. En toda la noche no baja de 38, ni apenas dormimos. Amanece. Cumplo treinta y tres años. Los celebro en Urgencias, por la mañana, y aquí, por la tarde, con deberes atrasados. Un amigo me felicita. Cuando le digo que estoy currando, hoy, el día de mi cumpleaños, y a estas horas, un viernes por la tarde, comenta: «Eso es de pobres, ¿no?»

Publicado el viernes, 21 de enero de 2005, a las 19 horas y 56 minutos

HINCHA. Hace lustros que sudas más en el sofá —tragando televisión, que nadie piense mal, o bien— que practicando cualquier otro deporte. Siempre te indignas cuando pierden los tuyos y rebosas felicidad cuando se cuelgan una medalla, levantan un trofeo, encestan un canastón o marcan el gol de la temporada. Un par de detalles sin importancia, sin embargo, te frustran desde hace un par de años. Más o menos, desde que un anillo te corta la circulación en el anular de la mano izquierda —si una semana después de la luna de miel no lo hubieras cambiado de sitio, ya te habrían amputado el de la derecha, que no sabes por qué es más grueso, que nadie piense mal—. Desde el bodorrio, no has podido evitarlo, has cumplido dos años más. Sumas ya treinta y dos inviernos. Y aún te crees joven... aunque la mayoría de tus ídolos deportivos se jubilaran el milenio pasado. Algunos hasta han sustituido el banquillo por un nicho. Los tuyos, debes reconocerlo, ya no juegan. Dentro de nada todos te parecerán unos niñatos. Y sucede, además, otra cosita. Ya no cantas los goles. Ya no insultas a los árbitros. Ya no animas a los tuyos. Ya no ruges cuando ganan los otros. Antes vibrabas con tus colegas. Ahora te aterra que el amor de tu vida sepa que convive con un hincha acomplejado y patético.

Publicado el jueves, 20 de enero de 2005, a las 14 horas y 01 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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