SOL Y SOMBRA.. En la plaza del Dos de Mayo había un chino, o sea, una tienda china que despachaba lo de siempre. Se anunciaba como Frutos Secos y la verdad es que los chinos no eran muy salados. Pero ella estaba allí, sentada, en una penumbrosa trastienda, cabizbaja, mientras nosotros, David y yo, esperábamos a que alzase furtivamente los ojos.
Aquello era la belleza.
El negocio estaba en la calle San Andrés, a la izquierda del 2D, y hasta allí bajábamos, desde La Placita de los Yonquis, para renovar litronas y darle cuerda a nuestras charlas, humeantes, encima del restaurante griego. David vivía en la misma casa de Psicosis Gonsales y yo, siempre, después de que se accionase el mecanismo que abría el portal, me paraba frente a los buzones, husmeando la laca, confirmando que la cabaretera psicótica seguía allí, que no se había ido.
Una vez bajé al griego a por cerveza, sin previsión ni casco, y salí, sorteando los platos rotos, con un litro de zumo de cebada, pero no recuerdo qué continente lo alojaba.
A David no le molestaba aquella orgía de loza. A Inés tampoco. Pero los dueños del restaurante no dejaban de invitarles a una cena, por aquello de compensar el ruido. Nunca fueron. Creo.
Mas antes de recurrir a los mediterráneos vecinos, prefería bajarme hasta la plaza del Dos de Mayo, en la calle San Andrés, a la izquierda del 2D, a una tienda impersonal repleta de bollería posindustrial y pan de juguete, para allí pedir un par de litros de cerveza, esperando quizás que la belleza se levantase, que al menos amaneciese sus ojos preadolescentes, consciente yo de la insalvable brecha entre oriente y occidente, viéndola ya casada y sufrida, pero radiante, detrás de aquella sonrisa precintada.
De esto, hace ya años, no tantos, la verdad.
Chinaflat todavía no había salido en las cartas y las raíces de los labios de
Lin, fruta silvestre, perforaban las tierras de
Jianxi.