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38º ¿Qué hace un chico como yo en un sitio como éste? Rebobino: ¿qué hace un pringao como yo, con treinta y ocho de fiebre, sudando como un caballo, estresado, pendiente del churumbel, que está a punto de despertar de la siesta, enratonado con cuatro webs que tiene que actualizar sí o sí, charlando sobre un nuevo proyecto vía msn (sus socios nunca pisan el freno), echando un ojo al correo cada dos minutos (estoy recibiendo 16 inquietantes megas), en un sitio como éste, es decir, delante del ordenador, encima escribiendo aquí, enchufado a Internet como un preso a sus grilletes?

Publicado el martes, 19 de abril de 2005, a las 18 horas y 23 minutos

¿GILIPOLLAS? Mi niño no ha cumplido aún veintiún meses y ya pronuncia entre cien y doscientas palabras. Y entiende muchas, muchas más. No exagero: cuenta hasta diez, se sabe los principales colores (aanja, ojo, zul, aillo, erde…), conoce por su nombre de pila a todos los familiares, amigos y peluches afines… Es más, igual hasta me he quedado corto y ya supera las doscientas palabras. En fin, ayer soltó su primer taco: estábamos en el salón, jugando con el chuchú (el tren), cuando, sin venir a cuento (creo yo), le dijo al amor de mi vida: «¡Gilipollas!» Se tapó la boca al ver la cara que habíamos puesto.

Publicado el lunes, 18 de abril de 2005, a las 12 horas y 34 minutos

STENDHAL. De «Vida de Henry Brulard»: «A decir verdad, no me siento nada seguro de tener el menor talento para que me lean. Ocurre simplemente que algunas veces me place sobremanera escribir».

Publicado el domingo, 17 de abril de 2005, a las 19 horas y 01 minutos

ROBERT A. HEINLEIN. Leído en Go Rin Kai: «Un Ser Humano debería ser capaz de cambiar un pañal, planear una invasión, despiezar un cerdo, ensamblar una barca, diseñar un edificio, escribir un soneto, hacer un balance, levantar una pared, expresarse en otro idioma, remendar un hueso roto, confortar a un moribundo, obedecer órdenes, dar órdenes, cooperar, actuar en solitario, resolver ecuaciones, analizar un nuevo problema, esparcir estiercol, manejar un ordenador, cocinar una comida sabrosa, sufrir con entereza, luchar eficientemente.

La especialización es para los insectos
».

Publicado el viernes, 15 de abril de 2005, a las 8 horas y 45 minutos

NI UNA MOSCA. Hace diez o doce años pensaba que tarde o temprano me ganaría la vida escribiendo. Escribiendo de verdad, no pariendo noticias sin interés y perdiendo el tiempo en ruedas de prensa y presentaciones. Me pasaba lo mismo que a otros muchos periodistas con vocación literaria. Acabé en la sección cultural de un periódico, muy cerca de libros, editores y escritores. Pero ni siquiera fui una mosca cojonera.

Publicado el miércoles, 13 de abril de 2005, a las 9 horas y 58 minutos

MI ABUELO LEANDRO. Era de Huerta de Abajo, o de Arriba, no recuerdo ahora mismo (en serio, no caigo, aunque sé que está cerca de Neila, el pueblo de la abuela). Nació en 1900 y murió en 1979. No debí de estar en el entierro ni en el funeral –tenía siete años– aunque me acuerdo de haber llorado por él. Le quería mucho. Éramos tocayos, jugaba con nosotros y sus bolsillos siempre rebosaban de caramelos. Se cubría la calva con una boina negra y era de misa y rosario diarios. Estaba bastante enfermo cuando celebraron las bodas de oro, porque mis tías despejaron el salón comedor y montaron una especie de altar para que el párroco oficiara allí una misa. Ese día hubo chevalieres, unos bollos con nata típicos aquí.

A mi abuelo Leandro le gustaba pasear y pelar la fruta con una navajita que aún conserva mi hermana. Cuando se murió me quedé con su sable. La primera vez que me lo enseñó, o que yo recuerdo haberlo visto, era más alto que yo. Acabo de medirlo: 94 centímetros. Está algo oxidado, pero se lee con nitidez que en 1870 fue forjado en Toledo.

Y poco más puedo contar sobre mi abuelo Leandro. Bueno, sé que se quedó huérfano y que tuvo que escaparse de un orfelinato para alistarse. Según mis tías, en Marruecos combatió «mano a mano con Franco», no pudo ascender todo lo que merecía porque debieron de clausurar la academia militar antes de la Guerra Civil, o después, no sé, y durante la Guerra Civil, o después, no sé, dirigió una cárcel donde había mucha comida. La que sobraba se la daba a los pobres. Y los presos le querían mucho. Tanto, que le construyeron algunos muebles. Entre otros, el aparador que sirvió de altar.

Publicado el lunes, 11 de abril de 2005, a las 19 horas y 48 minutos

SATURDAY NIGHT. Anoche salimos. De marcha, por decir algo. Desde Nochevieja no salíamos por la noche, hace más de tres meses. Rectifico: desde el viaje al Caribe, hace más de dos meses. En fin, habíamos quedado para cenar con una pareja que vive como nosotros, gustosamente atada a un bebé, pero a las ocho de la tarde nos contaron vía sms que no habían encontrado un canguro. Estábamos a punto de llevar al churumbel a casa de mi queridasuegra –de ahora en adelante siempre diré queridasuegra, para no herir susceptibilidades, que la palabra suegra a secas suena fatal–. «¿Y ahora qué hacemos?», dijo mi amor. Casi sin pensarlo, decidimos aprovechar la oportunidad y salir los dos solos. Como en los viejos tiempos. A pesar del frío. Tomamos un café con mi queridasuegra, nos despedimos del churumbel y nos acercamos al chiringuito de una amiga. Antes de llegar llamé a un amigo, pero me dijo que acababa de meterse medio litro de yogur líquido y que no le apetecía nada salir. No problemo. Las dos primeras cervezas entraron muy bien, por qué no reconocerlo. Estuvimos en una tetería muy acogedora y cálida, pero en la calle soplaba un viento siberiano. Nos metimos en otro bar. Mi amor hizo un recuento de sus amigas: una, recién parida, otra con dos fieras, otra fuera de Burgos, otra de boda… Antes de cambiar de barra llamé a otro amigo y me contó que ya estaba con el pijama puesto; tenía que levantarse a las seis de la mañana para ir al hotel donde curra. De acuerdo. Mientras pedíamos otras cervecitas y unos chopitos nos acordamos de Canas y señora. Seguro que salen, seguro que siguen saliendo, me dije. Fue que no. Estaban de cena con sus primos. Pues muy bien. Dejamos el barrio. Bebimos las penúltimas cervezas, aún con ánimo, en un bar de La Puebla donde nos pusimos melancólicos mientras atacábamos a unos huevos estrellados y un plato de cecina cocida, taurina, y las últimas en otro bar de la misma calle en el que nos pasamos media hora hablando de nuestro niño. Y llegó el momento crucial. Sólo eran las doce. Midnight is where the day begins, creo que cantaban los de U2. Sólo eran las doce, podíamos irnos de copas a cualquier sitio, podíamos continuar en la Puebla, tirar para las Llanas o para las Bernardas, seguro que habríamos encontrado caras conocidas en algún bar, incluso a algún amigo… Sólo eran las doce. Teníamos frío y sueño. A las doce y veintitrés minutos ya estábamos en el sofá, calentándonos las manos con un colacao bien cargado mientras entrevistaban al ex de Estefanía Lomónaco, como diría Buenafuente. Un sábado más me emborraché de salsa rosa. Aún me dura la resaca.

Publicado el domingo, 10 de abril de 2005, a las 12 horas y 28 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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