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UN RASTRO EN LA NIEVE. Se ha dicho que La vida es un milagro, la película más reciente de Emir Kusturica, es un filme para fans del director, que ha aportado al cine europeo algunas de las imágenes más divertidas, hermosas y desconcertantes de los últimos años: ¿quién no recuerda a las jirafas huyendo del zoo de Belgrado al comienzo de Underground o el pintoresco papel desempeñado por las ocas en Gato negro, gato blanco? Pues bien, al contrario de lo que sugieren la mayor parte de las críticas, La vida es un milagro es una excelente oportunidad para acercarse por primera vez al universo barroco y felliniano de Kusturica, ya que en esta película se encuentran, sublimados hasta la hipérbole y exagerados hasta la caricatura, las virtudes y los defectos del realizador serbio.

Kusturica es un humorista. De hecho, sus películas funcionan mediante una acumulación de gags que, en ocasiones, remite al cine mudo. De ello hay numerosos ejemplos en La vida es un milagro: sólo en el primer tercio del filme, cabe destacar el vodevilesco partido de fútbol, el rápido viaje en camilla por los tortuosos pasillos de un psiquiátrico o la dislocada actuación musical de la mujer del protagonista, que sirve de prólogo a la fiesta con la que el pueblo celebra el llamamiento a filas del hijo futbolista. También sabemos, desde la época de El tiempo de los gitanos, que el realizador cultiva una suerte de realismo mágico a la europea, en el que el velo de una novia puede adquirir vida propia y en el que alguien puede manejar los cubiertos de cocina mediante capacidades telepáticas. No faltan estos ingredientes en su última película. Más allá de las escenas oníricas, como la secuencia en que los protagonistas sobrevuelan el pueblo…¡dentro de la cama!, destaca una idea visual que responde a la plasmación estética de uno de los Doce cuentos peregrinos de García Márquez, «El rastro de tu sangre en la nieve», y que no desvelaremos aquí para no aguarles la fiesta a los potenciales espectadores del filme.

No obstante, La vida es un milagro es una película más desequilibrada que la vitriólica Underground o que la divertidísima Gato negro, gato blanco. Las razones de este desequilibro habría que buscarlas, probablemente, en el germen de la historia, que responde a la libérrima interpretación de un suceso real: un serbio hizo rehén a una musulmana para canjearla por su hijo, prisionero en el bando rival, pero acabó enamorándose de ella. Esta anécdota, sin embargo, no siempre encuentra una traducción adecuada en imágenes. Por una parte, la historia amorosa tarda bastante en alzar (literalmente) el vuelo. Por otra, la felicidad contagiosa de los personajes de Kusturica chirría cuando éste se aproxima a hechos históricos que aún están recientes en la memoria de los espectadores. No ignoramos que una de las funciones del arte es desmitificar la realidad, pero de ahí a obviar el trasfondo trágico de la guerra media un buen trecho. Nadie le pedía un drama a Kusturica, lo que sería igual de irresponsable que reclamarle peras al olmo, pero a veces (demasiadas) el realizador parece querer convencernos de que el enfrentamiento bélico fue una comedia bufa. Y eso tampoco parece admisible.

Pero un Kusturica, aunque sea un Kusturica menor (y éste lo es), deja siempre unas cuantas escenas para comentar con los amigos. Porque ya me dirán cómo puede uno regresar a su casa tranquilamente sin compartir con alguien la imagen de una borriquilla obstinada en suicidarse por mal de amores mediante el expeditivo método de arrojarse a las vías del tren.

Publicado el jueves, 27 de enero de 2005, a las 20 horas y 06 minutos

THERE IS NO BUSINESS LIKE SHOW BUSINESS. Hoy se han conocido las nominaciones a los Oscars 2005. Este año no ha habido demasiadas sorpresas, pues casi todas las películas seleccionadas figuraban en las quinielas de los cronistas cinematográficos —aunque todas las películas acaban inscritas en una u otra quiniela, incluso las que integran las de los premios razzie, destinados a distinguir el peor celuloide (rancio) del año—. El caso es que si ustedes siempre han querido ir a Los Ángeles, como Loquillo, pero les ha disuadido el importe del billete o la distancia transoceánica, no dejen pasar esta oportunidad. Ahí van, sin overbooking ni jet lag, los pasajeros del Oscar 2005 en sus principales categorías, con un breve comentario de este atribulado reportero.

Mejor Película:
El aviador, de Martin Scorsese; Descubriendo nunca jamás, de Marc Foster; Million dollar baby , de Clint Eastwood; Sideways (Entre copas), de Alexander Payne, y Ray, de Taylor Hackford.
Salvo Ray, ya habíamos reseñado las demás nominadas en la anterior entrega de este diario, y no parece que el film de Taylor Hackford, una biografía del cantante Ray Charles dirigida por el realizador de Oficial y caballero (glups), vaya a desestabilizar el palmarés final. Donde sí puede tener opciones Ray es en el apartado de mejor actor. Jaime Foxx intentará aquí repetir la gesta de Denzel Washington. Por cierto, Foxx hace doblete este año, ya que también está nominado a mejor secundario por su interpretación en Collateral, donde, por cierto, desempeñaba un papel harto principal. ¿Acaso los miembros de la academia piensan endosarle a Foxx la segunda estatuilla como un premio de consolación ante el probable triunfo del aviador Di Caprio en el premio gordo?

Mejor Dirección:
Martin Scorsese (El aviador); Clint Eastwood (Million dollar baby), Taylor Hackford (Ray); Alexander Payne: (Sideways —Entre copas—), Mike Leigh (Vera Drake).
La sorpresa de esta sección ha sido sin duda la presencia entre los nominados del británico Mike Leigh, el director de Secretos y mentiras y Todo o nada, que ocupa el puesto que muchos deseaban para Alejandro Amenábar o incluso, según los más optimistas, para Pedro Almodóvar. Situado en la vanguardia del nuevo cine social inglés, junto con Ken Loach, las películas de Leigh suelen ofrecer un retrato de los conflictos contemporáneos, tamizados por un soterrado sentido del humor del que carece la mayoría de sus colegas. Vera Drake, que obtuvo el León de Oro en el festival de Venecia, imponiéndose así a Mar adentro, que ganó el Premio Especial del Jurado, no es una excepción: el filme es la biografía de una de las predecesoras del movimiento abortista inglés. Habrá que ver si Leigh, buen observador de la realidad, es capaz de combinar el discurso social con las dosis de ironía cáustica habituales en su obra.

Mejor Actor:
Don Cheadle (Hotel Ruanda); Johnny Depp (Descubriendo nunca jamás; Leonardo di Caprio (El aviador); Clint Eastwood (Million dollar baby); Jamie Foxx (Ray).
¿Y dónde está Bardem? Pues, como a Wally, habrá que buscarlo entre los asistentes a la gala, pero no entre los nominados. En esta ocasión, la Academia ha barrido para casa, como de costumbre, y Di Caprio lidera todas las quinielas.

Mejor Actriz:
Annette Bening (Conociendo a Julia); Catalina Sandino (María, llena eres de gracia); Imelda Staunton (Vera Drake); Hilary Swank (Million dollar baby); Kate Winslet (Olvídate de mí).
La (justa) sorpresa de la sección es la presencia de la actriz colombiana Catalina Sandino por su esforzada interpretación en la irregular María, llena eres de gracia. Aunque la veterana Annette Bening podría subir a recoger el premio por Conociendo a Julia, no hay que olvidar a Imelda Staunton, que ya logró el premio a la mejor actriz en el festival de Venecia por ponerse en la piel de Vera Drake en el filme homónimo de Mike Leigh.

Mejor Película Extranjera:
As it is in heaven (Suecia); Los chicos del coro (Francia); Contra la pared (Alemania), Mar adentro (España), Yesterday (Sudáfrica).
Por fin encontramos aquí el título de la película seleccionada por España, que también compite en el apartado de… mejor maquillaje. Aunque el filme de Amenábar parte como favorito, tras su victoria en los globos de oro, no hay que olvidar dos serios competidores. Por una parte, Los chicos del coro, que comparece ante el tío Sam tras haber sido ampliamente superada por Un largo domingo de noviazgo en las candidaturas a los premios César. Por otra, Contra la pared, película de nacionalidad alemana dirigida por el realizador de origen turco Faith Akin. El filme de Akin no sólo ganó el Oso de Oro en el festival de Berlín, sino que ya se impuso al de Amenábar al conseguir, contra todo pronóstico, el premio Europa a la mejor película del año.

Mejor Película de Animación:
Los increíbles; El espantatiburones; Shrek 2.
El habitual enfrentamiento entre la Pixar, antigua filial de la Disney (Los increíbles) y la Dreamwoks, la factoría de Spielberg (Shrek 2) no parece que vaya a ser muy disputado este año. Difícil lo va a tener el afable ogro de la segunda para contrarrestar los superpoderes de los protagonistas del filme de Brad Baird.

Y, a continuación, los nominados en otras de las categorías más codiciadas.

Mejor Actor de Reparto:
Alan Alda (El aviador); Thomas Haden Church (Sideways —Entre copas—), Jamie Foxx: (Collateral); Morgan Freeman (Million dollar baby); Clive Owen (Closer).

Mejor Actiz de Reparto:
Cate Blanchett (El aviador); Laura Linney (Kinsey); Virginia Madsen ( Sideways —Entre copas—); Sophie Okonedo (Hotel Ruanda); Natalie Portman (Closer).

Mejor Guión Original:
El aviador; Olvídate de mí;Hotel Ruanda; Los increíbles, Vera Drake.

Mejor Guión Adaptado:
Antes del atardecer; Descubriendo nunca jamás; Million dollar baby; Diarios de motocicleta; Sideways (Entre copas).

Publicado el martes, 25 de enero de 2005, a las 21 horas y 21 minutos

EL MUNDO EN SUS MANOS. El pasado 16 de enero se celebró la 62ª edición de los «Globos de Oro», la ceremonia a la que todos llaman «la antesala de los óscars», como si la estatuilla calva y reluciente fuese la meta de una carrera de obstáculos en la que al final, como reza la propaganda de los videojuegos, «sólo puede quedar uno». Sin embargo, aquí no pretendemos especular sobre los posibles ganadores del Óscar 2005, y no por falta de ganas, sino porque la mayoría de las películas que compiten aún no se han estrenado en nuestras pantallas. Así, en lugar de ejercer nuevamente de tía Colata o de cubrirnos (con púrpura) las espaldas para lanzar vaticinios más que improbables —a uno nunca se le han dado bien las quinielas—, nos limitaremos a la labor mucho más convencional de constatar la evidencia. Decían las pitonisas del Oráculo de Delfos, que ganaban en mala sombra a la mismísima Casandra, cuando un soldado les preguntaban sobre su suerte en el campo de batalla: “Irás morirás no volverás”. Así, el pesimista interpretaba: “Irás, morirás, no volverás”. Y el optimista: “Irás, morirás no, volverás”. En fin, la frase pierde con la traducción, porque el optimista, además de ver la botella medio llena, en este caso tiene que torcerle el cuello a la sintaxis española. No obstante, a continuación uno va a disfrazarse de pitoniso tramposo, labor que, como dijo el poeta, consiste casi siempre en ser “augur de los semblantes” de la realidad. Nos limitaremos, pues, a hacer un breve comentario sobre las películas (estadounidenses y extranjeras) que han entrado en liza en los globos de oro y que bien pudieran pelear, con diversa fortuna, en la guerra por el óscar.

Mejor Película:

El aviador. A favor: La biografía de Howard Hughes se ha llevado ya el globo de oro a la mejor película y al mejor actor, además de otros premios de menor entidad. El filme, a pesar de sus defectos, está dirigido con una atención milimétrica a los encuadres. Y a Scorsese hace ya tiempo que le deben un óscar, como al cantante un beso. En contra: ¿Ya nadie recuerda la polémica que se alzó en torno a Gángsters de Nueva York y a la carta apócrifa firmada por Robert Wise, en la que el benemérito director de Sonrisas y lágrimas solicitaba un reconocimiento para su amigo? Al final Wise afirmó que él no había escrito ninguna carta, y se armó la mundial.

The million dollar baby, de Clint Eastwood. A favor: Eastwood casi siempre sabe imprimir su propia personalidad a las películas que filma, aunque a veces le traicionen sus excesivas ínfulas. También cuenta con la interpretación oscarizable de Hilary Swank. En contra: La película trata de un tema en principio poco atractivo, salvo para voyeurs contumaces: el proceloso mundo del boxeo femenino. Swank, ex-Kárate Kid 3, ya ganó un óscar por la polémica Boys don’t cry.

Finding Neverland, de Marc Foster. A favor: Promete una atractiva revisión de la vida de James M. Barrie, autor de Peter Pan y personaje harto curioso, que le permite interpretar a Johny Depp uno de esos papeles de pequeño monstruo que suele bordar. Por cierto, hace apenas un año apareció en las librerías españolas una muy interesante versión novelada de la vida de Barrie: Jardines de Kensignton, del argentino Rodrigo Fresán. En contra: Marc Foster, el director de Monster’s Ball, es casi un recién llegado a la meca del cine, y el filme parece hablar en un tono menor alejado de la ampulosidad hollywoodienese.

Sideways (Entre copas), de Alexander Payne. A favor: Es la niña mimada de la crítica americana. Una road movie agridulce de la mano del realizador de Sobre Smchmidt, que cuenta los avatares la vida de dos amigos que han de decidir qué senda eligen «en medio del camino» de sus vidas. En contra: Alexander Payne es un director contemplativo y atento a los detalles, pero, a diferencia de Eastwood, a sus películas les suele faltar «garra». Su sentido del humor, entre lúcido y macabro, no siempre resulta fácilmente asimilable para el espectador europeo.

Kinsey, de Bill Condon. A favor: ¿Se acuerdan cuando, en una de las secuelas de Agárralo como puedas, parodian la entrega de los óscars? ¿Recuerdan que entre las nominadas había una producción independiente titulada Serrín con hongos? Pues bien, Kinsey es el Serrín con hongos de este año, una película a contracorriente por la que casi nadie apuesta, pero que a última hora podría figurar en un buen lugar del palmarés. En contra: Basada en una historia real, la película relata los pormenores de una investigación sobre la conducta sexual del hombre blanco que, en los años cuarenta, realizó el doctor Kinsey del título. Además de permitir varios chistes fáciles con el apellido del director, no parece que el argumento vaya a agradar a los sectores conservadores del público estadounidense. Y Mr. Condon es el autor de la tremebunda Dioses y monstruos, una muy sobrevalorada biografía del director de Frankenstein que no se caracterizaba precisamente por su sutileza.

Closer. A favor: El lunes les cuento, porque se acaba de estrenar este fin de semana. Con todo, supone la resurrección de Mike Nichols, un hombre casi tan viejo como el cine que se hizo popular con… El graduado, aquella película protagonizada por un jovencísimo Dustin Hofmann tratando de imponer su presencia sobre los acordes de Mrs. Robinson, del flamante dúo musical Simon & Garfunkel. En contra: Su envoltorio de drama romántico puede resultar demasiado ligero para los paladares de la Academia de Hollywood.

Mejor Película Extranjera:

Mar adentro, de Alejandro Amenábar. A favor: Esta vez parece que sí que hay posibilidades de que España se lleve el gato al agua. La película de Amenábar sobre Ramón Sampedro ha encandilado a la crítica norteamericana (no tanto al público, pues de momento sólo se ha estrenado en doce cines en todo el país). Más difícil lo va a tener Bardem, cuya faceta angélica aún no han descubierto los reporteros de Hollywood. En contra: La competencia no se lo va a poner fácil a Amenábar, y los senderos del óscar a la mejor película extranjera suelen ser igual de inescrutables que los divinos.

House of Flying Daggers, de Zhang Yimou. A favor: El director de Hero, que hace poco reseñamos en esta página, vuelve con una nueva película de artes marciales y fantasía que cuenta con las mismas virtudes plásticas que su predecesora. En contra: Tigre y dragón, de Ang Lee, ya triunfó en el mercado norteamericano con unas armas muy parecidas.

Diarios de motocicleta, de Walter Salles. A favor: No he visto la película de Salles, pero pasó triunfalmente por el festival de Sundance, y constituye un filme de aprendizaje sobre una de esas «grandes biografías» que tanto gustan en Hollywood. En contra: ¿Estados Unidos ya se ha reconciliado con Ernesto «Che» Guevara?

Los chicos del coro, de Christophe Barratier. A favor: La opción francesa del año. Una mezcla de buenos sentimientos y trasfondo social narrada con una estructura tan convencional como, en el fondo, efectiva. En contra: Tal vez demasiado almíbar para un Hollywood que, pese a mantener algunas de sus costumbres atávicas, ha ido evolucionando poco a poco.

La respuesta, el martes próximo, cuando se den a conocer las nominaciones a los óscars 2005.

Publicado el sábado, 22 de enero de 2005, a las 14 horas y 10 minutos

VIDAS EJEMPLARES: SOBRE ALEJANDRO MAGNO Y EL AVIADOR Los azares de la distribución cinematográfica han querido que coincidan en la cartelera de comienzos de año dos películas en apariencia muy distintas, pero que, sin embargo, presentan varios aspectos en común: Alejandro Magno, de Oliver Stone, y El aviador, de Martin Scorsese. A pesar de su distinto andamiaje retórico, ambos filmes remiten en el fondo a una misma cuestión: el papel de los héroes en tiempos oscuros. Poco importa que el primero se localice en la Babilonia clásica y el segundo en la fábrica de sueños de Hollywood, sendos ejemplos de efervescencia artística y de relajamiento moral que a menudo se han visto ligados en la memoria cinéfila. El eje de las dos propuestas es el retrato de sus protagonistas, para lo cual Stone y Scorsese, pertenecientes acaso a la última promoción de directores-autores, han dado sobradas pruebas de talento: basta recordar el celuloide revisionista de Stone sobre algunos presidentes norteamericanos de la segunda mitad siglo XX —JFK, en los aledaños del filme de tesis, y Nixon, más próximo al biopic convencional—, o las poco complacientes biografías de Scorsese sobre la historia universal —desde Toro salvaje, dedicada al boxeador Jack LaMotta, hasta la polémica La última tentación de Cristo, que tenía el buen gusto de prescindir de las fanfarrias proféticas que lastraban «la pasión según Gibson»—. El caso es que, en principio, nadie parecía más indicado que Stone para llevar a buen puerto una relectura épica de la figura de Alejandro Magno, y difícilmente cabía imaginar a alguien mejor preparado que Scorsese para retratar los claroscuros de la vida del magnate Howard Hughes, capaz de alternar su gran pasión por la aviación con otras más bajas en que se vieron involucradas algunas de las fotogénicas actrices y starlettes del Hollywood clásico.

No obstante, a juicio de este cronista, las dos películas presentan un problema similar, derivado tal vez de la política empresarial de los grandes estudios, pero no atribuible exclusivamente a dicho modo de producción: Alejandro Magno y El aviador son mucho más convencionales que el grueso de la filmografía de sus directores. Sorprende, pues, que dos maestros como Stone y Scorsese hayan ofrecido la espantá por respuesta cuando se esperaba de ellos que salieran a hombros después de descabellar limpiamente sus ficciones. Al final, la faena se salda con mucho salto de la garrocha y algún que otro salto de la rana, con denominación original de Córdoba. Sin embargo, ¿dónde reside el punto débil de las películas? ¿Se trata de errores inherentes a su propia naturaleza o simplemente dan prueba de que hasta Homero duerme (e incluso ronca) de vez en cuando?

Decía el poeta que nada es verdad ni mentira, sino todo lo contrario, es decir, «del color / del cristal con que se mira». Pues bien, en el cine, (casi) todo se reduce a un problema de perspectiva. Y aquí es donde a Stone y a Scorsese les falla su programa. La propensión al espectáculo «bigger than life» les lleva a adoptar una lente de aumento que, a la larga, acaba por deformar, como los espejos de Valle, la realidad que quieren reflejar. Es cierto que ambos directores no escatiman, y hasta se regodean con cierta morosidad, en las facetas turbulentas de sus personajes, ya sea el pansexualismo psicotrópico de Alejandro o la neurosis obsesiva de Hughes. Con todo, esta visión, lejos de humanizar a dichos personajes o de equilibrar la balanza en el inventario de defectos y virtudes, contribuye a enfatizar aún más su singularidad. Así, Alejandro Magno y Howard Hughes adquieren tintes de profetas iluminados, por encima de la mediocridad de la condición humana a la que se acomodan los demás personajes de la función. Y, por la vía de la locura, no muy distinta de la enajenación del místico, ambos realizadores incurren en el único pecado no venial por el que merecen que se les eche el confesionario encima: la glorificación de sus protagonistas.

La hagiografía, ya se sabe, siempre resulta más menos divertida que la desmitificación, a la que Stone y Scorsese han sido proclives en algunos de sus títulos más emblemáticos (Asesinos natos y ¡Jo, qué noche, respectivamente). En cambio, ahora no son los directores, sino los personajes, quienes dictan las reglas del juego. Lejos de mostrar los excesos a los que conduce la ambición, Alejandro Magno se reduce a un catálogo de hazañas bélicas sazonado por algunos discursos más o menos pintorescos, uno de ellos atribuido nada menos que a Aristóteles. A su vez, frente a las posibilidades de indagación en la trastienda del sueño americano, El aviador sacrifica las aristas biográficas de Hughes en aras de un canto sobre las virtudes de la autoayuda y la superación. Y, en consecuencia, no tardan en aparecer en las dos películas algunas incongruencias reseñables. Scorsese despeña a su personaje por los abismos de la locura para volverlo a sacar indemne un par de secuencias después, en una metamorfosis que sorprendería incluso al ave fénix. Así, de un plano a otro, Hughes pasa de recolectar sus frascos de orina a hablar ante un tribunal como el sabio Salomón, con mucha pompa y circunstancia. Y qué decir del gran acierto de casting de Oliver Stone, quien, para no ir en menoscabo de la fidelidad (no histórica, sino lógica) de la función, nos propone a una Angelina Jolie algo más jamona de lo habitual como madre de Colin Farrell. Teniendo en cuenta que la Jolie tiene un año más que Farrell, y que su personaje aparece sin arrugas visibles, puede deducirse el curioso efecto que provoca tan extraño parentesco. Tampoco tiene desperdicio el trasfondo moral de las ficciones. Mientras que Scorsese invierte tres horas de metraje en defender el derecho de los ricos y famosos a ser cada vez más ricos y famosos, Oliver Stone, algo más cínico que su colega, menciona de pasada algunos «genocidios menores» de Alejandro, pero éstos, nos dice, son gajes del oficio. Y, con la finalidad de subrayar este mensaje, filma en algunos momentos climáticos a un águila recién salida de un poema de William Blake que (suponemos) metaforiza las nobles ínfulas imperiales del héroe.

En suma, ambas películas demuestran que, en el cine contemporáneo, el género biográfico requiere o bien un cierto distanciamiento crítico (Man on the Moon, de Milos Forman), o bien una postura abiertamente irónica (Ed Wood, de Tim Burton) para resultar convincente. Por lo demás, ya sabíamos que en el Hollywood actual están de moda los superhéroes. Pero, puestos a elegir, uno se queda con Spiderman.

Publicado el lunes, 17 de enero de 2005, a las 20 horas y 54 minutos

LAS MEJORES PELÍCULAS DE 2004 (3) No es oro todo lo que reluce. Este refrán, al que tanta fe profesan las abuelas y los joyeros de este mundo, se puede aplicar sin excesiva violencia al panorama cinematográfico contemporáneo. Así, junto con el reluciente cine de Hollywood, que es el cine por antonomasia —como la porcelana de Limoges, los jarrones de la dinastía Ming o el vino de Rioja de la Rioja—, cada año nos depara unas cuantas películas luminosas que caen con un goteo intermitente y que pasan como un suspiro por la cartelera, desapercibidas entre la grisura semanal. Suelen ser películas modestas, de geografías exóticas o meramente ignotas —sus países de origen no caben en los atlas de la infancia; algunos ni siquiera existían entonces—, que compensan la falta de medios no con imaginación, según quiere el tópico, sino con ganas. Son, en fin, como esos vecinos silenciosos, de cuya materialidad llegaría uno a dudar si no se los encontrara de vez en cuando en el ascensor, pero que siempre están ahí para abrirle la puerta del vestíbulo a una ancianita o para prestarle sal a la despistada del tercero izquierda. Su existencia nos causa un poco de sorpresa y un poco de estupor, como un imprevisto o un milagro al que ya nos hemos acostumbrado. Aunque al final agradecemos que vivan en nuestro bloque. Por cierto, yo me bajo aquí, pues la paciencia del lector exige que me ponga al tajo. A continuación van las cinco mejores películas hispanoamericanas de 2004:

1. Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll. Un ejercicio de minimalismo estético, en la línea de Jim Jarmusch o del finlandés Aki Kaurismäki, que sin embargo resulta absolutamente personal. Los jóvenes directores uruguayos Rebella y Stoll diseñan un peculiar triángulo de personajes donde las expresiones, las miradas y los silencios dicen más que las escasas palabras que pronuncian. A un paso de la tragedia (La chica de la fábrica de cerillas, de Kaurismäki) y de la risa (el episodio italiano de Noche en la tierra, de Jarmusch), Whisky es una parábola sobre la incomunicación contemporánea, pero también mucho más que eso: un retrato de perdedores traspasado por el auténtico sentido de la palabra compasión.

2. La niña santa, de Lucrecia Martel. Otra vuelta de tuerca a los ambientes viciados (y viciosos) y a las pasiones retorcidas de La ciénaga, la opera prima de la directora. Martel nos relata ahora la historia de dos Lolitas que aspiran al olor de santidad, pero que, como el caballo de Atila, arrasan cuanto encuentran a su paso. El filme está muy bien rodado, aunque uno tiene la sensación de que la autora ya le contó la misma narración (y mejor) en su primera película.

3. El abrazo partido, de Daniel Burman. A primera vista, parece otra historia de simpáticos judíos argentinos, en la línea de El hijo de la novia, de Juan José Campanella. A segunda, también. Pero con algo más de distancia uno descubre en el filme de Burman un microcosmos urbano que no se puede asimilar sin más al universo creativo de Campanella. Tal vez sea una ironía más amarga, quizá la voluntad de reducir la realidad social a la escala de las emociones privadas, a lo mejor la sorpresa de ese «abrazo partido» que inunda de emoción la pantalla.

4. Machuca, de Andrés Wood. La película del realizador chileno Andrés Wood tiene un defecto: es clavadita a Adiós, muchachos, de Louis Malle. Y una virtud: Adiós, muchachos era una película excelente. Trasladen las tensiones raciales y políticas de un internado francés durante la ocupación nazi a un colegio inglés en el Chile del golpe militar contra Allende y tendrán la respuesta a la ecuación. A lo mejor Wood no ha descubierto la pólvora, pero su celuloide nos sigue dejando un nudo en la garganta.

5. Bombón, el perro, de Carlos Sorín, y Luna de Avellaneda, de Juan José Campanella. El quinto puesto ex aequo se lo merecen, sin duda, estos dos pesos pesados argentinos, que vuelven sobre cartografías cinematográficas ya conocidas. Mientras que Sorín remeda la Patagonia de Historias mínimas, aunque a punto está varias veces de quedarse sin anécdota por el camino, Campanella intenta reverdecer los laureles de El hijo de la novia. Va a ser cosa de renovarse o morir. Eso sí: el mismo fenómeno, observado por un optimista, recibiría el nombre de «coherencia».

Y, por último, quisiera reseñar la co-producción colombiano-estadounidense María, llena eres de gracia (Maria Full of Grace), de Joshua Marston, una visión naturalista de las mulas del narcotráfico a la que acaso le sobra violencia expositiva y le falta alcance dramático.

Y, sin más dilaciones, las cinco películas asiáticas del año:

1. 2046, de Wong Kar-Wai. Dicen algunos entendidos que Wong Kar-Wai es el mejor director de cine actual. Tal vez tengan razón. Sin embargo, pese a la asombrosa belleza estética del filme, que sorprenderá incluso a los fans habituales del director, a este catálogo de pasiones amorosas le falta algo de la encarnadura humana que sí tenía Deseando amar. Pero no quisiéramos parecer injustos: un ejercicio de manierismo de WKW tiene más cine dentro que todo el celuloide anual de China junto.

2. Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera, de Kim Ki-Duk. El coreano Kim Ki-Duk, más contenido que en anteriores entregas, nos ofrece una fábula moral de trasfondo budista y de una serena hermosura plástica. La sencillez de la historia, lejos de disminuir la atención del filme, la desplaza hacia el movimiento de una hoja o el canto de un pájaro. Tal vez sea como ver crecer una planta, pero, ¿quién no tiene una maceta en su casa?

3. Crónica de un asesino en serie (Memories of Murder), de Bong Joon-ho. La sorpresa del año. Aunque la obra anterior de este director coreano permanece inédita en nuestro país, esta última se ha estrenado gracias a su éxito después de proyectarse en el festival de San Sebastián. En apariencia, una típica historia de policías que persiguen las huellas de un asesino en serie. En realidad, un extrañísimo discurso, a medio camino entre la crónica negra y el humor del absurdo, sobre las raíces del mal. Ahí es nada.

4. Zatoichi, de Takeshi Kitano. Kitano nunca defrauda. Ya puede el japonés disfrazarse de mafioso yakuza, de policía, de turista hortera o, como en este caso, de samurai. El gusto por el detalle fílmico y el sentido del humor cáustico y mordaz compensan incluso algún desfallecimiento ocasional en el ritmo. Y, ¿qué decir de la secuencia musical con que concluye la función? Que sólo un maestro del cine puede hacer algo así sin que crujan las cuadernas ni las mandíbulas del respetable.

5. Hero, de Zhang Yimou. Pues bien, me quedé sin películas asiáticas. Así que incluyo una que, aunque estrenada en 2003, yo recuperé a comienzos del año pasado. Se trata de la ya penúltima película de Zhang Yimou, el que antaño fuera el último emperador del cine chino (y hoy más conocido por ser el ex-marido de Gong Li). Partiendo de una premisa similar a la de Tigre y dragón, una película de «wu xian’ pa» (capa y espada con elementos mágicos) que aventaja a su predecesora, si no en ritmo ni originalidad, sí en capacidad cromática. Tres versiones de una misma historia contada por personajes distintos, a cada uno de los cuales se les asigna un color (rojo, azul y blanco) y un peculiar punto de vista. Ya me dirán ustedes si eso no es «un trabajo de chinos». Disculpen el chiste fácil.

Publicado el viernes, 14 de enero de 2005, a las 22 horas y 13 minutos

UN AÑO DE CINECITO. ¿Se acuerdan ustedes de Cinecito, aquella simpática mascota animada que nos amenizaba la entrada a la sala de cine con sus bailes pixelados y una musiquita tirando a ramplona? Como en el caso de Cobi y Curro en los fastos del 92, uno quiso congraciarse sinceramente con aquella criatura contorsionista y vocinglera, pero acabó por tomarle manía, tirria y, a lo peor, una pizca de auténtica inquina. Pues lo mismo le sucede a quien suscribe con el último cine español. Tanto es el esfuerzo invertido en patrocinar el producto nacional bruto, tan ciego el optimismo de sus exegetas, a tal punto llega la pompa y circunstancia de sus eventos, que a uno le dan ganas, aun a riesgo de ser tildado de aguafiestas, de oponerse visceralmente a nuestros grandes éxitos de la última temporada. Sin embargo, este cronista ha decidido escribir sobre las glorias y miserias del cine patrio con humildad, justicia y templanza, que debieran ser virtudes teologales en lugar de las ya algo anacrónicas fe, esperanza y caridad.
No obstante, si uno tiene que atenerse a la fidelidad de los propios criterios, ha de declarar que las películas españolas más celebradas del año, Mar adentro, de Alejandro Amenábar, y La mala educación, de Pedro Almodóvar, le parecen tan interesantes como fallidas. Ambas películas plantean retos difíciles que sus directores no siempre logran sortear. En el caso de Amenábar, los riesgos eran evidentes. Por una parte, el maniqueísmo ideológico, inherente a todo filme «de tesis». Por otra, el sentimentalismo característico de las ficciones del género «enfermo terminal», que tanto predicamento tienen allá por las Américas. Al César lo que es del César: Amenábar se esfuerza por huir de la lágrima fácil, demuestra sus (ya conocidas) dotes de realizador virtuoso y consigue una excelente composición de Javier Bardem, que aquí se aplica los cilicios del Actor’s Studio con pasión de disciplinante devoto. Sin embargo, la posición moral de la película hubiese sido más ambigua y, en consecuencia, más compleja, si quien defendiera los postulados ideológicos contrarios a los que encarna el protagonista no hubiese sido un personaje tan ridículo como el cura parapléjico interpretado por José María Pou. Del mismo modo, el filme a veces traiciona (¿deliberadamente?) su aparente voluntad de escapar al subrayado emotivo. Si Mar adentro pretende ser un elogio de la sugerencia, ¿tiene sentido repetir dos veces el accidente de Sampedro? ¿No habría sido mejor situarlo fuera de plano? Tampoco me convence el personaje de Belén Rueda, cuyos cambios anímicos entiendo, pero no comprendo, como le pasaba a uno de nuestros mejores escritores con el pensamiento metafísico alemán.
De distinto cariz es la cinta de Almodóvar, que se me antoja más conseguida que la anterior. En este caso, a Almodóvar le pierde el deseo de erigirse en el nuevo Prometeo del cine español y robarle el fuego a los dioses del celuloide. Después del proceso de depuración estilística que suponían Todo sobre mi madre y Hable con ella, el cineasta posmoderno manchego (paradoja donde las haya) ha querido meterse de nuevo en camisa de once varas. Porque una cosa es jugar con los registros del melodrama y parodiar a Douglas Sirk, y otra muy distinta reinventarse la sintaxis cinematográfica. Los tejemanejes metatextuales de Almodóvar le salían bien en literatura a Unamuno, Cortázar o García Márquez, pero, entre nosotros, a Almodóvar la sutileza es «el don que no quiso darle el cielo». Y para sacar adelante una historia de pasiones enrevesadas, desdoblamientos de personalidad y amores germinales había que hacer encaje de bolillos. Aunque, eso sí, la película aporta algunas imágenes que nos costará despegarnos de la retina, como la secuencia en que los niños del colegio se bañan en el río mientras de fondo se escucha la melodía de Moonriver, súbitamente interrumpida por la realidad.
Sin embargo, la cosecha nacional del año 2004 ha dejado otras películas interesantes, que reseñamos a continuación:

Nubes de verano, de Felipe Vega. Un interesante ejercicio de cine «a lo Rohmer», a partir de una historia de juegos amorosos, que supone una variante menos sofisticada y más naturalista de Las amistades peligrosas. A pesar de algunos desfallecimientos en el ritmo y de algunas torpezas propias de amateur, la madurez de la trama, la conseguida captación de una atmósfera personal y la espontaneidad de los diálogos convierten a la película de Felipe Vega acaso en la mejor que ha surgido de nuestros fogones en el año recién acabado.

El séptimo día, de Carlos Saura. Resurrección parcial del cine de Saura después de costearle durante unos cuantos años la jubilación al director de fotografía Vittorio Storaro. Ahora el veterano director abandona los fuegos fatuos del esteticismo para contar una de esas historias propias de la España negra y solanesca. Su visión naturalista del crimen de Puerto Urraco adolece, sin embargo, de un cierto desequilibrio entre la filmación y el guión, firmado por el temible (no tanto por escritor maldito como por maldito escritor) Ray Loriga. Mientras que Saura se aplica a filmar un remake de La caza, no en vano una de sus mejores películas, Loriga pretende reescribir algo así como una versión actualizada de La casa de Bernarda Alba. Y la cosa, como es natural, acaba chirriando, aunque por suerte no tanto como para olvidar sus notables logros estéticos.

La flaqueza del bolchevique, de Manuel Martín Cuenca. Sin duda, la sorpresa del año en nuestras pantallas. Una adaptación de la novela homónima de Lorenzo Silva filmada con un firme convencimiento en lo que cuenta y premiada con una asombrosa interpretación de Luis Tosar y de la jovencísima María Valverde. Nos hallamos ante una versión de Lolita que sustituye la ácida mordacidad de Nabokov por una sincera comprensión afectiva de sus criaturas. Por desgracia, el desenlace de la película, no muy distinto al del libro en que se inspira, no sólo no está a la altura del resto del filme, sino que contribuye a difuminar buena parte de su encanto.

Héctor, de Gracia Querejeta. La hija del productor Elías Querejeta vuelve con una historia de secretos familiares y emociones latentes y contenidas. Lástima que las virtudes del guión y de la interpretación se vean algo lastradas por una dirección poco imaginativa, demasiado apegada a los códigos televisivos imperantes.

Inconscientes, de Joaquín Oristrell. Divertida comedia psicoanalítica que maneja con desenvoltura los códigos del vodevil, de la película de época y de la comedia de enredo para burlarse de las pulsiones de unos cuantos personajes adictos a los complejos freudianos. Como siempre ocurre con el cine de Oristrell, una desmedida tendencia al chiste fácil y un tanto chusco, casi siempre en el desenlace, ensombrece los méritos de la función.

Crimen ferpecto, de Álex de la Iglesia. De la Iglesia copia la fórmula negra y esperpéntica de La comunidad y, claro, le sale una película que cojea del mismo pie: una premisa interesante y divertida progresivamente malograda por una extraña propensión a lo grotesco y por una alarmante falta de mesura en la dosificación de sus golpes de efecto.

Publicado el martes, 11 de enero de 2005, a las 21 horas y 22 minutos

LAS MEJORES PELÍCULAS DE 2004 (2) Como decíamos ayer, el año 2004 también ha dejado una interesante cosecha de cine europeo. No obstante, en estos pagos donde uno escribe, la limitada distribución de las películas no estadounidenses y su escaso tiempo de permanencia en cartel determinan la selección crítica de tal modo que el aficionado debe inferir de la parquedad de la demanda cinematográfica toda la oferta de la que pueden disfrutar las grandes capitales. Se le exige así al cinéfilo de provincias una capacidad de abstracción metonímica harto imaginativa, y un punto fatigosa. Dicho de otro modo: el amante del cine debe completar con la imaginación el mosaico fílmico del año, del que sólo conoce algunas piezas aisladas, y no necesariamente las imprescindibles. Como sucede con las fotos sicalípticas o con el celuloide rancio, el cine europeo de 2004 se le antoja a uno más interesante por lo que puede intuir que por lo que sabe a ciencia cierta. En este punto el que suscribe es consciente de actuar como la añosa tía Colata, quien ponderaba la belleza de Londres, París o Nueva York no por su propia experiencia viajera, sino únicamente «por lo que dicen». Uno se barrunta, por tanto, que la lista de cinco títulos que ofrece a continuación podría completarse hasta los diez de rigor si los númenes tutelares de la distribución hubiesen sido un poquito más benévolos con el cine danés (Las cinco condiciones, de Lars von Trier y Jorgen Leth), francés (Triple agente, de Eric Rohmer), italiano (La mejor juventud, de Marco Tulio Giordana), portugués (Una película hablada, de Manoel de Oliveira), o austriaco (El tiempo del lobo, de Michel Haneke). Tampoco nos detendremos aquí en el balance del cine español de 2004, de lo que nos exime la voluntad de dedicar a este respecto el apartado inicial de Cine, vino tinto y tortilla de patatas. Y ahí va, sin más dilación, la lista de las películas seleccionadas:

1. El arca rusa (Russian Ark), de Alexandre Sokourov. Un brumoso paseo por la historia del museo del Ermitage, en San Petersburgo. Dos fantasmas conversan mientras atraviesan las galerías del museo y descubren retazos de un pasado que siempre es mejor visto desde la mediocridad del presente. Tan lejos de la mera reconstrucción histórica como del documentalismo discursivo, El arca rusa no es sólo una de las películas más personales de los últimos tiempos, sino también una inteligente reflexión sobre la precariedad de la historia y la caducidad de la belleza. Y ojo al baile final, filmado como nadie lo había hecho desde Visconti.

2. Lejano (Uzak), de Nuri Bilge Ceylan. Una rara parábola sobre la amistad, la soledad y los desencuentros comunicativos que transcurre en un Estambul perpetuamente nevado, ajeno a los clichés habituales y a la imagen de tarjeta postal que el cine se ha encargado de difundir. Aviso: el frío del celuloide, trasunto de la deriva anímica de los protagonistas, puede dejar tiritando al espectador.

3. El regreso (Vozvraschenie), de Andrei Zvyagintsev. Otra parábola, rica en significados metafóricos, sobre el desvalimiento colectivo. En este caso, dos niños recorren Rusia de la mano de un padre al que apenas conocen, y cuyos antecedentes se le vedan al espectador hasta el final del metraje. Como en Lejano, se trata de una película con escaso diálogo, donde la filmación de la naturaleza suple las confidencias de los personajes.

4. La joven de la perla (Girl with a Peral Earring), de Peter Webber. Una coproducción entre el Reino Unido y Luxemburgo que demuestra cómo se puede hacer una excelente película a partir de un aplicado best seller. Ahora el mérito principal no recae en el director (un realizador británico con una amplia experiencia televisiva) ni en los actores (pese a la buena interpretación de Scarlett Johanson y Colin Firth), sino en la fotografía de Eduardo Serra y en la música de Alexandre Desplat. Estos últimos logran envolver al espectador en una atmósfera recién salida de los luminosos cuadros de Vermeer. Así, los tópicos argumentales —la genialidad del pintor o la inteligente inocencia de la joven sirvienta— son tan sólo los motivos secundarios de un fresco pictórico más preocupado por capturar la arruga de un rostro que el motivo que la ha ocasionado.

5. Todo o nada (All or Nothing), de Mike Leigh. Mike Leigh es, con Stephen Frears y Ken Loach, uno de los principales exponentes del cine proletario que proliferó en las pantallas inglesas a comienzos de los años noventa. Sin embargo, sus personajes, además de sufrir mucho, a veces viven y hasta se ríen. Como en su película más conocida, Secretos y mentiras, Leigh opera de un modo inverso al cine deductivo que tanto agrada a algunos de sus compatriotas: en lugar de ilustrar una tesis preestablecida, Leigh retrata las experiencias cotidianas de sus personajes y deja que éstos sean los artífices de su propio destino. De ahí el gozoso vitalismo que a veces emerge en medio de la negrura circundante.

Publicado el sábado, 8 de enero de 2005, a las 15 horas y 06 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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