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ZOQUETE. ¡¡¡Porque me pilló más suave que el culito de un niño... que si no le espantarano!!!

¿Pero no se habían extinguido esos cacho carne sin seso, en la era terciaria?

...Y yo que le veo venir en ese pedazo furgoneta con el móvil en la oreja...

La situación fue la siguiente: Yo conducía mi descapotable mental. Mi bólido reglamentario acuñado en la Renault (Este es el primer céntimo que cobro por publicidad) Cuando por el carril contrario, estaba aparcado, otro del mismo gremio que el animal del titular.

Y claro, como es lógico, nuestro zoquete protagonista estaba manteniendo por el móvil, una conversación inteligente, a la par que delicada y genial.

Y para que voy a engañar al personal: ¡No pudo!

No fue capaz de hablar y mantener una conversación por el móvil como lo hemos hecho toda la vida las mujeres hasta que la DGT, dijo que dejáramos de apabullar y nos mantuviéramos en una inteligencia neutral. Que algunos hombres, los más osados, nos querían imitar.

Por todos es sabido, que la raza humana siempre quiere imitar a los individuos más aptos y capaces. ¡Qué se le va a hacer! Estamos programadas para triunfar.

Retomando nuestro titular: Pero, ¿Por qué coño dan bragas a quién no tienen culo? o lo que es igual: ¿Cómo dan el carné a un mono de culo pelado sin enseñarle a pensar?

Nuestro zoquete particular, se vio bloqueado por todas partes: Tenía una furgonetilla impidiéndole continuar, y un móvil en la mano impidiéndole no sólo accionar, sino reaccionar.

Tenía los dos hemisferios, el del intelecto y el brutal, ocupados ladrando a un igual. (Por los sonidos guturales que desde luego toda la calle oía sin cesar)

Y es que es lógico que reaccionara sin pensar, si es que en él será lo habitual.

¿Qué hizo? Pues lo más sencillo: ¡Pasar!

Vio que yo venía por el carril al que se acababa de incorporar. ¡Pero que más le daba!... Total, el era el que más iba a vocear.

Y eso hizo, sin soltar el móvil y blandiendo la bandera de “Soy el rey de la carretera... y hago lo que quiero y es más, encima te lo voy a restregar”.

No sólo paso cuando no le correspondía. Sino que al ponerse a la par de mi coche, frenó.

¡Y luego me atrevo a decir que no es un virtuoso del volante!: Fue capaz de soltar el pie del acelerador y frenar mientras bajaba la ventanilla y me ponía cara de me he tirado un pedo podrido y no puedo escapar. E incluso, a la vez, le dio tiempo a decirme una serie de pestes, que me da a mí, siempre le acompañan y le dan esa personalidad tan especial.

¡Pobre mujer! ¡Qué condena! ¿Qué habrá hecho en la otra vida para merecer ese cafre como marido? Porque estaba casado, que le vi el anillo. Lo que pasa que le tenía mal colocado. Debería de llevarle anillado. En la nariz, como los osos. Como los animales que deben estar enjaulados. Encerrados.


En los dibujos exclaman: ¡Mira un lindo gatito! Pero en la realidad, decimos: ¡No mires a ese animal!

Dicen que la mejor defensa es un buen ataque. Eso lo sabía, porque antes de que yo pudiera reaccionar ante tal barbaridad, abrió esa bocaza y escupió las siguientes palabras:

- ¡Qué pasa! ¿Es que no puedo pasar?

¿Y que le dices a un zoquete sin bozal? Lo mejor: callar.

No se si fue la vergüenza ajena, el hecho de ver tanta ineptitud en una sola persona, o quizás me quede estupefacta ante el “PRIMER PREMIO NACIONAL DE ESTUPIDEZ AUTENTIFICADA Y DE PRIMERÍSIMA CALIDAD”

Dicen que si bebes no conduzcas, pero deberían añadir: Si eres agresivo, torpe y un animal, abstente de morder al personal con un volante, un móvil y demasiada velocidad.

Publicado el lunes, 21 de noviembre de 2005, a las 0 horas y 18 minutos

EN EL CUADRILATERO. ...Si hubiera dado a grabar... (versionado y resumido, claro está)

En la esquina izquierda, con más kilos sobrantes que Doritos hay en una tienda, tenemos a la que vamos a llamar: “¡Bocazas!”

Y en la derecha, con pantalones pirata y blusa a rayas, os presento a “¡Lamentos!”

Después de hechas las presentaciones y una vez que todos sabemos que el combate consta de tres asaltos, cojamos posiciones.

(Basado en hechos reales. ¿O no? La Organización informa que sólo se ha maltratado a un animal: A la foca asaltante de la siniestra)

- Bocazas: Si dejaras de fumar tendrías la piel más bonita.

- Lamentos: Es cierto. Es que en la escuela suspendía, ¿recuerdas? Y con los nervios... la pena es que no me di cuenta hasta los cincuenta... ¡Qué pena!

- Bocazas: Si no te dieras esos atracones, tendrías no sólo cintura, sino también cuello.

- Lamentos: Mi mayor pesar, es que he comido sin disfrutar. Me pesa. Me pesa.

- Bocazas: El día que te pille la peluquera, la haces feliz. ¡Hija, qué pelos!

- Lamentos: No hago vida con ellos. Siempre ha sido tan rizado que no lo he domesticado. ¡Hay si hubiera nacido rubia y con el pelo de mi madre!

- Bocazas: Ya a tus años, es irrecuperable. El daño está hecho. También tendrías que haber ido a un gimnasio, o haber andado. Hecho algo. Ahora, ya es tarde. Mírame a mí. Ni se me nota que me sobran quince kilos. Es porque les tengo muy bien repartidos. ¡Hasta me adelgazan!

- Lamentos: ¡Qué razón tienes! Si supieras cuanto lo siento. He fracasado en todo lo que me he empeñado. Menos mal, que todavía tienes la suficiente confianza conmigo como para decírmelo.

- Bocazas: Es que soy buena gente. Y ya me ves, tan estupenda como siempre. Incluso más guapa. Yo a ti, te recordaba, estropeada, pero sería por las gafas, que por cierto, son más gordas y te dejan ver menos la cara, si es que es posible. ¿Qué te pasa?

- Lamentos: Los años serán. Ojalá me hubiera operado. Voy degenerando.

- Bocazas: ¡Pero a pasos agigantados! Tendrías que tomar vitaminas. A mí, desde luego, no me hacen falta. Ya me ves. Reboso salud.

- Lamentos: ¿Tu crees que todavía estoy a tiempo?

- Bocazas: ¿La verdad? Antes, te quedas embarazada.

- Lamentos: Lo cierto que para mi desgracia me costó mucho quedarme preñada. Me fallaba la maquinaria.

- Bocazas: Yo estoy encantada con vivir sola. Así, no tengo que aguantar las manías de ningún señor. ¡Encantada! ¿Así que vives con una manada? Ya te notaba yo cansada.

- Lamentos: Pues si que lo estoy. Se me nota mucho, ¿verdad?

- Bocazas: No te quería decir nada, pero esas ojeras y esas patas de gallo, no te favorecen nada. Seguro que tienes mucho estrés diario. ¿Tan desdichada eres?

- Lamentos: No me había dado cuenta. ¡Es que soy tan torpe!

- Bocazas: Pero casi no te lo había notado. Pensé que eran esos zapatos tan feos. ¡Cómo os pueden gustar las rebajas! ¡Es pedir peras al olmo!... Pero si quieres te enseño un poco de moda... para que no vayas con esas pintas... es que das pena.

- Lamentos: Lo cierto es que no me acierto.

- Bocazas: Supongo que te será difícil encontrar algo para ese cuerpo.¿Tienes chepa o es que tu control postural deja mucho que desear? Mírame a mí... Que yo sea tu ejemplo. Ves con que gracia camino... sé que nunca vas a tener mi estilo, pero toma nota, aunque sólo sea para que sepas cómo se lleva un traje como el mío.

- Lamentos: Soy un autentico desastre.

- Bocazas: ¡Ni que lo digas! No me gustaría deprimirte más, porque seguro que estás medicada. ¿Á qué sufres depresiones?

- Lamentos: No me he dado cuenta. No tengo mucho tiempo, con la vida tan rutinaria que llevo.

- Bocazas: ¡Madre mía! Estás peor de lo que aparentas. Sabías que el primer paso para solucionar algo es admitirlo. Tú ni siquiera lo has visto. Sino tuviera tantas reuniones sociales, te dedicaría el tiempo que me sobra. Pero, tengo tantos compromisos... Yo que tú, iría a un buen especialista. ¿Nunca te han ingresado? ¿No sufres ataques? ¿No me digas que has intentado suicidarte?

- Lamentos: No. Yo nunca lo había pensado.

- Bocazas: Lo peor es el subconsciente. Yo si estuviera en tu lugar, me lo haría mirar de forma urgente. Me ha encantado hablar contigo. Imagino que habrás disfrutado de mi compañía después de tantos años. Cómo supongo que te van a ingresar...no te preocupes por tu familia, que es lo mejor que les puede pasar.

- Lamentos: Pero que buena que eres. ¿Cómo te podré agradecer todo lo que te preocupas por mí?

- Bocazas: No me doy importancia. Siempre he sabido que era genial.

- Lamentos: ¡Qué pena me da ser así!

- Bocazas: Y ya no puedes cambiar.

- Lamentos: ¡Qué gran verdad!

- Bocazas: Me voy. No me eches mucho de menos.

- Lamentos: Ojalá fuera como tú.

- Bocazas: No te lo quería decir para no deprimirte más. Pero te huele el aliento.

- Lamentos: Gracias por decírmelo. Eres una amiga.

- Bocazas: Era mi obligación. No me perdonaría no habértelo dicho...y que esa halitosis tan espantosa, fuera consecuencia de una enfermedad mortal, y que aún no lo supieras. Así al menos, puedes dejar todos los papeles en regla. Porque seguro que en la casa, eres un desastre.

- Lamentos: Menos mal que nos hemos encontrado después de tantos años. Sino, ¿Quién me hubiera avisado? ¿Quién me hubiera abierto los ojos?

- Bocazas: Es que yo donde voy, siempre doy suerte.

- Lamentos: ¡Qué buena eres!

- Bocazas: Da gracias a Dios, por conocerme. O mejor, ya se las doy yo, que allí también soy influyente. Entiende que no te de un beso. Adiós.

- Lamentos: Desde luego. Seguro que te lo pego... y no te lo mereces.

Publicado el viernes, 18 de noviembre de 2005, a las 2 horas y 43 minutos

TACONES CERCANOS. Cuando se está debajo del muérdago dicen que hay que darse un beso, pero ¿Qué hay que hacer cuando se está debajo de un toca pelotas?

¡No seas mal hablada! diría mi abuela. Y no lo soy. Pero es que vivo debajo de unos individuos con enanitos temporales. Me explico, son tíos o abuelos, y eso les convierte en dueños de un circo ambulante cada vez que invaden su techo. El mío.

En estos precisos momentos, los enanitos están jugando a la pelota. Y no sólo la tocan, sino que la lanzan, la arrojan, la disparan...

La guerra de Bosnia, la da Vietnam.

¡¡¡ La segunda guerra mundial!!!

No es tan sólo un continuo bombardeo, lo más catastrófico, es que cuando ya te has acostumbrado al incesante martilleo, de pronto, sientes que no sólo se ha caído un mueble, sino que ha cedido la estructura de la casa y el instante siguiente, lo emplearás, en intentar recuperar pulsaciones y en ver pasar toda una vida por delante, así sin más.

Estoy convencida que en los campos de concentración no maltratan a la gente con semejante dolor.

No es que esta situación sea una tortura, aún es peor, es una persecución.

Recojo mi ordenador, el portátil, y de puntillas como un cobarde ladrón, me cambio de habitación.

Me sitúo, me siento, y cuando ya creo que se han acabado los bombardeos, de pronto, se me cae el cielo, y siento que no sólo me han localizado, sino que me lo van a hacer pagar caro.

- ¿Qué les he hecho yo?

Porque estos son de los que no dejan prisioneros. Lo cierto, es que según van pasando los minutos, y en mi mente, se convierten en angustiosas horas, se me van ocurriendo diferentes métodos de exterminio dolorosos y sobre todo muy ruidosos.

Qué razón tenía aquel al gritar: ¿Dónde estás Herodes?

¿DONDE ESTÁS?

Yo estoy por gastarme todo mi sueldo en un anuncio efectivo y final:

“Se busca al auténtico Herodes. O incluso descendiente directo con las mismas pasiones. Se le pagará por trabajo bien hecho. Se requiere silencio.
Razón: La tengo. La estoy oyendo. Preguntar por la que será, como tardéis en contestar, la loca de los tapones en los oídos.”


¡Huy!... ¿Y este silencio?... Algo malo que han hecho.

¡Si hasta vuelvo a oír mis pensamientos!

¿Quién será el difunto?

Me instinto me dice, que como no hay lloros ni alborotos, están maquinando la tercera guerra mundial. O eso, o que su plan es esconder lo destrozado, lo manchado, y huir como alma que lleva el diablo.

El caso es que luego les ves bajar, todo planchaditos, con el pelo mojado, y con esas caras de no haber roto un plato, que hasta se te puede escapar el pensar: ¡Yo quiero uno igual!

Pero errar es humano. Y de sabios es rectificar.

Y vaya si rectifico...que doy un frenazo. En mi pensamiento me he dejado media neurona en su asfalto.

¡UNO IGUAL!

Tú, guindilla, te drogas. Te ha dado un mal.

Menos mal, que una tiene dos dedos de frente y no se deja llevar por un pálpito de sensibilidad.

Porque, así atados y con bozal, así preparados para pasear, dan el pego, parecen humanos, tiernos. Pero, ¡Qué va! nada mas parecido a un Satán.

Les sueltas, les dejas en libertad. Y arrampan, arrasan, les ve Atila, y les da lecciones de humanidad, no os digo más.

Sé que tengo el instinto materno entre la epidermis y la dermis, porque algunas veces aparece sin avisar.

Se me pone un nudo en el estomago y se me ralentizan todos los procesos internos.

Pienso igual, pero más emotivo.

Hablo igual, pero más expresivo.

Respiro igual, pero más lento, como saboreando el momento.

Menos mal, que mi cerebro es muy listo, y rápidamente acude en mi auxilio.

Me pasa la circular prevista para casos de emergencia de bebitos:

"Lloran.

Tiranizan.

No paran de incordiar.

Respiran todo el rato. No les puedes apagar.

Y sobre todo, no están programados para escuchar"

Si he de ser sincera, y con la mano en el corazón, he de reconocer que les prefiero a ellos antes que a la señora del tacón

Porque ellos al menos están vivos...y la “pájaro carpintero” de arriba, sólo desfila taladrando en Do mayor. ¡TOC, TOC! ¡Toc, toc! ¡La madre que la parió!

Con el invento tan cojonudo que son las zapatillas. Y la gran variedad que hay, para que esta tía, pueda optar por un par acorde con su simpatía. (Con unos grandes buitres negros en la puntera y unos nubarrones en la trasera, vamos, el no va más de la paridad)

Yo cuando la siento andar la identifico con un sargento cojo de la guardia real.

Y reconozco, que el instinto asesino ha pasado del ¡PREPARADOS!

¡LISTOS!

y sólo le falta escuchar: ¡YA!

Siento como si se cayera un ojo de cristal, por una ladera de metal, y nadie pudiera hacerlo parar.

¡Toc, toc! ¡TOC, TOC! ¡Toc, TOC! ¡La voy a matar!

¡¡¡Es que no se puede sentar!!!

A casa de uno no se puede llegar ¡Y ale!: ¡A galopar! A tirar millas sin cesar.

Hay que venir cansado y dar gusto a las sillas. ¡Las tiene que tener de un nuevo!

¡Tapizado con culo de vendedor!

Me juego el traslado a Pekín, a que no hace falta ser un CSI, para distinguir la forma y el tamaño del pandero, del individuo que en la tienda la susurro:

“Para mí son las más cómodas de toda la tienda con diferencia”

Y se las vendió.

...Como objeto de decoración.

O quizá sean almorranas. O algo peor. Quizá, ha engordado, y toda la ropa la estalle si aposenta su terminación.

Nada de excusas. ¡Zapatillas! Esa es la solución.

El día que me saque la licencia de armas... aquí no va a quedar ni el apuntador.

Publicado el jueves, 17 de noviembre de 2005, a las 1 horas y 39 minutos

EL SANGUINARIO COMUNISTA. ¡Ya ha regresado de su viaje el jodido comunista!

Y eso que para mí, no es muy jodío.

Pero mira que es sanguinario...Y como siempre a la que te descuidas, ya te está masacrando. O por lo menos lo está intentando.

No he estado nunca en ninguna matanza, pero creo que si yo hoy me hubiera descuidado, lo habría puesto bueno. Empezando por mi pantalón vaquero.

Reconozco que hay visitas que son un coñazo. O hablando en un tono más suave: un bostezo eterno.

Cuando las ves llegar, instintivamente buscas un reloj y no precisamente para pararlo y disfrutar del momento, sino para adelantarlo o incluso para animarlo: ¡Rápido, rápido!

¡Vamos bonito que tu puedes ir más suelto!

Aunque yo creo sinceramente, que lo miramos para ser conscientes, que todo trauma es pasajero, que por mucho tormento que sea, todo suplicio es viajero.

Todos hemos sufrido un calvario de historias no sólo apasionantes (Curioso que sólo lo sean para la narradora y para un individuo, que siempre ha muerto, seguro que de aburrimiento) e increíblemente eternas, (¡Y que haya gente muda!... ¡Y sorda!) sino también escalofriantemente documentadas.

(Todavía se me ponen los pelos como escarpias, recordando el trauma) y aunque me tildéis de insolidaria voy a pasar de contárosla.

Va a ser que no me acuerdo...¡Va a ser eso!...Ni aunque me pagaran un sobresueldo sería capaz de recordar quién era quién y porque no se llevaban tan bien.

Di a borrar.

¡Fui la más rápida del universo!

¡Y qué fotos..! Ahora entiendo tanto a los psicólogos, como a los quiroplásticos.

¡Qué dolor de ojos! ¡Y qué rollo!

¡Y qué control mental el mío para no bostezar!

Ni siquiera para poner careto de aburrida-enjaulada. Prefiero una sala de espera sin revistas y con música rallada.

Ahora que lo pienso, he de sentirme afortunada, en aquella época no se hacían videos. Creo que los sufridores actuales se van a cortar las venas. Y es que ahora, sacan las mini cámaras, como el que da fuego.

Yo reconozco poniéndome en pie, que no estoy preparada para un atentado de esa magnitud contra mi persona. Contra mi paciencia, y contra mi integridad psicológica.

Sólo pensar, que inocente de ti, saludas a un conocido...¡Hay alma cándida!...antiguo compañero...¡Hay ingenua!...y decides confraternizar con lo que al minuto siguiente ya es tu peor enemigo.

Te tiene atrapada.

¿En qué momento sacó la cámara?

¿Y cómo coñ Piiiiiiiiiiiiiiiiiii puede almacenar tantas fotos una jod Piiiiiiiiiiiiiiiiiii camarita de los Piiiiiiiiiiiiiiii?

¡Mierda para la censura! Y más, si es despistada.

No es que esta situación me exalte.

No es que me exaspere de una forma especial. Es que soy comercial.

Diréis: ¿Y qué? ¡Y mucho!

Mi trabajo consiste en hablar y escuchar. En invitar a platicar, cuando lo que realmente quieres, es que te diga la cantidad y te deje marchar.

Es muy difícil que os pongáis en mi pellejo, y eso que es casi nuevo.

Me encanta la gente, pero soy humana. La paciencia también se acaba.

Vas notando como va bajando el nivel. De escucha y el propio. Como ya empiezas a dirigir la conversación hacía un final menos doloroso.

Piensas como los condenados: ¡Qué pase pronto!

Llegados a ese punto, ya te da igual si va a confiar en ti y va haber negocio, o si la madre de su mujer decide quitarse el callo o todas las durezas.

¡Piedad!

Imaginaos, aunque por vuestra salud mental, sin mucho detalle, que de forma cruel e inhumana, de pronto, cual 007, u 8, saca rápidamente una cámara. Y ahí, sin posibilidad de anestesia u oxigeno, te muestra como es esa callosidad y qué la hace apestar tanto.

¡DIOS!...¡A tomar por saco las croquetas!

Maldices el zoom, el autoenfoque...y por supuesto, esa maravillosa calidad de imagen que te permite apreciar en todo su esplendor y detalle, ese callo que sabes, porque lo sabes, no sólo vas a ver en sueños, sino que vas a revivir en cada momento.

Quizá no entre dentro de la categoría de tormentos, pero si al ver eso, a mis ojos no se les puede declarar ZONA CATASTRÓFICA, que baje Dios, y que vea esto. (Y ya que hace el trayecto, que se quede, que me da, llámalo, intuición o instinto femenino, que no ha leído el libro de reclamaciones y a mí, últimamente ME TIENE CONTENTA)

Bueno, yo a lo mío. ¿Os he convencido? Es cruel. Lo sé. Pero vosotros tampoco estáis a salvo. Pensadlo.

Que sabio fue aquel que dijo:“El dolor cuando se reparte, es menos suplicio”

Y sino, que se lo digan a los dentistas. Que a ellos de tanto repartir, nunca les duele.

¿O alguno les ha oído decir cuando está vendido con la boca cual buzón de correos: ¡Hay que dolor! cuando empiezan a tocar el nervio?

¿A qué no? Ese es el motivo.

Y por consiguiente, de ahí deducimos que no siempre el que reparte, y bien reparte, se lleva la mayor parte. Siempre es la mejor. ¡Siempre la mejor!

Y después de auto llamarme sabía, y de compartir mi dolor de óvulos, despido por hoy la conexión.

Sanseacabó. Séquense las lágrimas que mañana aún será peor.

Publicado el miércoles, 16 de noviembre de 2005, a las 1 horas y 05 minutos

¡BATACAZO! Ojito con la farola... Que no se puede mirar al tendido y andar. ¡Qué lechazo se dio el jodío! Y todo por fardar.

Y bien jodío que quedó por la cara de dolor que exhibía. Y eso que al darse cuenta de que le miraba, posó como un campeón, intentando dar una imagen de autocontrol. De aquí no ha pasado nada.

¿Qué miras payasa si soy todo un apuesto elegante galán, dotado de una hermosura sin igual? Eso pensaba, te lo puedo garantizar.

El pimpollo salía de una clínica de decoración. Y por su jeta, creo que no sólo le acababan de quitar las vendas de una cirugía de nariz u oreja, sino también de la cabeza.

No tengo nada en contra del espíritu de superación que todos llevamos instalados en nuestro corazón. Pero no comparto el entrar en un quirófano para arreglar una chapa y pintura imposible de cambiar.

Lo digo, porque la belleza exterior se puede modificar, pero la INTERIOR es imposible de implantar. Y la verdad, a algunos, más que tratarlos con el bisturí, había que amputarlos.

–¿Qué me recomienda doctor?
–Hay que aniquilar de raíz el problema. ¡Amputar desde la cabeza!

Yo cuando quiero ver gente plastificada e irreal, me voy al museo de cera. Pero eso de encontrarme así sin anestesia, un ser disecado y envasado al vacío, lo llevo más que mal, ¡fatal! ¡Y en horas de servicio!

Que digo yo: ¿Esto me lo cubrirá el seguro?

¿Puedo ir a la mutua y pedir la baja porque me ha noqueado un espanto de muñeco, de esos que en Navidad se dirigen todo tiesos al portal?

¿Me pagarán el psicólogo, o he de superarlo yo sola con terapia de amigas, frente a un café y a una sacarina?

A los comerciales nos tenían que pagar un plus por peligrosidad. Por manejar y estar en contacto con la cruel realidad.

Yo de haberlo sabido no... ¡SÍ! Definitivamente, sí.

Reconozco que me ha gustado ver besar con tanta frescura e ímpetu a esa escultural farola. La pobre no tenía culpa alguna, y seguro que ahora la va a costar quitarse todas esas cremas y potingues que ese pollo la ha traspasado sin preguntar.

¡Pobre farola! Pobre. Tengo que pasar a verla mañana. Quizá si el batacazo ha sido tanto como ha sonado, la desdichada haya menguado tanto que se haya convertido en una linterna.

Pobre. Si es que iba como loco... Seguro que se dirigía y venía de una pasarela. De una pasarela mental, porque son de los que, al andar, esperan que o bien aplaudas, o bien les hagas una reverencia. Siempre claro, con la boca abierta por la impresión y el honor. Como si nunca hubieras visto un soplagaitas mayor. Digo un bellezón.

De verdad lo siento por la farola... La puede haber pegado cualquier cosa. No quiero entrar en si a él sus cremas le vuelven dos segundos más joven, porque sin lupa y sin alcohol, no puedo opinar. Pero lo que me da miedo, es que a lo que a unos les hace retroceder en el tiempo, a otros les puede reducir en exceso.

Los ejemplos son muchos y variados: el que nos ocupa, le vamos a estudiar:

La misma crema aplicada de golpe (¡Soy buena!), en ese, vamos a llamarle hombre, le produce estupidez y arrogancia, y puede a la vez que le disminuya el cerebro. Harto difícil en este caso, pero vamos a contemplarlo. Y recupere unos segundos de tiempo, algo así como con cada aplicación, recuperar el lapso que tardamos en estornudar. O como mucho en bostezar.

Pero ese mismo tratamiento aplicado en otro material con más luces. Con muchas más luces, para que nos vamos a engañar. La puede retrasar en el tiempo y mutar.

¿Y si se convierte en linterna?

¿O en luciérnaga?

¿Tenemos que pagar todos los ciudadanos ese estrago?

¡Claro que no hay dinero en las arcas para carreteras! Si continuamente tenemos que reponer farolas y otros elementos, a los que su escaso movimiento, les haga no poder escapar cuando les ataquen de lleno.

¡Una vergüenza! ¡Una auténtica vergüenza!

Hay otros casos de reacciones bien distintas ante un mismo agente externo. Sin ahondar, digamos, por ejemplo: Un título. A una persona normal, el sacárselo le da cultura y saber estar. Y a otros el comprarlo les produce imbecilidad. Cierto que los epígrafes cambian: Ingeniero de caminos... Conde Duque del Águila Imperial...

Y ya ves, se sienten más, como si no se sentaran como todos, con las posaderas y doblando las piernas.

¡Ellos no! ¡No las doblan! Deciden cambiar a una posición aún más ventajosa. Y por supuesto no se sientan con el culo. Reposan su columna grácilmente y con salero.

¡Cómo cambian las cosas y cómo las hacen cambiar!

Cómo somos los humanos... a veces, no parecemos ni de la misma especie. Gustan las diferencias, y a mí cada vez más. ¿Si no de quién me voy a carcajear?

En la variedad está el gusto. Pero, a veces, no nos tiene porqué gustar.

Me despido con la única frase, que los de su clase, dicen sin pensar, pero que es verdad.

–¿Qué esperas obtener con ese cuerpo antinatural y esa postura tan antisocial?
–¡La paz en el mundo! (Parafraseando a Miss Inteligencia Artificial)

Ya ves, les das un título, y la silicona del cerebro hace el resto.

Y yo digo para terminar: ¿Los fabricantes de pinturas para humanos, provocan esos efluvios para que vayan directamente al cerebro, o es una casualidad que sólo sepan balbucear pareciendo estúpidos e insulsos?

¿Es una casualidad?

Otro expediente X que queda pendiente.

Publicado el martes, 15 de noviembre de 2005, a las 0 horas y 30 minutos

MI ROBERT REDFORD. ¡Ese Robert Redford corriendo en El Golpe no tiene igual!

Acabo de visionar más que un movimiento de tierra, más que un terremoto en su fase más bestial, un atentado contra la humanidad.

Acabo de ver sacudir sus generosos 150 kilos mal colocados y peor diseñados rompiendo un pantalón vaquero que el pobre de tanto sufrimiento lo tendrán que sacrificar.

En mi mente le doy a borrar, pero no hay manera, lo vuelven a pasar.

¿Tendré que buscarme un buen psicólogo-psiquiatra que me anule este recuerdo tan mortal?

Yo, como todos los días, he salido a trabajar maletín en mano y sonrisa de verdad. ¡Qué poco me imaginaba yo lo que me iba a pasar! ¡Qué inocentes somos cuando la rutina preside nuestro caminar!

Era un día como tantos otros. Quizá he desayunado un poco más. Desde luego, como siempre me he peinado lo justo para no destacar (ni por gitana, ni por duquesa preocupada en una exclusiva más) y he acompañado mi traje azulado con una colonia especial.

He bajado los peldaños, calentando así unos zapatos muy apropiados para trotar y si quisiera hasta para escalar, sin perder por ello la gracia y el salero que ahora mismo me acabo de adjudicar. Hasta ahí, todo perfecto, así que voy a continuar.

Mis 100 metros lisos de hoy consistían en visitar a un quiosquero, dos abogados, tres o cuatro bancos, y por supuesto, oficina para aquí, oficina para allá. Vamos, lo normal. ¿Quién me iba a decir a mi que mi vida y mi salud mental iban a peligrar?

Cogió la esquina como si fuera garrapata de cemento. Pegado a la pared en todo momento. No es que viniera rápido, es que daba vértigo. Un solo segundo me habría bastado para torearlo... quizá si hubiera andado más despacio, o si me hubiera detenido a escuchar la aburrida conversación que mantenían dos centenarios sobre el tiempo y el campo. Pero, no. Y no me arrepiento, me gusta ser yo en todo momento. Y yo soy atolondrada, rápida y un poco alocada. Lo que se dice un culo siempre en movimiento.

Mucho digo, pero no supe reaccionar a tiempo.

No me embistió de lleno, pero esa ráfaga de aire fétido que le embargaba y hacía que su silueta todavía fuera más ancha y negra, fue lo que me... ¡se me ponen los pelos como escarpias!, ahora entiendo a los erizos y por desgracia a todos aquellos animales que conviven con las mofetas. ¡Menudo sufrimiento!

Estaba a punto de girar la esquina, y como siempre para ganar terreno, apuro la frenada y chupo todo el terreno que puedo de dentro, para no perder ni velocidad ni tiempo. Ese fue mi error, porque la masa humana ya había tomado posición y llenaba toda la esquina y si le hubiera dejado la fuerza centrífuga, toda la calzada y parte de la carretera.

No hubo colisión. La rapidez de mis movimientos evitó una desgracia mayor. ¡Pobre pituitaria! ¡Lo que sufrió!

Yo me aparté. Saqué todo mi cuerpo de la curva alejándome todo lo que me daban las piernas. Y él –la historia y la cámara lenta lo atestiguaran– se dispersó hacía dentro malogrando fachada y monumento. (El monumento soy yo, por supuesto).

Dicen que el roce hace el cariño. ¡Por favor! ¡Por favor! No hubo roce, como mucho un raspón, o un simple toque. Aunque lo suficiente como desgraciarme la pituitaria y el sentido de orientación.

No me dijo lo siento. Tampoco yo.

En mi defensa diré que estaba bajo estado de shock.

Cuando giré, sin reaccionar todavía, envuelta en esa burbuja pestilenta que con provocación iba amablemente repartiendo, no supe de nuevo estar a la altura y cerrar los ojos a tiempo. ¡Que visión!

No era el tamaño. Ni que estuviera gordo o flaco. Ni siquiera que apestara como un camión de basureros repleto. ¡Qué va! Era ese todo... ¡Ese collage definiendo el estado fétido!

Esos pantalones vaqueros que hacían todo lo posible por perderle a lo lejos. No es que se le cayeran, es que los pobres se suicidaban. Y tenían razón, cualquier vida tenía que ser mejor. Si arriba en la cumbre olía mal. En los bajos los pobres tenían que suplicar.

Ese movimiento... esos 150 kilos de mantequilla rebosando.... esas increíbles y auténticas manchas de los sobacos. Ese sudor que se marcaba en la camisa y caía BAJO EL PANTALÓN... ¡El culo! ¡Nooooooooooooo!

Fue el destino. Unos ven con sus propios ojos el horror de la guerra. Otros... unos huelen el hedor de la gangrena. Otros...

El ser humano nunca, nunca está preparado para el horror.

El hombre tenía prisa... Y todos aquellos a los que encontraba por su paso, de pronto les urgía irse a otro lado.

El hombre sudaba... y todos aquellos que le vimos lo haremos mucho, mucho tiempo.

¡Con qué gracia corría mi Robert Redford! Como una gacela. Como una pantera. Como sólo él sabe mover el cuerpo.

De él me quiero acordar. Pero mi mente me la quiere jugar. Veo montañas de putrefacción moviéndose. Veo esas gotas de sudor... ¡Dios! ¡Qué dura es la vida del vendedor!

Publicado el lunes, 14 de noviembre de 2005, a las 12 horas y 02 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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