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LAS MEJORES PELÍCULAS DE 2004 (1) Al empezar cada año, al ciudadano medio le asalta la irreprimible tentación de confeccionar largas listas de buenos propósitos, tan prolijas como tediosas, que luego cada cual se encarga de matizar con remiendos, hilvanes y costurones que, a la postre, vienen a desmentir la lista inicial. Dicho ciudadano actúa, acaso sin saberlo o sin que le importe demasiado, como la lúgubre Penélope de la mitología. Ésta, que no se resignaba a que su esposo anduviese de farra entre Caribdis y Escila (hoy diríamos de Herodes a Pilatos), prometió a sus cada vez más amojamados pretendientes que escogería entre uno de ellos cuando acabase de tejer la mortaja de Laertes. Pero la fiel Penélope deshacía durante la noche todo lo que tejía a lo largo del día, de manera que aquella ocupación tenía todas las trazas de convertirse en el cuento de nunca acabar, como las diversiones con las que entretenían el tedio de Macondo los Aurelianos y José Arcadios de Cien años de soledad. Viene este largo exordio a cuento de que la elaboración de inventarios, albaranes y catálogos parece una actividad inherente a la propia naturaleza del ser humano, que así puede descubrir, por ejemplo, para qué existen las tardes de domingo. Sin embargo, es sabido que, antes de dedicarse alegremente al propósito de enmienda, hay que someterse a los rigores del examen de conciencia y, a menudo, del dolor de corazón. De este modo, queremos sumarnos en las próximas líneas a la manía de las listas de fin de año con un repaso de las que, a nuestro juicio, han sido las mejores películas del recién concluido. También las ha habido regulares, malas y peores. No obstante, de ellas nos exime hablar, si no el entendimiento, que nos ha llevado a huir de la mayoría, ni la memoria, que ha sido generosa administrando olvidos, al menos sí la voluntad, que nos aconseja soslayar los defectos ajenos con el mismo tesón que empleamos para ocultar los propios.
Dos son los problemas a los que uno se enfrenta a la hora de realizar este balance anual. Por un lado, los caprichos de la distribución cinematográfica, cuyos designios no son menos inescrutables que los divinos. Por otro, la gran cantidad de estrenos que halla acomodo cada semana en las carteleras locales. Así, al cinéfilo de ciudad de provincias se le veda sistemáticamente el acceso a determinadas películas que habían suscitado su interés (por ejemplo, Coffee and Cigarettes, de Jim Jarmusch), a la vez que se le expone a una oferta cuyos límites no pueden cubrir ni el tiempo, ni el bolsillo, ni la paciencia. De modo que toda lista definitiva tiene algo de provisional, habida cuenta de que uno no puede ver todas las películas que quisiera ni desea ver todas las que debiera. Por ello, hemos decidido dividir este recuento de lo mejor de la cosecha de 2004 en tres bloques: cine made in USA, cine europeo y cine de «otras voces, otros ámbitos». A continuación va el primero de ellos:
1. Kill Bill (vol. 1 y 2), de Quentin Tarantino. Más allá de gustos particulares, de los que tanto se ha escrito y tan poco se ha leído, se trata sin duda de una de las películas más personales de este año. Tarantino vuelve sobre la fórmula del film fusion, que tan buenos resultados le dio en Pulp Fiction, pero radicalizando aquella propuesta. En este caso, su nuevo filme se sitúa a medio camino entre múltiples géneros, algunos de ellos híbridos por naturaleza: el spaghetti western, las películas de capa y espada en su versión asiática, el cine yakuza, el anime nipón, etc. El conjunto se revela inesperadamente armónico, salpicado de violencia coreográfica y con unas justas dosis de la mala baba característica del director. Acaso menos encorsetada su primera parte y más ceñida al universo del autor la segunda, Kill Bill es a Pierrot, el loco, de Godard, lo que Pulp Fiction era a Al final de la escapada. A todo ello ayudan la música de RZA, al puro estilo de Ennio Morricone, una Uma Thurman embutida en un mono amarillo y un David Carradine tan inexpresivo como de costumbre.
2. Lost in Translation, de Sophia Coppola. La directora de Las vírgenes suicidas se fue a Tokyo a filmar una historia de desencuentros amorosos, la novela de un par de solitarios que se han equivocado de tiempo y de lugar. La escasa originalidad del relato, que remite al Breve encuentro de David Lean, es ahora lo de menos. Lo de más es el alma de neón de una ciudad enorme y espectral, filmada con una delicadeza semejante a la que emplea Wong Kar-wai en sus frescos cinematográficos; Bill Murray anunciando una copa de Santori o cantando en el karaoke More than This, y el rostro de Scarlett Johanson contra la noche japonesa.
3. El bosque (The Village), de M. Night Shyamalan. La última obra del realizador de El sexto sentido confirma lo que ya dejaba intuir su opera prima: Shyamalan es el nuevo Alfred Hitchcock del cine norteamericano. Su película más reciente, de una apacible belleza exterior, guarda en cada rincón del celuloide un equívoco, una mentira, tal vez una arista. Sin embargo, ya hace tiempo que Shyamalan ha abandonado las trampas y los juegos de manos. En este sentido, El bosque es un ejercicio de perturbación que se sostiene sólo por la capacidad de sus imágenes, aunque su onda expansiva alcanza también a un final falsamente bucólico, menos moralista que cínico.
4. Melinda y Melinda (Melinda and Melinda), de Woody Allen. El mejor Woody Allen en mucho tiempo. Melinda y Melinda es una película de las que sólo él sabe hacer, una combinación entre una comedia que está a punto de despeñarse por el abismo del melodrama y un melodrama que corre el riesgo de caer constantemente en lo cómico. En medio, las neurosis y obsesiones habituales del director, aunque bien conocidas, parecen inéditas. Y todo ello recorrido por un sabor agridulce que no recordábamos desde Delitos y faltas.
5. Spider-man 2, de Sam Raimi. El héroe más hamletiano del celuloide vuelve con nuevos problemas metafísicos. A estas alturas, parece claro que al veterano Sam Raimi no le interesa en absoluto rodar un filme de acción. Su Spiderman está más cerca de cualquier género (comedia, melodrama, incluso musical) que de aquel al que pertenece por naturaleza. Y eso, dentro de la dictadura empresarial de los grandes estudios, es tan extraño como columpiarse por Manhattan con la única compañía de una tela arácnida y de un traje hortera.
6. Antes del atardecer (Before Sunset), de Richard Linklater. De nuevo nos encontramos ante una variación del Breve encuentro de David Lean. Linklater toma al Ethan Hawke y a la Julie Delpy de Antes del amanecer, que él mismo dirigió en 1994, les pone diez años encima, nuevas trabas sentimentales, y los saca a pasear por París. El resto parece tan sencillo como el punto de partida: filmarlos en tiempo real durante hora y media, y registrar sus conversaciones, casi siempre banales, con un magnetófono. La emoción sobreviene cuando se vuelven a encender las luces de la sala.
7. Big Fish, de Tim Burton. Tras el varapalo crítico de su nueva versión de El planeta de los simios, Burton vuelve al territorio que conoce mejor: el de la extrañeza. El director aplica su acepción del realismo maravilloso para fabular sobre la historia de un fabulador que a su vez fabula… Aunque se agradece el retorno a una cartografía imaginaria conocida, la fórmula secreta deja al descubierto demasiados ingredientes. Al igual que el espectador que ha visto muchas veces la misma función o que el mago que se ha cansado de sacar al conejo de la chistera, Burton ya no se conforma con relatarnos una historia; ahora quiere que nos fijemos en el decorado, la tramoya, los «trucos». Pero era mejor cuando aún existían los Reyes Magos.
8. Collateral, de Michael Mann. Ahí va una declaración de principios: nunca me ha gustado el cine de Michael Mann, quien, en sus mejores momentos —las secuencias de acción de Heat, la investigación periodística de El dilema—, se me antojaba un Oliver Stone mucho menos paranoico y, por tanto, infinitamente más antipático que el director de Alejandro Magno. Sin embargo, en Collateral, Mann consigue crear una atmósfera nocturna y enrarecida, dotar a las secuencias de un ritmo de improvisación de jazz y lograr una excelente interpretación de los actores. Todo ello atenúa los numerosos defectos argumentales de la película, sobre todo un desenlace abrupto y conformista que acaso obedece a imperativos comerciales, pero que no se adecua a la lógica de una narración que a menudo parece una variante nihilista de ¡Jo, qué noche!, de Scorsese.
9. Ladykillers, de Joel y Ethan Coen. Simpático remake de El quinteto de la muerte a cargo de los hermanos Coen. Los directores, menos inspirados que de costumbre debido a su excesiva dependencia del filme original, logran con todo una película muy divertida, con momentos antológicos. Lo mejor: la atmósfera sureña, que retoma el mundo de Oh, Brother!. Lo peor: un Tom Hanks demasiado preocupado por hacer de Alec Guinness mediante el expeditivo procedimiento de calcar todos sus tics faciales. Una demostración de que un buen actor deja de serlo cuando quiere disfrazarse de otro, de lo que ya había dado (mal) ejemplo Kenneth Branagh imitando a Woody Allen en Celebrity.
10. Los increíbles (The Incredibles), de Brad Baird. La mejor película de dibujos animados del año y, junto con Toy Story 2, también la mejor de la factoría Pixar. Los increíbles se erige en un homenaje tan divertido como iconoclasta al mundo de los tebeos, a las películas de James Bond y al cine de aventuras de serie B. Una prueba de que los superhéroes también envejecen.
Y, por último, algunas imágenes para el recuerdo procedentes de otras películas que al final se han quedado en el tintero: el apocalíptico cementerio de robots, convertido en metáfora de un futuro distópico, de Yo, robot (I Robot), de Alex Proyas; la presentación del Gato con Botas en Shrek 2, de Andrew Adamson, Nelly Asbury y Conrad Vernon, y el gran robo final planificado por los funambulistas de Ocean’s Twelve, de Steven Soderbergh.
Esto fue el cine «made in USA» de 2004. Quien lo probó, lo sabe.
Publicado el lunes, 3 de enero de 2005, a las 20 horas y 58 minutos
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